PROPUESTAS DESDE EL HUMANISMO CRISTIANO PARA AMÉRICA LATINA
PROPUESTAS DESDE EL HUMANISMO CRISTIANO PARA AMÉRICA LATINA
Saludo con afecto a mis compañeros en esta sesión Asdrúbal Aguiar, Margarita Gómez del Campo, Andrés Pastrana y Henrique Salas Römer. Agradezco al Consejo Superior de la Democracia Cristiana para Venezuela y al promotor de este evento Andrés Caldera la invitación a participar con tan distinguidas personalidades en este seminario. Y recuerdo en este momento -con profundo afecto y admiración- al gran democratacristiano venezolano Senador Pedro Pablo Aguilar quién hace pocos meses partió a la casa del Señor. Tuve el privilegio y el honor de colaborar con Pedro Pablo cuando fue un muy distinguido Secretario General de ODCA. Con su vigoroso entusiasmo logramos un período muy exitoso para ODCA con la incorporación de grandes partidos como el PAN de México, el Conservador de Colombia. El Justicialista de Argentina, el PMDB y el PFL de Brasil. Pedro Pablo es una enorme inspiración para el humanismo cristiano.
En la Declaración de Madrid de los Expresidentes de la Iniciativa Democrática de España y América (IDEA) en noviembre de 2020 durante el período mortal de la pandemia señalamos: “América Latina existe. Existe como continente propio, como bloque económico, como región surcada por innumerables lazos comunes históricos, culturales y de todo tipo. A pesar de los permanentes intentos disgregadores, el sueño de una Latinoamérica que use todo su potencial de forma inteligente e integrada persiste.”
Sí, Latinoamérica existe como parte integrante de occidente. Existe como receptora de la cultura grecorromana y judeocristiana y como heredera de las tradiciones de nuestros antepasados indígenas. Existe como cultura fundada en valores que le dan sentido a la vida personal y social. Valores basados en la dignidad de toda persona, hecha a la imagen de Dios, con racionalidad que le permite escoger el bien, buscar la verdad, disfrutar la belleza, y amar: a sí mismo, a sus semejantes, su trabajo y sus actividades, a la naturaleza, y a su Creador.
Existe América Latina como una de las causas de la modernidad. Su descubrimiento se unió al renacimiento, a la reforma y a la contrarreforma para iniciar un cambio de época. Hechos de entonces en nuestro continente crearon debates que fortalecieron la convicción en la dignidad de todas las personas, sin limitaciones por raza, religión, o cultura.
Los hechos de Guadalupe que son hechos de América Latina se dan a los pocos años del inicio de la conquista de México por Hernán Cortés. Se dan cuando las armas y las enfermedades europeas han causado estragos en las poblaciones indígenas. Se dan en medio de las tribulaciones y atropellos que los conquistadores imponen a los conquistados.
Las apariciones de la Madre de Dios a San Juan Diego transforman el descubrimiento de América. Lo convierten en el encuentro de culturas, en la civilización del mestizaje que con pasajes cruentos y dolorosos causados por hombres y microbios contribuyó al cambio de época que originó la Edad Moderna.
Los acontecimientos de Guadalupe fortalecen las luchas de Fray Bartolomé de las Casas en favor de reconocer a los habitantes de nuestro continente la plena dignidad de la persona humana y propician las Nueva Leyes de Indias, fueron una importante contribución para la lucha siempre inacabada por la universalización de los derechos humanos.
Desde su pasado colonial, América Latina tiene una vocación -hasta ahora pobremente cumplida- de terminar con prejuicios y discriminaciones entre personas de diferentes colores, historias y culturas. Estamos llamados a construir la cultura del mestizaje, de la unión, de la mezcla, del respeto a las diferencias, de la promoción sin excepciones de la dignidad, la libertad y todos los derechos humanos que son inherentes a todas las personas. Y también de perfeccionar y defender las instituciones de la democracia y del estado de derecho que son las garantías para el ejercicio de esos derechos frente a abusos de los estados, las personas y sus instituciones.
Existe pues América Latina como tierra propicia al humanismo cristiano.
Pero a pesar de estas realidades históricas y culturales, a pesar de la contundencia de nuestros valores fundamentales, las concreciones temporales de las acciones humanas en nuestra región del mundo no se han regido por los valores del humanismo cristiano.
