Por Julián Schvindlerman
Por Julián Schvindlerman
El viaje del presidente Donald Trump a Israel fue exitoso. Los israelíes pueden estar tranquilos ahora. En las vísperas del viaje no lo estaban. La confusión que rodeó la sola determinación de si el Muro de los Lamentos -el foco milenario de las plegarias hebreas- estaba ubicado en Israel, o no lo estaba, fue algo surrealista. Un diplomático del consulado americano en Jerusalem puso en marcha el gran lío cuando, en una conversación telefónica con oficiales israelíes, enojadamente aseguró que el Muro de los Lamentos “no es vuestro territorio”. Eso obligó a la Casa Blanca a fijar su postura. Lo que sucedió a continuación fue bastante caótico.
El asesor de Seguridad Nacional H.R. McMaster declinó contestar a una pregunta directa si el gobierno de los Estados Unidos consideraba que el Muro de los Lamentos estaba dentro del territorio israelí. McMaster indicó que la pregunta “suena como una decisión política” y remó para otro lado. Unas horas más tarde, el secretario de Prensa de la Casa Blanca Sean Spicer dijo a los periodistas: “El Muro de los Lamentos es obviamente uno de los sitios más sagrados en la fe judía. Está claramente en Jerusalem”. Por su parte, la embajadora ante las Naciones Unidas Nikki Haley remarcó con típica lógica que “siempre hemos pensado que el Muro de los Lamentos era parte de Israel”. En medio de la controversia aterrizó en el estado judío el flamante embajador norteamericano David Friedman; del aeropuerto se dirigió directamente a rezar al Muro de los Lamentos. El tema parecía estar cerrado.
Pero cuando consultaron al respecto al secretario de Estado Rex Tillerson, con astucia respondió que “el muro es parte de Jerusalem”, eludiendo definir si estaba dentro de Israel. No obstante, Tillerson dejó entrever su parecer al afirmar durante el vuelo desde Arabia Saudita que la segunda escala del viaje presidencial sería “Tel Aviv, hogar del judaísmo”. El aeropuerto internacional de Israel está ubicado a unos quince kilómetros de esa ciudad, así es que podemos suponer generosamente que fue una asociación libre. Aun así, Trump no planeaba visitar Tel-Aviv, al limitar su estadía de 28 horas solamente a Jerusalem.
Finalmente fue Donald Trump quién definió su posición personal y la de su gobierno al convertirse en el primer presidente en funciones en visitar el sitio más sagrado de los judíos en la capital de la nación, y decir durante un discurso posterior: “Jerusalem es una ciudad sagrada. Su belleza, esplendor y herencia son como ningún otro lugar en la Tierra. Qué herencia. Qué herencia. Los vínculos del pueblo judío con esta Tierra Santa son antiguos y eternos. Se remontan miles de años, incluyendo el reinado del Rey David cuya estrella ahora flamea con orgullo en la bandera blanca y azul de Israel”.
El mandatario norteamericano también visitó Belén, donde se reunió con el presidente palestino Mahmud Abbas. En este caso, no hubo polémica alguna acerca de dónde queda Belén, si es parte de Palestina o no. Un ciudadano israelí, Ysrael Medad, sí se lo preguntó y halló la respuesta en la biblia cristiana, escrita cinco siglos antes que el Corán. En Mateo 2:1 se indica que “Belén [está] en Judea”. De la región de Judea (la actual Cisjordania) deviene el nombre de quienes la habitaban entonces, los judíos. En Mateo 2:20 se lee que Judea está en “La Tierra de Israel”. Pero mejor no confundamos a los diplomáticos con la historia, ocupados como están dilucidando si el Muro de los Lamentos está en Jerusalem, si Jerusalem está en Israel, y si esta ciudad es la capital del país.