MADRID.- @itxudiaz
MADRID.- Miami representa todo lo bueno de los Estados Unidos y todo lo maravilloso de la Hispanidad. Por eso creo que todos deberíamos mudarnos a vivir en Florida, hablar latín, e invertir en España
MADRID.- @itxudiaz
Proximidades. Me siento más cerca de un cubano, de un mexicano, o de un venezolano, que de cualquier francés. Y, particularmente, me siento más cerca de una venezolana que de cualquier otra cosa en el mundo. Ahora ustedes miran a España, con esa mezcla de apatía y europeísmo, y aquí, a los que nos gusta alzar la vista al Atlántico, nos llaman euroescépticos y nos juntan a una chusma inclasificable, mitad violenta, mitad antisistema, con la que no iría ni a cobrar una herencia. Pero me siento hispano, hispánico, hispanista, e hispaniol, y ahora que la gente concede al sentimiento más capacidad que a la razón, no creo que haya ningún problema en declararme ciudadano de la Hispanidad, si tal declaración no sonara más cursi que un clavel rosa engarzado en un corazón de merengue.
El Viejo Continente tiene su encanto. Sobre todo en los libros de Historia. Pero lo que realmente hace a un español sentirse español, es saber que en medio mundo te puedes entender con tu lengua, sin necesidad de mover las manitas como un idiota para preguntar dónde está el baño, como en cualquier restaurante alemán. En un mundo comunicado y globalizado, el idioma resulta una razón de peso para que un español mire antes a Florida que a Rabat, que es la capital del único país del mundo capaz de ser aliado y enemigo a la vez.
Hemos ido complicándolo todo demasiado. La idea del idioma era comunicarse y entenderse. No es práctico para nadie utilizarlo como frontera, ni mucho menos como arma política. El hecho de que haya cientos de lugares en el mundo en los que es imposible comunicarse sin aprender alguna extraña lengua local resulta muy enriquecedor para los filólogos, pero un dolor de cabeza para todos los demás, especialmente para los que tenemos la misma facilidad para aprender idiomas que un paraguas. Y fíjense. Adorando el castellano, si por mi fuera, todos hablaríamos en latín. Creo que la civilización contemporánea podría salvarse de su propio suicidio colectivo si volviéramos a estudiar latín, no como una lengua muerta, sino con la angustia que genera saber que sin ella no podremos comunicarnos con nadie. Aunque sólo sea por una cuestión estética, el latín nos hace a todos más hombres y menos bestias. Afina nuestro oído, ordena nuestra mente y, por el mismo precio, limpia de nuestros labios todas las tonterías que se han añadido al diccionario español en los últimos doscientos años. Que no son pocas.
La Hispanidad y el latín. No sé qué más reivindicar en una misma columna. El derecho a fumar. El derecho a que el Gobierno moleste lo menos posible. La cultura como búsqueda de la belleza. Oigan, ¿a dónde vamos con esa democratización cultural? Por culpa de los relativistas culturales ahora tenemos museos de arte contemporáneo llenos de basura, autores que no saben escribir vendiendo millones de libros, y cineastas analfabetos dando clases de moral, untados por gobiernos de todo el mundo en incomprensibles, excesivas, absurdas, e hipócritas ayudas al cine. En la mayor parte de los casos, la mejor ayuda pública al cine que podría concederse es subvencionar el circo, para que el espectador tenga alternativa de ocio al doloroso momento que atravesamos desde que John Wayne, Frank Capra, John Ford, y James Stewart doblaron la servilleta.
Estoy pensando si me queda alguien por molestar con este artículo y no caigo. No sé si he dicho ya que aborrezco a los franceses. Miami representa todo lo bueno de los Estados Unidos y todo lo maravilloso de la Hispanidad. Por eso creo que todos deberíamos mudarnos a vivir en Florida, hablar latín, e invertir en España. Para que todo este asunto funcione bien, es necesario que dejen de invertir en nuestro país los alemanes, los franceses, y esa legión de rusos tan sospechosos de todo, y vuelvan a confiar en nosotros los norteamericanos, los colombianos, los mexicanos, y todos aquellos que un día abrazamos para compartir un trozo de historia.
Noviembre del 2014. Es un momento genial para declarar la Hispanidad. España necesita una identidad que ha perdido, porque está enferma de estupidez territorial. Ustedes no lo saben bien, pero apenas quedan españoles que quieran serlo, y ni el presidente del Gobierno está demasiado seguro de ser español. Así que en Madrid, cuando paseas por la calles, con tantos recuerdos de lo que un día fue esta nación, sólo quedan ganas de alzar los ojos a la Historia y pedirle ayuda a aquellos hermanos del otro lado del charco, con los que compartimos las grandes cosas de la vida. Lo cantaba Julio Iglesias. Las mujeres y el vino. Y los libros, añado. Y la fe, puntualizo. Y el buen humor, zanjo. Deberíamos unirnos y acabar ya con toda esa farsa europea que nos han impuesto para sacarnos la plata, como se dice en la tierra de Bayly. ¡Viva la Hispanidad!
Del Gobierno y la monarquía, ya hablaremos. Envíenme un privado a Twitter.