Han pasado ya dos meses desde aquel 19 de octubre que quedó inscrito para siempre en la historia espiritual de Venezuela. No fue solo una fecha litúrgica ni un acto solemne en la Plaza de San Pedro: fue el reconocimiento universal de una santidad que el pueblo venezolano había intuido, vivido y celebrado durante generaciones. José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles, nuestros dos primeros santos, fueron elevados a los altares, y con ellos también fue elevado un anhelo profundo de esperanza, reconciliación y dignidad del pueblo venezolano.
Desde esta columna, Desde el Vaticano, quiero detenerme hoy en dos momentos particularmente hermosos y reveladores de ese proceso histórico. Dos escenas distintas, pero íntimamente conectadas, que ayudan a comprender la hondura espiritual y humana de lo vivido.
El primero tuvo lugar en el Palacio Apostólico del Vaticano, en una entrevista exclusiva que tuve el privilegio de realizar al cardenal Pietro Parolin, Secretario de Estado de la Santa Sede y profundo conocedor del alma venezolana. Parolin no habló como un diplomático distante, sino como alguien que guarda a Venezuela en el corazón desde su tiempo como nuncio apostólico.
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Al reflexionar sobre la canonización de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles —las primeras que preside el papa León XIV— el cardenal fue claro: la Iglesia no “crea” santos, los reconoce. Reconoce en ellos la perfección de la caridad, la vivencia radical del Evangelio en lo ordinario de la vida. Y subrayó algo esencial: estas canonizaciones son un llamado directo al pueblo venezolano para que encarne, en su propia historia herida, el ejemplo de estos dos grandes testigos.
Parolin recordó con emoción la devoción popular hacia José Gregorio Hernández, una devoción que lo impactó desde su llegada a Venezuela. Historias de hospitales, de consuelo silencioso junto a camas de enfermos, de gratitudes repetidas durante décadas. También evocó las dificultades del proceso canónico, los años necesarios para documentar esa fama de santidad que el pueblo ya daba por cierta. En contraste, habló de Carmen Rendiles como una santidad más discreta, menos ruidosa, pero profundamente fecunda: una mujer entregada, fundadora, educadora, sembradora paciente del bien.
Enmarcando todo en el Jubileo de la Esperanza, el cardenal Parolin fue directo: los santos son siempre motivos de esperanza porque nos dicen que sí es posible vivir el Evangelio hasta el final. En medio de las dificultades de Venezuela estas canonizaciones son una invitación a no rendirse.
La audiencia privada con Papa León XIV
El segundo momento que deseo compartir se vivió al día siguiente de la canonización, lejos de los grandes protocolos, pero cargado de una fuerza simbólica conmovedora. El periodista Gerardo Gutiérrez entrevistó a Cristóbal Hernández Bluntzer, sobrino nieto de José Gregorio Hernández, quien junto a once miembros de su familia fue recibido en audiencia privada por el papa León XIV.
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La narración de Cristóbal no necesita adornos: habla por sí sola. Una invitación inesperada, gestada desde instancias de la Iglesia en Estados Unidos; un llamado repentino de la seguridad vaticana; un automóvil que los conduce por pasillos reservados hasta encontrarse, cara a cara, con el Papa. No en una audiencia multitudinaria, sino en un encuentro personal, cercano, profundamente humano.
Cristóbal describe al papa León XIV como un hombre que irradia serenidad, cercanía, normalidad. Un pastor que agradece a la familia por haber venido, que escucha, que bendice, que entrega un rosario. En ese relato emerge también la figura entrañable de doña Josefina “Chispa” Hernández, madre de Cristóbal, fallecida poco antes de la canonización. Fue ella quien durante toda su vida sostuvo, defendió y difundió la causa de su tío con una fe inquebrantable. “Espero estar viva para cuando lo hagan santo”, repetía. No lo estuvo físicamente, pero su hijo lo dice con una certeza que estremece: “ella estaba allí, de otro modo, acompañando desde el cielo”.
La entrevista revela algo fundamental: para la familia, José Gregorio no era una “figura histórica” ni una estampa piadosa, sino un tío cercano, presente, cotidiano. Solo al ver su retrato colgado frente a la basílica de San Pedro, ante más de setenta mil personas, Cristóbal comprendió la dimensión universal de esa santidad doméstica. Ese “tío José Gregorio” era ahora patrimonio espiritual del mundo.
Dos meses después, estas dos escenas —la reflexión lúcida del cardenal Parolin y el testimonio sencillo de una familia— se entrelazan como claves de lectura de lo ocurrido. La santidad no es una abstracción ni un privilegio inalcanzable. Es una forma concreta de amar, de servir, de perseverar. En un médico que atendió a los pobres. En una religiosa que educó y fundó. En una mujer que rezó toda su vida convencida de que la santidad de su tío sería reconocida. En un pueblo que no dejó de esperar.
Desde el Vaticano, y con Venezuela muy presente, esta canonización sigue hablando. Y sigue llamándonos a no perder la fe. ¡Feliz Navidad! "DESDE EL VATICANO: SANTOS VENEZOLANOS"
En estas Navidades te recomendamos ver la serie “Santos Venezolanos” para vivir este tiempo de paz y de reconciliación de la mano de José Gregorio Hernández y Carmen Rendiles.