Con aproximadamente 3.000 muertos hasta el momento (cifra que debe continuar en alza), según las siempre dudosas cifras oficiales, la pandemia del coronavirus que enfrenta China nos viene a recordar por su mortalidad y misterio que las pestes medievales, a pesar de la tan cacareada modernidad, no son sólo asunto del pasado histórico o del presente como tema fílmico o literario, sino una pesadilla recurrente.
Las autoridades del régimen chino han registrado 427 casos nuevos de coronavirus y declarado que 47 personas han muerto este último viernes de febrero a causa del brote en el país. De estas muertes, 45 han tenido efecto en la provincia Hubei, donde se encuentra Wuhan, epicentro del virus, una en Beijing y otra en Henan. Así mismo ese viernes se registraron otros 248 casos sospechosos de coronavirus y unas 2.885 personas han sido dadas de alta tras recuperarse de la infección. Mientras, siempre según las autoridades, el número de casos graves ha disminuido en 288 de un total de hasta los 7.664. En total, el Ministerio de Sanidad dijo que 1. 418 personas son sospechosas de estar infectadas por el virus. Hasta ese viernes, 39.002 personas recibieron el alta médica de diferentes hospitales tras recuperarse del coronavirus.
Ahora tan aterrador como el mismo coronavirus es que China, como toda dictadura comunista, parece más empeñada en controlar y manipular la información acerca de la realidad de la pandemia -de cara al interior y el exterior del país- que en frenar sus efectos en la desprevenida población y el extranjero. La idea de que las tasas de infección en China están bajando debe verse con sumo escepticismo, mientras que la noción de que el virus se originó fuera de China no está respaldada por datos confiables. Estas dos fundamentales desinformaciones responden a las conveniencias políticas del régimen y son tan peligrosas como la enfermedad misma porque difunden apreciaciones erradas que dificultan los esfuerzos imprescindibles y apremiantes para comprender cómo es que comenzó el virus y cómo hay que detenerlo.
Desde que empezó la pandemia, la principal preocupación de China no ha sido la población sino silenciar a los críticos y minimizar los informes sobre su magnitud. Así, en enero, como si no bastara ya con el terror de la pandemia el régimen comunista utilizó la coacción de la fuerza gubernamental contra la población para procurar contener la propagación interna de la pandemia. Lo importante para China no es tanto impedir la expansión de la pandemia como vender la imagen de que todo está bajo control y reactivar su economía.
El siete de febrero The New York Times informaba que el régimen chino ha tomado medidas drásticas contra los medios de comunicación en un esfuerzo por controlar la narrativa sobre la crisis que se ha vuelto un desafío para los dirigentes comunistas. En estos días los medios de comunicación dirigidos por el Estado han recibido instrucciones de enfocarse en historias positivas sobre los esfuerzos de las autoridades por contener el virus. En consecuencia las plataformas de internet han tenido que eliminar una variedad de artículos que sugieren la existencia de deficiencias en el enfrentamiento gubernamental a la pandemia.
Mismo modus operandi que se vio en la extinta URSS con el desastre nuclear de Chernobyl y en Cuba con el SIDA, por poner dos ejemplos puntuales. El secretismo soviético acerca de la catástrofe permitió que tras el accidente nuclear entre 600 000 y 800 000 voluntarios se presentaran para aislar el núcleo del reactor, sin saber la verdad sobre lo que les podía suceder después, tentados por ofertas de dinero y hasta por ser eximidos del servicio militar en Afganistán. Se llegó a decir, mito probablemente inducido por el régimen, que los efectos tóxicos de la radiación podían neutralizarse tomando vodka, vino o copiosas cantidades de cerveza.
El secretismo isleño acerca del SIDA y las medidas policiacas (las personas sospechosas de estar infectadas, sobre todo homosexuales, eran aparatosamente atrapadas en público, o en su casa, y metidas dentro de una bolsa amarilla y llevadas en una ambulancia militar hacia un centro de internamiento nombrado Los cocos en calidad de detenidos) fomentaron una falsa sensación de seguridad entre la población joven que seguía con su desordenada vida sexual sin usar siquiera preservativos porque, recuerdo que se aseveraba, los sidosos están encerrados en Los Cocos y, por otro lado, los turistas extranjeros continuaban viajando a la isla como a un paraíso impune ante la epidemia.
