Lo primero que deja claro es que en Israel esa frase no circula. “Esto no es un acuerdo de paz. Nadie cree que la paz está en camino”, afirma con absoluta convicción. Lo que sí se percibe, según describe, es una emoción contenida, casi física, ante el retorno de los rehenes. “Hay alivio y alegría. Eso domina todo lo demás”.
Trump, el factor decisivo
Asimismo, el analista no duda en señalar el rol de Estados Unidos como el elemento que definió el desenlace. “La intervención norteamericana fue total.” Según explica, una parte importante de la sociedad israelí interpreta que la decisión más acertada que tomó el primer ministro Benjamin Netanyahu fue ceder ante la presión de Washington. “Para muchos, lo mejor que hizo fue rendirse a la presión de Trump que llevó a este resultado”.
Por eso, la figura del mandatario estadounidense no genera controversia en este contexto. “Todos ven a Trump como el protector de Israel. No hay nadie que diga algo en su contra ahora”, asegura.
Desde esta perspectiva, Jorge Luis Sánchez Grass, analista conservador y conductor de Sánchez Grass en América —programa transmitido por Univista TV, Mega TV y Radio Mambí—, enfatiza que la influencia del país norteamericano marca la diferencia frente a otras potencias. “Cuando EEUU se involucra con fuerza, los actores regionales reaccionan. Trump lo entendió: presión clara, resultados rápidos. Estados Unidos ha regresado al liderazgo mundial, y en Medio Oriente están convencidos de ello. El día que Trump ganó las elecciones, los carceleros asesinos de Hamás dejaron de escupirles en la cara a los rehenes. Decían abiertamente que preferían a Kamala Harris. Querían una autoridad débil, porque saben que con Trump en el poder habría presión máxima. La influencia de Estados Unidos es distinta y mucho más efectiva: es una potencia que promete y cumple. El resto de las potencias globales están mirando hacia Estados Unidos, por eso Estados Unidos es la respuesta hoy.”, comenta.
Para el reconocido periodista cubano, excluir al principal árbitro internacional tiene profundas implicaciones, y evidencia cómo la estrategia estadounidense bajo Trump se distancia de administraciones previas. “No se trata solo de diplomacia formal, sino de aplicar la influencia de manera concreta. La región responde a la acción decidida, no a los discursos; por eso la tregua se logró tan rápido”, afirma.
Agrega: “Los riesgos en la zona son persistentes. La comunidad internacional parece haber aceptado que Medio Oriente es un polvorín que detiene el progreso global con crisis constantes. Biden, en cambio, relegó estos asuntos, demostrando una indiferencia que refleja su mediocridad presidencial, lo que terminó fortaleciendo al terror. Trump, en contraste, necesitó apenas nueve meses para alcanzar la tregua. No será definitiva —casi nada lo es—, pero es necesaria y eficaz. Su éxito radica en confiar en los negociadores: ha perdido la fe en los diplomáticos tradicionales. Los respeta, pero los utiliza con menor frecuencia.”
Contexto histórico y geopolítico
El conflicto israelopalestino es largo y complejo, marcado por guerras, intifadas y rehenes que generan un impacto directo sobre la vida civil. Cada decisión política tiene consecuencias inmediatas en la seguridad y estabilidad regional. La reciente liberación de rehenes no es solo un hecho humanitario; también refleja la importancia de la influencia externa para encauzar tensiones históricas.
La firma de los Acuerdos de Abraham en 2020 marcó un antes y un después en la diplomacia del Medio Oriente. Fue durante la administración de Donald Trump cuando Israel logró establecer relaciones formales con Emiratos Árabes Unidos, Baréin, Marruecos y Sudán, sin recurrir al modelo tradicional de concesiones territoriales ni negociaciones interminables. Más allá de simpatías políticas, lo cierto es que se trató de una jugada estratégica que modificó el equilibrio regional, redujo el aislamiento israelí y abrió canales de cooperación en defensa, tecnología y comercio. En menos de un año, la Casa Blanca alineó intereses árabes e israelíes con un enfoque pragmático, alejado de la diplomacia ceremonial que había fracasado durante décadas.
