MIAMI.- La vida y legado comunitario de Rafael Antonio Hernández y María Concepción Hernández, matrimonio de 68 años, impulsores del Club Panamericano de Leones de Hialeah. Ambos habaneros —él del Cerro; ella de La Habana Vieja—, vecinos de Hialeah y referentes del voluntariado local. Su historia reflejo de una comunidad, abarca desde su juventud en Cuba, el exilio en 1970 y su llegada a Hialeah en 1989, hasta hoy. Hialeah, ciudad que celebra 100 años, heredera del empeño fundacional de James Bright y Glenn Curtiss. Su trayectoria de trabajo, familia y servicio resume la identidad de una comunidad que se sobrepone, se organiza y sirve a los más necesitados.
De La Habana al exilio: los cimientos de una vida
Rafael nació en el Cerro; María, en La Habana Vieja, “en la esquina de Muralla y Aguiar”. Se conocieron por “un embarque” de una prima que los sentó juntos en una excursión a un central azucarero. Cuatro años de noviazgo —ella con 16, él con 18— forjaron un vínculo que combinó estudio y disciplina: María se hizo profesora de música y más tarde estudió Estadística; Rafael aprendió desde abajo en el negocio familiar, primero barriendo el taller y luego vendiendo herrajes a un centenar de mueblerías habaneras.
En los años 50, cuando el boom constructivo en la Habana, Rafael impulsó una fundición de metales que llegó a tres plantas y once empleados. La familia entera, como tantas en la isla, trabajó hombro con hombro. “La obra más grande —recuerda— fue ayudar a otros a salir adelante”.
Libertad, reinicio y el oficio de aprender
La revolución de los Castro lo cambió todo. Tras registros, inventarios y tres años de trabajo forzado en un campo de Camagüey, la familia obtuvo salida por los Vuelos de la Libertad y, el 19 de abril de 1970, aterrizó en Nueva Jersey con dos hijos pequeños. Empezar de cero no fue una metáfora. Rafael entró a una fábrica de máquinas industriales y, de manera autodidacta, se convirtió en instalador y luego en reparador de lavadoras y refrigeradores. Estudió manuales, aprendió portugués para atender a una comunidad creciente y al final, tuvo que contratar a dos empleados en la medida que el negocio prosperaba.
Camino a Hialeah: una comunidad en construcción
En 1989, guiados por la familia, llegaron a Hialeah. La ciudad que encontraron —con poco tráfico y grandes vacíos urbanos— no se parecía a la actual. Rafael prefirió no abrir negocio: “Según estimó, en Hialeah requeriría unos diez años para establecerse; era mejor trabajar y servir”. Entró a Best Buy y se retiró como assistant manager. Paralelamente, ambos se sumergieron en la vida cívica: fiestas de barrio, eventos municipales y ese tejido humano que, con los años, convirtió al “pueblo”, que le pareció al principio, en esta “gran ciudad”.
Club Panamericano de Leones: cuando ayudar es identidad
Una doctora los invitó primero al club de Leones de Buena Vista. Luego, animados por amigos y por la necesidad de un espacio propio en la ciudad, María y Rafael convocaron a 32 vecinos de múltiples países —panameños, venezolanos, puertorriqueños, cubanos— y fundaron el Club Panamericano de Leones de Hialeah. El nombre lo dice todo: amplitud, diversidad y casa común.
Desde entonces han organizado entregas de canastas de comida en Acción de Gracias, cada fin de año, colectas de juguetes, el Día del Bastón Blanco, becas para cirugías de la vista en coordinación con instituciones como Bascom Palmer y Lions for the Blind. El lema lionista: “Si hay necesidad, hay un león, encontró en Hialeah un terreno fértil, igual que un siglo antes lo encontraron Bright y Curtiss, los fundadores de Hialeah, al soñar una ciudad donde sembrar oportunidades.
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Rafael Antonio Hernández, varios años sirviendo a la comunidad de Hialeah.
CESAR MENENDEZ DLA
Melinda De la Vega: el relevo que no olvida
La concejala Melinda De la Vega propuso que esta historia se contara. No por nostalgia, sino por sentido de continuidad. Hija de un inspector de Códigos que trabajó con Hernández, y también miembro del club, recuerda, sobre todo, los eventos “Back to School” donde los Leones acompañan a familias de bajos recursos a comprar útiles escolares. De la Vega creyó importante compartir, a través del ejemplo de esta familia, una lección doméstica que a ella le inspiro a entrar en política: “Servir es devolver”.
Melinda se hizo leona oficialmente en 2017 y, tras la partida de su padre en 2021, asumió como misión familiar no faltar a una reunión. Esa cultura del servicio fue el paso natural a la representación pública: “Cuando tienes la mente y el corazón en la comunidad, tomas las mejores decisiones”, así describe el trabajo de los servidores públicos. Su voz enlaza generaciones: de los fundadores del club a los nuevos liderazgos que lidian con la Hialeah del crecimiento, el tránsito congestionado y la densidad, sin perder el foco en quienes más necesitan.
Club de los Leones
La ciudad de Hialeah nombra a una calle Club de los Leones de Hialeah.
MELINDA DE LA VEGA
Una ciudad que late: crecimiento y desafíos
Rafael y María han visto la transformación de la ciudad: escuelas, población, edificios, y barrios completos donde antes había monte y vacas. La zona del antiguo hipódromo y el eje de la 70 del Este son, para él, “un mundo nuevo”. El diagnóstico es franco: Hialeah creció como gran ciudad con vías de comunicación de pueblo. El reto —dicen— es sostener el crecimiento con infraestructura y servicios, sin olvidar que el verdadero capital está en su gente.
El secreto de 68 años y de una ciudad centenaria
No podíamos abandonar este cálido hogar sin hacer la pregunta de rigor: ¿Cómo se sostiene un matrimonio durante casi siete décadas? María sonríe: “Lo boté… y no se fue”. Humor, respeto, trabajo en equipo. Lo mismo que sostiene a Hialeah desde sus orígenes: empeño, organización, vecinos que se arremangan y devuelven lo recibido.
En su casa de Hialeah, abierta, cálida, con fotos de eventos y reconocimiento, Rafael y María representan a los miles de personajes anónimos que levantaron esta ciudad. Como Bright y Curtiss, hicieron hace un siglo, convirtieron un territorio desafiante en hogar para muchos; como los Leones, hicieron del servicio un idioma común. Y como Melinda, demuestran que el legado solo vive si alguien lo toma y lo lleva más lejos.
En el centenario de Hialeah, la historia de Rafael y María no es solo un homenaje: es un manual de identidad: amor, trabajo, exilio, reinicio, comunidad. De la Habana, al condado de Dade, del taller al club, del bastón blanco a los útiles escolares. Hialeah es eso: una ciudad que nació del esfuerzo compartido y que, gracias a familias como los Hernández, sigue mirando al futuro sin dejar a nadie atrás.
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