En Latinoamérica no han prevalecido esos valores que nos son consustanciales, no ha prevalecido el uso de la razón para escoger libremente con base en la verdad, el bien y el amor.
En nuestra vida política y social ha prevalecido el ilusionismo engañador, el realismo mágico tan valioso en nuestras novelas, pero tan perjudicial cómo guía de conducta personal y colectiva.
Han imperado la defensa de privilegios que limitan la libertad y las posibilidades de progreso de las personas a las que no se reconoce plenamente su dignidad, o visiones materialistas que apuestan por un determinismo histórico a cuyo favor debe doblegarse la dignidad y la propia vida de las personas, u otros determinismos materialistas que solo se fundamentan en el egoísmo, o simplemente el abuso corrupto del poder.
No han prevalecido la subsidiariedad, la descentralización y la participación ciudadana y comunitaria. Ha prevalecido el centralismo, a menudo arbitrario.
Además de nuestras falencias históricas vivimos hoy día, al igual que occidente, corrientes filosóficas y antropológicas contrarias a la esencia de los valores de nuestra cultura.
Como magistralmente lo han señalado José Rodríguez Iturbe y Rafael Tomás Caldera y sus comentaristas en las dos primeras sesiones de este seminario, sufrimos hoy los embates del relativismo “progresivista”, del inmediatismo, del imperio del espectáculo, de la mediocridad, la mera emotividad y la supremacía de los movimientos identitarios disgregadores.
Toda esta catapulta de agresiones contra nuestros valores fundamentales se da al tiempo que -en mi opinión- vivimos un cambio de época.
No es fácil vivir un cambio de época. Nos exige tomar distancia del presente y de lo inmediato. Nos exige reflexión y gradualidad. Nos exige preservar los valores fundamentales y los elementos esenciales de nuestra institucionalidad para evitar la violencia y el caos. ¡Pensemos en lo que deben haber sufrido los romanos sujetos durante décadas a las invasiones de los pueblos del norte y viendo desintegrarse las reglas centenarias de su Imperio!
Las dificultades se agigantan cuando nos toca -no adaptarnos a los cambios de una época- sino a un cambio de época.
Se agigantan las dificultades porque se dan simultáneamente cambios en muchas de las principales circunstancias que condicionan nuestras acciones, y se nos hace muy arduo adaptarnos. Cómo con su bello uso del español nos dijo Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia”. Cambios radicales en mi circunstancia me obligan a cambiar mi manera de enfrentarlas.
Puede parecer temerario afirmar tan contundentemente que vivimos un cambio de época. Es decir, una transformación de la vida humana tan profunda como la que se dio con la caída del Imperio Romano, con el Renacimiento y con el surgimiento de la Época Contemporánea gracias a la Revolución Industrial y a la gradual implementación de la Monarquía Parlamentaria Inglesa, a la Independencia de los EE. UU. y a la Revolución Francesa.
Sustento esa afirmación en que las circunstancias han cambiado profundamente, y lo siguen haciendo con relampagueante velocidad. Cambios cada vez más acelerados en la condición de las mujeres y los hombres, en las relaciones familiares, comunales, religiosas, empresariales, del trabajo, políticas, internacionales, en la tecnología. En las relaciones y confrontaciones entre las potencias mundiales. Cambios por la aparición y la preponderancia de las redes sociales, sus algoritmos que facilitan la comunicación impensada y nos separan en grupos cerrados y hostilmente enfrentados. Que magnifican la fortaleza de las paparruchadas.
Esos cambios se dan en cómo vivimos y en qué podemos hacer, pero a sus efectos no nos hemos ajustado. Son cambios que se han dado en nuestros medios e instrumentos, en nuestras leyes y prácticas, …pero que no sabemos todavía cómo interiorizar, como domar, como aprovechar.
Además, la pandemia con sus consecuencias y todos esos cambios han puesto de manifiesto y magnificado la ineficiencia y la corrupción de muchos gobiernos, el dolor de la pobreza y el aumento de la desigualdad.
También han causado frustración y desarraigo de las personas, que pierden el abrigo de la familia tradicional, de los empleos formales y duraderos, de su pertenencia religiosa, de su comunidad ahora sustituida por las amistades anónimas en las redes sociales.
