viernes 31  de  enero 2025
Smith

Adam Smith 

Según Smith, los obstáculos mayores para el libre mercado son los monopolios, los controles y los subsidios que lo distorsionan y encarecen
Por LENÍN MORENO

Se imaginaba la esencia humana como era la de él, deseosa de complacer a los demás y con una repulsión natural a causarles daño u ofenderlos.

Hombre de profundas convicciones, no es casual que su primer libro conocido se titulara “Teoría de los sentimientos morales” en el que, inspirándose en ideas de Francisco Hutcheson y de su querido amigo el filósofo David Hume, entre otros, habla del instinto de sociabilidad y del de empatía, esa tendencia natural a ponerse en el lugar del otro que tienen los seres humanos, y que es el engranaje que les permite -libres de egoísmos- mantener férreos lazos de unión.

Nació en Escocia, cerca de Edimburgo. Era conocido por su carácter afable, sus costumbres austeras, y por sus frecuentes despistes de la realidad. A veces abandonaba conversaciones sin que los interlocutores se dieran cuenta de ello; se comentaba que era común encontrarlo en los caminos o playas, en salida de cama, o muy lejos de lo que se supone era su trayecto habitual. Huérfano de padre a temprana edad, su madre fue su protección, compañía y tierna cómplice de aventuras intelectuales.

Era un hombre de amplios intereses (filosofía, ética, política, literatura antigua y moderna, lingüística, ciencias naturales…) de lenguaje cristalino, sin adornos que -lejos de explicar- más bien confunden, para que lo entienda el común de los mortales y no únicamente un grupo de iniciados.

De David Hume tomó la idea de que la civilización provenía, en principio, de ese instinto natural de poseer bienes, es decir de la propiedad privada. Y que esta era el motor del desarrollo, el incentivo mayor del progreso. Desdeñaba la rentabilidad latifundista, por ser uno de los males mayores que impedían la riqueza de las naciones.

Libre de leyes o normas, decía, está un motor del comportamiento humano, una “mano invisible” que determina ese deseo natural de poseer, de intercambiar, de progresar. Ojalá, pensaba, ese ente, en los seres humanos, fuera imparcial y no se dejara tentar por preferencias y apegos o por su contrario: el odio o la condena.

Los principios que rigen estos comportamientos y las correcciones deseables, están detallados en su libro más conocido: “La riqueza de las naciones”. Varias vicisitudes acompañaron a la publicación de las primeras ediciones. La primera, de apenas quinientos ejemplares, se agotó “rápidamente” (seis meses). Los lectores se encontraron con conceptos firmes: el mercado libre como el motor del progreso y la creación y acumulación de riqueza. Algo nuevo, el egoísmo (controlado y dominado por el hombre) también es un factor importante de progreso, (extraño ¿verdad?) más que el altruismo. Los alimentos no son producto de la “benevolencia del carnicero, del cervecero o del panadero, sino del cuidado que ponen ellos en su propio beneficio”.

En consecuencia, era el propio interés, su propia ganancia los que llevaban a entregar al consumidor productos de buena calidad y a un precio conveniente, conducidos por esa “mano invisible”. Una mano entendida no como la del titiritero, sino como el conjunto de tendencias del comportamiento económico humano.

Para él, la libertad era la condición fundamental, a la que se suman la propiedad privada, las leyes y la división del trabajo. Según Smith, los obstáculos mayores para el libre mercado son los monopolios, los controles y los subsidios que lo distorsionan y encarecen los productos para el comprador. Cuando los salarios son justos, los trabajadores son más productivos. El Estado solo debería preocuparse por proporcionar una estructura ordenada al igual que, muy específicamente, ciertos bienes y servicios como seguridad, justicia y la educación para los más pobres.

Mientras los mercantilistas afirmaban que la riqueza de una nación estaba determinada por la cantidad de oro que tenía en sus reservas y por la prosperidad de sus comerciantes, Smith afirmaba que era la cantidad de bienes y servicios que se pone en manos de los consumidores.

Advirtió que la emisión de moneda metálica podía provocar el abuso de príncipes y estados soberanos al dejarse llevar por la avaricia ocasionando “la paulatina disminución de la cantidad real de metal que esas monedas contenían originalmente”.

El capital, tanto fijo como circulante, pensaba, es fundamental para producir, además de que no debe existir el derecho de primogenitura y los dueños de empresas deben tener un comportamiento ejemplar, porque los trabajadores tienden a imitarlos.

No es verdad, dice Smith, que la pobreza de un país conviene a sus vecinos o a quienes comercian con él; todo lo contrario: su riqueza favorece las exportaciones y el empleo, produciendo una relación simbiótica de beneficio mutuo. Acierta al predecir que -a futuro- Estados Unidos sería un país próspero.

A la vez que criticaba el colonialismo y la esclavitud, predicaba la tolerancia religiosa. Decía que esto le trajo más insultos que sus críticas al sistema comercial de Inglaterra. Los impuestos deben ser justos, de manera que no propicien la evasión y el contrabando.

Fue un hombre generoso que compartía sus ingresos con familiares y amigos. Se decía de él que era extremadamente caritativo. Al final, posiblemente debido a un cáncer abdominal, falleció en Edimburgo a la edad de 67 años, un año después de que renunciara al cargo honorífico de rector, con el que le distinguió la Universidad de Glasgow.

“En tanto sobreviva en este mundo el amor por la libertad, los hombres libres seguirán inspirándose en Adam Smith, autor de La Riqueza de las Naciones”, Julio Harold Cole.

¡Recibe las últimas noticias en tus propias manos!

Descarga LA APP

Deja tu comentario

Te puede interesar