Corría el año 1960, cuando la llamada revolución cubana tomaba forma de dictadura y la Iglesia católica atendía los clamores de miles de padres cubanos que temían por el futuro de sus hijos. Sacarlos del infierno que se avecinaba en la isla.
Corría el año 1960, cuando la llamada revolución cubana tomaba forma de dictadura y la Iglesia católica atendía los clamores de miles de padres cubanos que temían por el futuro de sus hijos. Sacarlos del infierno que se avecinaba en la isla.
El padre Bryan O. Walsh, con el beneplácito del entonces obispo Coleman Carroll, que más tarde fue nombrado arzobispo de la Arquidiócesis de Miami, acudió a las autoridades estadounidenses para obtener las necesarias visas y organizó la llegada de unos 14.000 menores cubanos con la ayuda de instituciones católicas, privadas y gubernamentales.
De esta manera, la Iglesia asumió el papel de padre y madre para hacer de los menores hombres y mujeres de bien.
“La Iglesia se dio cuenta que la intensión de los padres era buena y que optaban por hacer lo mejor para sus hijos, ante la incertidumbre y los temores que percibían en Cuba”, señaló el arzobispo de la Arquidiócesis de Miami, monseñor Thomas Wenski, cuya jurisdicción incluye los condados de Broward, Miami-Dade y Monroe, donde se encuentran Los Cayos de Florida.
El prelado, que proviene de una familia polaca y pudo haber sufrido diferentes situaciones dictatoriales similares, incluso por siglos, apuntó que “en la época de Operación Pedro Pan, yo también era un niño”.
“Recuerdo que yo acudía a clase en un colegio católico en Palm Beach y dos jóvenes habían acabado de llegar de Cuba y no sabían inglés”, aseveró.
En verdad, el resto de los niños no sabían hablar español y los adolescentes cubanos se sentían tristes, aislados. “Pero las monjas nos enseñaron a rezar el Padre Nuestro en español y así nos acercamos a ellos y rezamos juntos y vimos como sonrieron y se sintieron mejor”, recordó.
“Hay muchos ejemplos como esos de esta odisea de Pedro Pan”, realzó.
“Los padres confiaron en la Iglesia y aquí en Miami, tanto el arzobispo Coleman Carroll como monseñor Bryan O. Walsh abrieron sus corazones y recibieron a estos niños para darles un hogar, seguridad, comprensión, amor, educación y libertad mientras esperaban por sus padres”, estableció.
El plan original era traer a los menores y atenderlos, mientras esperaran “un par de meses” para reunirse con sus padres.
De hecho, unos tuvieron que esperar meses, incluso años para volver a ver a sus padres. Otros, desdichadamente, dadas las dificultades impuestas por la dictadura de Castro, nunca los volvieron a ver.
“La labor del padre Walsh fue inmensurable”, subrayó el arzobispo. “No solo coordinó el otorgamiento de las visas, sino que organizó la creación y mantenimiento de los campamentos, con todas las atenciones que requerían”, subrayó.
En efecto, el padre Walsh pudo coordinar, con varias instituciones católicas en el país, el traslado y atención de miles de menores.
Muchos fueron atendidos en Miami y otros “fueron recibidos por familias en Chicago, Colorado, Nueva Jersey Nueva York, donde hubiera un hogar dispuesto a recibirlos”, sostuvo el prelado.
A 60 años del histórico suceso, que la historia recoge como el mayor éxodo de menores, “la comunidad cubana aprecia mucho que la Iglesia haya podido organizar una operación de esta envergadura”, mencionó monseñor Wenski.
Después, el prelado añadió: “En los últimos años hemos vistos casos de niños sin compañías, sin sus padres, que han venido sobre todo de Centroamérica y estoy seguro de que muchos Pedro Pan, que hoy son hombres y mujeres de éxito, están en posición de abogar por ellos para que estos nuevos niños sin compañías puedan tener un futuro, aquí en nuestro país”.
En verdad, la Iglesia continúa atendiendo necesidades similares, a pesar de las circunstancias tan diferentes y adversas que existen hoy.
“Tenemos programas para recibir y albergar a menores sin compañías. Es una especie de continuación de la Operación Programa Pedro Pan con menores de otros países, desde donde sea posible la salida”, afirmó el arzobispo.
“Creo que la comunidad cubana en Miami existe en parte por la Operación Pedro Pan”, comentó el arzobispo.
“Primero llegaron los menores, más de 14.000, y después la mayoría de los padres, y juntos tuvieron una dimensión definitiva para el desarrollo del exilio cubano aquí en Miami”, sostuvo.
Monseñor Wenski, que ha conocido a muchos Pedro Pan, resumió que “cada uno habla de que entonces no comprendía lo que sucedía. Algunos de ellos inclusive se sintieron desolados. Solo el transcurso de los años y la reflexión les hicieron comprender por qué tuvieron que separarse de los padres y afrontar un mundo diferente sin ellos”.
Después calificó el suceso como “la tragedia de la vida de muchos padres que buscan un futuro de esperanza para sus hijos. Y por ello, esos padres cubanos, que no vieron un futuro de esperanza dentro de la isla, tuvieron que mandar a sus hijos afuera. Y esos niños, que hoy son adultos, pudieron conseguir ese futuro de esperanza aquí”.
En realidad, tal como marca el paso de la vida, el tiempo sana muchas heridas.
“Las heridas de la separación fueron sanadas con el tiempo. El éxito de todos ellos también manifiesta esa sanación. Podemos decir que la mano de Dios estuvo en todo esto”, afirmó.
@JesusHdezHquez