Especial
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Orlando López-Selva
Volvimos a tomar el bus para ir a un almuerzo con el Viceministro de Relaciones Exteriores Miguel Li-Jei Tsai. El encuentro era en un edificio de salones separados. Todos los comedores de los taiwaneses, para estos casos, son salones circulares, como sus mesas. ¿Acaso no es una cultura que asume que todo gira alrededor de ellos, la Tierra del centro del mundo?
Al llegar me agradó ver a un par de amigos. A Carlos Liao (embajador), a quien había conocido hacía 22 años; él, en su primera misión diplomática; yo, en mi trabajo como Director de Política Exterior para Asia. Carlos ahora tiene el pelo blanco. Es un taiwanés delgado, con buen sentido del humor y una memoria extraordinaria. Podía recordar detalles mínimos, milimétricos. Nunca olvidaré que cuando nació mi hija, Amina, se presentó a la casa a dejarnos un par de regalos enormes y curiosos.
Lo más extraordinario de Carlos, no obstante, era su español que, sin dudas había sido pulido con cincel literario. El siempre recordaba libros, autores, personajes. Después de una conversación rápida, me contó que estaba por retirarse. Era incuestionable que la cancillería taiwanesa tenía en él a un gran diplomático y patriota al servicio de su país.
El otro amigo era Jaime Chuang, ahora encargado de la Oficina Comercial para Centroamérica (CATO, por sus siglas en inglés). A él le conocía desde hace unos 10 años. Jaime era un diplomático serio, de porte juvenil, no tan alto; pero también de memoria prodigiosa. Excelentes habilidades sociales y diestro en el manejo de las cifras y las estadísticas.
La comida comenzó con un brindis ―Chardonay chileno. Estuve sentado entre, mi amigo Carlos y el embajador Lee ―un taiwanés muy alto, de aspecto sajón, que si no fuera por los rasgos de sus ojos, habría pasado como francés. El embajador Lee me contó de su larga estancia en Estados Unidos; su pulcro y sólido inglés confirmaba ese antecedente. Me hizo preguntas inteligentes sobre la situación en Venezuela y el resto de países en los que Taipéi había encontrado no “amigos” aliados, sino maleados.
Frente a mi quedó el vicecanciller. Otro taiwanés de aire muy occidental, gestos finos que mezclaba con sus palabras, anécdotas y buen humor. Intercalaba el inglés en su discurso en mandarín. Era un diplomático de porte natural.
Hubo palabras del señor Vicecanciller. Las traducía Luis Chong, un taiwanés nacido en Panamá que hablaba un español impecable: con los tonos y expresiones tan simpáticos que tienen todos los canaleros.
Los discursos diplomáticos son largos. Y quieren recogerlo todo: sentimientos, razón, lazos, verdades, afinidades, y futuro en común. Son como machotes de guiones. Ya había estado en ese mundo por varios años. Aprendí a asumir el lenguaje con predecible suspicacia. Al final, todo tiende al humor y el cariño. El desenlace es casi poético.
Nuestros anfitriones hicieron gala de su variada haute cuisine. ¿Podíamos estar en ese país seis meses y no repetir platos? Es probable. A lo largo de sus miles de años, esta cultura había aprendido a llevar una profunda vida interior (espiritualidad), aprovechar todos los recursos al máximo (pragmatismo) y a ser personas de bien (bondad). Es mi valoración. Asumo los riesgos.
¿Y es que los taiwaneses tienten defectos? Pues claro que los tienen. Y los he de encontrar. Pero ésta mi visita, además de ser una re-exploración, me tenía todavía descubriendo, más que en mis primeros viajes, donde todo fue protocolo y rigor político. Ahora me sentía más libre para ver, valorar y sentir el mundo con ojos más maduros.
Recordé la frase de un gran escritor hindú, Vicram Seth que decía: “A veces vago por el mundo solo para acumular material para futuras nostalgias”.
Si hay algo que creo que nos sigue corroyendo en Occidente es la arrogancia. Bertrand Russell, sin dudas un gran pensador británico ―matemático, filósofo, escritor―, afirmaba que solo en Occidente están demostradas dos cosas: la creación del pensamiento científico y la enunciación de un pensamiento filosófico sólido.
¿Entonces no se les puede llamar filósofos a Lao Tzé, Mencio, o a Confucio? Siento un relativismo oeste-chovinista.
Si mal no recuerdo Schopenhauer, Nietzsche y Albert Schweitzer (entre otros) tomaron mucho del pensamiento oriental. ¡Y cuántos otros pensadores más hubo bajo esa influencia, que no sé o recuerdo!
Dudo que los pueblos chino, japonés o el hindú ―para mencionar a unos pocos― que han producido gran cantidad de obras de pensamiento profundo, no merezcan la etiqueta filosófica.
Igual sucede con la pintura y la literatura. Casi todos los movimientos pictóricos franceses y alemanes tuvieron algo de la influencia japonesa, por ejemplo. En la literatura es parecido. ¿Qué seríamos sin Las mil y una noches, El Mahabarata, el libro de los Vedas, la poesía persa de Omar Khayyán, etc., que tienen tanto de fantasioso como de espiritual, y han ejercido una influencia profunda en nuestras letras?
¿Es Ezra Pound el poeta occidental más influenciado por la literatura china?
¿El fin de la historia llegará cuando Occidente y Oriente se den la mano y confluyan en un solo sistema de valores, desarrollo y sistema político?
Sin dudas, el pueblo chino aportará mucho. ¿Pero, en realidad, los occidentales hemos tenido acceso a todas las fuentes históricas y literarias de esa civilización milenaria?
Seguía regurgitando este asunto en mi mente. Primero, debía absorber la cultura taiwanesa ―y luego tratar de comprender su sentido― mientras me asombraba. Todo lo palpado, visto u oído contribuía. Este no era un país oriental únicamente. Era un país-civilización que había entrado en la modernidad con un grado de impulso occidental. Y muy ejemplar.
En mi cabeza seguían las preguntas.
¿Qué más esperaríamos de Taiwán? ¿Sería en el futuro solo una referencia de un país que pasaría a ser provincia de un dragón voraz? ¿Solo el instinto de sobrevivencia determinaría sus valores? ¿Debía estar supeditada por su realidad: sobrevivencia, luego continuar el progreso, y mantener la autenticidad, a pesar de las amenazas y presiones de Beijing?
Sostengo: Taiwán no debe ser otro Hong Kong.