Mientras tanto, la administración Biden heredó ese andamiaje sin mostrar el mismo impulso. Los acuerdos no se desmantelaron, pero tampoco se promovieron con protagonismo. El contraste es evidente: cuando Estados Unidos se involucra con decisión, los actores de la región reaccionan; cuando se repliega o actúa con tibieza, el terreno lo ocupan la incertidumbre, el extremismo o las alianzas oportunistas. Esa diferencia de estilo y resultados explica por qué varios analistas, entre ellos Jorge Luis Sánchez Grass, insisten en que apartar a Washington de la ecuación no solo debilita los procesos de paz, sino que abre espacios a la inestabilidad.
Los recientes movimientos en la región muestran que la estrategia iniciada bajo Trump sigue teniendo efectos palpables. Los Acuerdos de Abraham no se limitan a los compromisos firmados hace tres años: han generado un marco para nuevas negociaciones y acercamientos entre países árabes e Israel, con la posibilidad de sumar a otros actores regionales. Una muestra que cuando Estados Unidos ejerce un liderazgo activo, es capaz de encauzar tensiones históricas y lograr treguas funcionales, incluso en contextos marcados por el extremismo de grupos como Hamás o la presión de Irán. La diferencia, subraya Sánchez Grass, “radica en la presencia decisiva de un presidente como Trump: sin ella, los conflictos resurgen y la región vuelve a ser un polvorín que amenaza la estabilidad global.”
Consenso solo sobre rehenes
Las divisiones políticas dentro de Israel no desaparecen, pero quedan suspendidas ante un punto central: la recuperación de los secuestrados. Ni el gobierno ni la oposición, ni la derecha ni el centro, se atrevieron a cuestionar esa meta. “Las diferencias con el gobierno dependen de la posición ideológica, pero todos aprueban lo que se hizo: recuperar a los rehenes”., apunta Alberto Spektorowski.
Sin embargo, aclara que ese respaldo no fortalece al oficialismo. “Las encuestas no se mueven. Son consistentes en que habrá cambio de gobierno”, puntualiza.
Liberación de palestinos
El intercambio incluyó la excarcelación de palestinos presos, algunos con condenas de cadena perpetua. Ese punto genera incomodidad, pero no protestas. “A nadie le gusta, pero se sabe que no hay remedio”, sostiene el analista. La sociedad lo vive como una carga inevitable. “Hay resignación total”, resume.
El dilema está acompañado de inquietud. Los riesgos no se ocultan. “Se sabe que los liberados se van a dedicar al terror. Pero si no fueran estos, serían otros. A la larga no agrega ni quita”, explica. El Estado, advierte, ya prevé mecanismos de control. “Habrá seguimiento constante. Se sabe que tarde o temprano tendrán que ejecutarlos”, afirma con crudeza.
Tensiones sin ruptura
Las facciones más duras dentro de la coalición de gobierno están incómodas, pero no en posición de ruptura. “Los sectores de la derecha radical están muy desconformes, pero no tienen a dónde ir. Si se van del gobierno pierden toda influencia y no tienen coalición alternativa”.
Tregua, no transición
La palabra paz no circula porque nadie la cree cercana. “Todos saben que es una tregua frágil”, sentencia Spektorowski. Y lo que viene, advierte, será aún más complejo. “El desarme de Hamás es el punto más difícil de resolver”.
El alivio es palpable, pero no se traduce en esperanza. No hay triunfalismo ni épica diplomática; lo que domina es la conciencia de un logro puntual: se ganó tiempo y se salvaron vidas, aunque el conflicto permanece latente. Como subraya el politólogo, el mundo debe saber que “la sociedad celebra este respiro sin dejarse llevar por falsas ilusiones.”