Ahora Cuba, y su adlátere Venezuela -a instancias de China quizá-, andan en las de aseverar que el coronavirus es un arma biotecnológica creada por la CIA para dañar a la nación asiática, pero lo que no dicen ni Cuba ni Venezuela, y menos China, es que el virus podría provenir de unos laboratorios de máxima seguridad situados en la ciudad de Wuhan, epicentro de la epidemia como hemos señalado, a unos escasos 300 metros del mercado de Huanan donde comenzaría la pandemia, y que el mismo podría haber sido creado adrede o producto de algún accidente. Como el nombrado laboratorio cuenta con investigadores que estudian nada menos que los virus relacionados con los murciélagos –supuestos causantes de la enfermedad-, se convirtió por lógica en blanco de las sospechas por parte de sitios de internet que han argüido que no sería para nada un sinsentido el considerar la posibilidad de que la pandemia pudo haber escapado del laboratorio o ser un arma biológica que salió mal.
Taiwán por su parte elevó la respuesta a la epidemia a su nivel más alto, un día después de que el presidente de Estados Unidos, Donald Trump, puso a su vicepresidente, Mike Pence, a cargo de la respuesta de su país ante la inminente crisis de salud mundial. Pero antes, a comienzos de febrero, el Gobierno prohibió el ingreso de ciudadanos chinos a la isla, mientras que personas provenientes de Hong Kong y Macao deberán someterse a una cuarentena de 14 días, en medio de las preocupaciones por la propagación del brote de coronavirus en China y otros países.
El Centro de Comando Epidémico Central, CECC, impuso la prohibición total a los chinos que viajan a la isla desde China continental. En medio de una escasez de máscaras faciales, el CECC comenzó a racionar la venta de máscaras a dos por persona durante un período de siete días, al tiempo que exige al público presentar identificaciones de seguro médico al comprarlas en las farmacias. Así, gracias a las medidas tomadas, hasta el último viernes Taiwán ha reportado nada más que 32 casos de contagiados y solo un fallecido, un hombre de unos sesenta años enfermo de diabetes y hepatitis B, mientras que cinco pacientes consiguieron recuperare completamente.
Después de la experiencia de lidiar con el SARS en 2003, el Gobierno de Taiwán está haciendo esfuerzos máximos para prevenir nuevos brotes en la isla.
Taiwán, que se esperaba que fuera particularmente vulnerable al virus debido a su proximidad a China, lo ha estado conteniendo de manera ejemplar. Con el primer contaminado en su territorio, Taiwán alertó de inmediato a China y a la Organización Mundial de la Salud, OMS, sobre el caso. El ministro del CECC también organizó sesiones informativas casi todos los días para informar al público sobre los últimos acontecimientos relacionados con el virus y los planes del Gobierno para abordarlo.
Este alto nivel de transparencia ha ayudado a contener el pánico en Taiwán y ha aumentado la confianza del público en la respuesta del Gobierno, así como la conciencia de las medidas de prevención.
Sin embargo, a pesar de ello, Taiwán fue excluido de las reuniones de emergencia de la OMS, sobre la nueva crisis de coronavirus. De hecho, a Taiwán se le ha denegado el permiso para asistir a la Asamblea Mundial de la Salud y a las reuniones técnicas y de expertos de la OMS desde 2016, debido a los intentos agresivos de China comunista por limitar la participación en el escenario internacional de Taiwán. Todo ello mientras la OMS no para de elogiar la labor de China en el combate al coronavirus, sin reparar en las violaciones a derecho humanos que con ese pretexto ha acometido y sin poner en duda el falseamiento de la información que lleva a cabo el régimen en sus estadísticas sobre la enfermedad. De modo que, mientras margina a Taiwán, la OMS se ha convertido en un facilitador de la campaña de desinformación de Beijing en lugar de actuar para contrarrestarla.
A finales de enero, el Comité de Emergencia del Reglamento Sanitario Internacional, perteneciente a la OMS, emitió un comunicado en que halagaba nada menos que la transparencia del régimen chino. A comienzos de febrero el Director General de la OMS, Tedros Adhanom Ghebreyesus, elogió la estrategia de China y le dio crédito por presuntamente prevenir aún más casos. Ante el accionar de la OMS nos surgen acá ciertas interrogantes. ¿Será simplemente que la OMS ama a China y odia a Taiwán? ¿Será que ama a China por comunista y odia a Taiwán por nacionalista? ¿O será sólo que China es, según el diario The National Interest, el segundo donante más importante con que cuenta la OMS después de EE.UU?
Armando de Armas: Escritor exiliado, Santa Clara, Cuba, 1958, autor en los géneros de periodismo investigativo, ensayo, narraciones y novelas. Entre sus libros destacan la novela La tabla, una abarcadora novela sobre la sociedad isleña, y Los naipes en el espejo, un ensayo sobre la historia de los partidos políticos estadounidenses que augura además el triunfo electoral de Donald Trump en 2016 y un profundo cambio de época en el mundo occidental.