lunes 9  de  diciembre 2024
DE PELÍCULA

La inocencia en cautiverio

Si no fuera porque el drama del secuestro es demasiado poderoso en sí mismo, la situación serviría para explorar aún más cómo piensa un ser humano sometido al encierro

Por JOSÉ ANTONIO ÉVORA

Aunque parece basada más en una de las víctimas del secuestrador de Cleveland Ariel Castro, cuya mayor contribución a la sociedad fue suicidarse en la cárcel, la película Room viene del libro del mismo nombre inspirado en la tragedia de Elisabeth Fritzl, la austriaca que pasó 24 años secuestrada y sistemáticamente violada por su propio padre, Josef Fritzl, entre 1984 y el 2008. Su caso salió a la luz cuando el padre llevó al hospital a uno de los siete hijos que Elisabeth había concebido como resultado de las violaciones.  Entonces, por fin, alguien se dio cuenta de que algo raro estaba pasando.

Emma Donoghue, la autora del libro, escribió también el guion del filme y estuvo nominada a un Oscar. Pero quien se llevó la estatuilla a casa el mes pasado fue la actriz Brie Larson por su papel de Ma (así, simplemente Ma), la joven a quien un hombre rapta y mantiene en cautiverio largos años en un cuarto de herramientas en el patio de su casa. De las violaciones nace Jack, que será el narrador de la historia.

Asumir la perspectiva del niño como hilo conductor del relato era al mismo tiempo un riesgo y una apuesta de triunfo. Porque si salía mal, la película se vendría abajo por completo, pero si salía bien, todo el mundo iba a ganar. La mejor prueba de que ganó es el Oscar de Larson. Es inevitable preguntarse hasta qué punto el premio no le correspondía al niño actor Jacob Tremblay, que asumió el dificilísimo rol de Jack a los nueve años y va a cumplir 10 en octubre.

Jack, el personaje, no conoce otro lugar que ese, el estrecho espacio donde viven él y su madre y al que ambos llaman precisamente the room.  En medio de las difíciles circunstancias, ella se las ha arreglado para mantenerlo saludable, física y mentalmente, con ejercicios cotidianos y con historias según las cuales no hay otro mundo posible.  Todo lo demás es ficticio y existe sólo en la televisión. Por eso para Jack no hay diferencia entre un dibujo animado y un pájaro.

Si no fuera porque el drama del secuestro es demasiado poderoso en sí mismo, la situación serviría para explorar aún más cómo piensa un ser humano sometido al encierro desde su nacimiento hasta que adquiere uso de razón.  Al principio, los monólogos de Jack van por ahí. Afloran las inseguridades, los sentimientos de culpa y las dudas de alguien que no ha podido exponerse a los estímulos del contacto con la naturaleza; precisamente por eso una de las mejores escenas de la película tiene que ver con un vuelco en esas condiciones. Aparecerá también el trauma del Síndrome de Estocolmo. El caso es que, en todo momento, la actuación del niño actor Jacob Tremblay impresiona tanto como la tragedia que viven los personajes.

En el mundo del cine, el buen o el mal trabajo de los niños actores suele asociarse a la calidad del director. Una parte importante de esa eficacia depende no tanto de las presiones que ejerza el cineasta como de la libertad que logre hacerle sentir en la asunción de su personaje. Sería algo así como la fórmula del neorrealismo, aquella de usar gente de la calle para interpretar personajes de la calle, llevada al terreno más virgen posible. No por gusto decía Chaplin que bastaba poner un niño o un perro delante de la cámara para seducir a los espectadores. Pero el asunto va más allá. Me parece que Lenny Abrahamson, el director de Room, consiguió lo mejor de Tremblay con esa mezcla de libertad y responsabilidad que llamamos juego. Más que loable, lo que da el niño en su representación de una inocencia poderosa llega a ser desconcertante.

 Room salió en DVD con subtítulos en español el día 1ro de marzo, y se puede alquilar en Redbox, Netflix (que todavía no lo ofrece en streaming) y Amazon.

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