MIAMI.– En la mañana del miércoles el papa Francisco estaría recibiendo al presidente Donald Trump en su despacho en El Vaticano y probablemente trataría de convencerlo de que extender puentes es más útil que construir muros. Una tarea difícil que coloca a los observadores a la expectativa y a ambos jefes de estado en una situación difícil, ya que no se simpatizan mucho, según se desprende de las declaraciones de uno y el otro en el pasado.
De cualquier manera, lo que nadie espera es que el mandatario estadounidense haga una reverencia similar a la que realizó en Arabia Saudita, cuando el rey Salman bin Abd al-Aziz Al Saud le impuso el Gran Collar de la orden Rey Abdulaziz, la más alta condecoración civil del reino.
Hay quien opina que Trump se ha ablandado frente a los monarcas saudíes, luego de haberlos acusado durante la campaña electoral 2016 de propiciar los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 y haber criticado al entonces presidente Barack Obama de haber hecho una reverencia parecida en 2009.
“¿Quién destruyó las Torres Gemelas? No fueron los iraquíes. Fueron los saudíes. Miren a Arabia Saudita, publiquen los documentos”, dijo Trump el año pasado en el programa Fox & Friends, de la cadena Fox.
Desde entonces, muchas cosas han cambiado. Trump es el presidente y en su primer viaje oficial al extranjero decidió comenzar precisamente por Arabia Saudita e Israel, dos vecinos que no tienen unas relaciones ejemplares. En Riad, la capital saudita, el Presidente quiso dejar expuesta la necesidad de crear una amplia cruzada internacional contra el terrorismo desde los países árabes donde, es la percepción presidencial, se ha originado todo el terrorismo de índole islamista e extremista. “Nuestros países tienen la obligación de borrar de la faz de la tierra este flagelo”, dijo el mandatario, frente al rey Salman.
“El Presidente está, claramente, haciendo un esfuerzo para limpiar la mala imagen que tiene en el mundo árabe. Muchas cosas han sucedido, desde las restricciones de ingreso a los pasajeros de países de mayoría musulmana hasta sus pasados intentos de involucrar a todo el mundo árabe en una componenda contra el mundo occidental”, ha comentado el profesor de relaciones internacionales de la Universidad de Carolina del Norte, William Marshall, a la cadena CNN.
Perspectivas
Sin embargo, el discurso del Presidente no fue un alegato apasionado de una guerra de civilizaciones, sino que fue insertado en un lenguaje moderado y tradicional de la política exterior estadounidense. Aunque la rivalidad con Irán se mantuvo como un tópico importante en las conversaciones bilaterales, lo cierto es que la visita a Riad coincidió con la reelección del presidente iraní, Hassan Rouhani, considerado un moderado dentro de la cofradía de ayatolás que gobiernan el país persa. Esto llevó al secretario de Estado, Rex Tillerson, a anunciar al grupo de periodistas que acompañan a Trump, que él está dispuesto a reunirse con funcionarios de Teherán. “No de inmediato pero cuando haya oportunidad”, ha precisado.
En el fondo, lo que el viaje de Trump aportó a los saudíes fue la tranquilidad de que Estados Unidos seguirá dando ciertos privilegios al régimen saudita, pese al desastroso récord de derechos humanos y discriminación de las mujeres. Todo esto tuvo un precio. “Este acuerdo solo representa una cosa. Trabajos, trabajos y más trabajos”, manifestó el presidente Trump tras firmar el acuerdo de la venta de armas que supera los 100.000 millones de dólares.
Pero hay más. Un día antes del inicio del viaje presidencial, el multimillonario Stephen Schwarzman, uno de los principales contribuyentes de la campaña de Trump, logró un contrato inicial de 20.000 millones de dólares con los saudíes para invertir en infraestructura en Estados Unidos, a través de la firma Blackstone. Se trata de un acuerdo que, según comienzan a especular algunos observadores, podría llegar a los 100.000 millones.
Como señala el periódico The New York Times, “las preocupaciones sobre derechos humanos suelen ser una barrera para el comercio” para el Presidente. Es por ello que Trump dejó claro durante la cumbre con los líderes de la región: “No estamos aquí para darles una lección. Tampoco para decir a otros pueblos cómo deben vivir, qué hacer, cómo ser o qué religión tener. Estamos aquí para ofrecer una asociación basada en valores comunes e intereses y lograr un mejor futuro para todos”.
Israel
El siguiente paso fue Israel, adonde Trump llegó con una quimera en la mente: lograr la paz definitiva entre palestinos e israelíes. “Es uno de los arreglos más difíciles que hay. Pero, eventualmente lo lograremos”, concluyó el mandatario.
Los hay optimistas, como el profesor de la Universidad Hebrea de Jerusalén, Mauricio Diamant: “Si Estados Unidos logró que Irán haya firmado un acuerdo (de desnuclearización) , ¿cómo Trump no lo va a lograr?”.
Asimismo, el profesor enfatizó que la visita del presidente de Estados Unidos a Israel “ha despertado muchas expectativas” en “todas las fuerzas del arco político” interesada de sobremanera en como “se irá a proyectar” en el futuro.
Lo que le interesa al Gobierno israelí es frenar la expansión de la influencia de Irán en la región. Es por ello que el plan de acción que Trump puso sobre la mesa en la cumbre regional en Arabia Saudita le da una cierta esperanza a Jerusalén. “Por mucho tiempo la prioridad de Israel ha sido la amenaza iraní. Este nuevo rumbo, que la administración de Trump da en el sentido de frenar la hegemonía de Irán, es muy significativo para Israel”, ha estimado el antiguo director general del ministerio de Exteriores de Israel, Dore Golde.
Primero el país de La Meca, después el del Muro de las Lamentaciones y más tarde la Plaza de San Pedro. Aunque sea por el simbolismo, la primera visita del presidente al exterior ha logrado abarcar a tres religiones. Si no es un récord, al menos es ‘un buen puntaje’.