Un atascto munumental. Así se pudiera definir lo que vive por estos días el Gobierno de Nicolás Maduro, el primer mandatario de Venezuela. Una inacción que está desangrando a un país, que hasta hace pocos años disfrutaba, como nadie, los altísimos precios del petróleo y que nunca pensó que aquella bonanza terminaría y hoy se viviera una escasez como jamás se había experimentado en esa nación.
Urge ponerse a trabajar, a buscar acuerdos y encontrar el camino hacia la puesta en práctica de medidas económicas sanas -aunque draconianas- para empezar a mover el aparato productivo del país. Es un esfuerzo monumental, pero que toca hacer. Maduro parece apostar a una fórmula que siempre lleva al fracaso, no hacerle caso al problema como si así fuese a desaparecer. Pero a medida que pasa el tiempo la crisis se incrementa. Porque el petróleo, ese maná que salvó a su predecesor Hugo Chávez, no volverá a aquellos precios de fantasía de más de 100 dólares el barril, especialmente ante la incursión de Irán en el mercado global.
Maduro ha demostrado ser bastante apto para la incompetencia. De asuntos económicos no es muy versado. Sus asesores tampoco lo son, o al menos no están dispuestos a contradecir a su jefe máximo, funesta práctica que se institucionalizó desde los días de Chávez.
Mientras tanto, en medio de esta pasmosa indolencia, el venezolano de a pie sigue sufriendo lo indeicible. Al principio de todo este caos las penurias eran para conseguir productos de "lujo". Ahora no hay nada. Ahora se asoman el hambre y la muerte.
Sin dólares para importar y después de haber desolado la industria nacional, el Gobierno no tiene la idea de cómo salir del profundo agujero donde tiene ahogada a la sociedad venezolana. Y lo peor es que tampoco desea hacerlo.