Dos largos años cumple Leopoldo López en una cárcel en Venezuela, en una condena sin sentido y que obedece más a un capricho político, a una venganza del Gobierno de Nicolás Maduro que a otra cosa. Son dos años sin poder disfrutar de su familia, de poder compartir con su esposa Lilian Tintori ni con sus hijos Manuela y Leopoldo. Son más de 730 días en los que no ha habido Navidad, ni vacaciones, ni el poder despertar una mañana en la cama con su familia.
Y pese a ello, López sigue mostrando su entereza, su compromiso por una Venezuela mejor, donde puedan crecer sus hijos y donde exista libertad, democracia y tolerancia.
Acusado de delitos que jamás perpetró, inventos de Maduro y sus adláteres, tal como lo reveló el mismo fiscal de la causa, López sigue siendo un recordatorio del país que todos los venezolanos quieren, el de aquellos que colocan la felicidad del colectivo por encima de los intereses individuales.
La condena de López -criticada por muchos líderes del mundo que reconocen su sesgo político- es un moretón en el rostro de Maduro que jamás se podrá curar y que evidencia su verdadero talante, el de un hombre al que no le importan los conceptos de democracia y justicia.
Más allá de si la Asamblea Nacional logre ejecutar o no la ley de amnistía en la que trabaja para tratar de enmendar el galimatías judicial chavista, del que son víctimas López y otros presos políticos, la condena de este valiente caraqueño quedará en el registro de la historia venezolana como uno de los episodios más aciagos de un muy oscuro período de un país que, sin dudas, seguirá lamentando muchos años después haber elegido en 1998 a un militar para regir sus destinos.
Para López, mientras tanto, ojalá que esta cuenta se detenga pronto, que no supere los dos años en prisión y que pronto pueda estar de vuelta con su familia, y también en el ruedo político porque hoy en día, y más que nunca, Venezuela necesita a líderes de su envergadura.