Con el cambio en las circunstancias crece la incertidumbre. Lo desconocido nos da miedo.
Frustrados, sin el sustento de relaciones humanas y espirituales que nos tranquilicen, confusos y con miedo, se acrecienta la fuerza de los sentimientos, principalmente el enojo, y se apoderan de los pueblos la envidia y el odio. Son condiciones propicias para la violencia. La racionalidad y el amor se debilitan en la acción humana.
Por eso en este cambio de época debemos esforzarnos en el respeto a la vida, la dignidad y la libertad de todas las personas, en su encuentro fraterno, en la amistad social y en protegernos con una estructura de valores que nos permita navegar en aguas desconocidas.
Sí, los valores fundamentales del humanismo cristiano sufren un poderoso ataque en estos tiempos. Se confabulan en su contra nuestras falencias históricas, el avance del relativismo progresivista y del deshumanizante secularismo y la incertidumbre del cambio de época.
Ello obliga a que emplear grandes esfuerzos para rescatar la vigencia y fundamentación de nuestros valores.
No se trata de usar ni el catolicismo ni una visión más incluyente del cristianismo como recurso del discurso político. Se trata de rescatar los valores para la convivencia social que el humanismo cristiano encarna. No se trata de convertir la acción política en prédica confesional. Se trata de ser fieles a nuestra propia cultura y a sus valores fundamentales.
Podemos contar con apoyo de otras fuerzas para lograr vencer. Muchos de los valores del humanismo cristiano no son patrimonio exclusivo de nuestra herencia cultural. También comparten la fe trascendente de otras religiones, algunas concepciones de la ética natural y hasta algunas visiones del evolucionismo social.
Pero ciertamente respetar la verdad, buscar el bien, someterme a la justicia, admirar la creación y la belleza, amar a mis hermanos es más fácil si estoy convencido de que somos criaturas de un Dios que es nuestro padre común que nos ama, y que Su hijo adoptó nuestra débil naturaleza para redimirnos.
A pesar de lo demandante de esta tarea, ella no es suficiente.
Dignidad humana y bien común nos comprometen a someter nuestra acción política a la fraternidad, a la subsidiariedad y el respeto a la comunidad, a luchar siempre por mejorar porque la vida en sociedad es perfectible, a la vigencia de la democracia y el estado de derecho, a tratar de hacer siempre buen uso de los limitados recursos con respeto a los intereses legítimos de las generaciones presentes y futuras.
Por ello otro de los valores que debe encauzar nuestra acción es la búsqueda responsable de eficacia y eficiencia. Eficacia porque los objetivos de la acción política deben ser alcanzables y alcanzados. Eficiencia porque la limitación de los conocimientos, del tiempo y de los recursos nos obliga a que los gobiernos saquen el mejor fruto de ellos.
Para lograrlo nuestras acciones políticas deben ser capaces de atender las demandas de la ciudadanía por bienes públicos que sean razonables, que se puedan satisfacer con los conocimientos y recursos disponibles, que sean compatibles y provean igual o mayor aporte al bien común que otras demandas legítimas.
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Nuestra atención a las funciones del Estado que atienden la cotidianidad de los ciudadanos debe ser bien planificada, dirigida, coordinada y evaluada debemos rendir cuentas sobre nuestros resultados. Solo así podremos decir que somos fieles al dev ver de buscar el poder para servir. Poder, sí, pero para servir.
Ello significa que debemos entender y promover las ventajas de la subsidiariedad, de la descentralización, de la participación de personas y de sus organizaciones, de la economía social de mercado, las ventajas de la competencia, la innovación y la productividad, del comercio internacional sometido a normas para evitar la arbitrariedad de estados o empresas poderosos.
Para rescatar lo mejor de la construcción social alcanzada antes de la pandemia y construir una sociedad más justa, que elimine la pobreza y abra oportunidades de superación personal y familiar, los partidos del humanismo cristiano conscientes de las limitaciones de nuestra naturaleza y por ello humildes, pero llenos de esperanza en las extraordinarias capacidades de las personas, debemos con moderación buscar equilibrios.
Equilibrio entre libertad y solidaridad, entre innovación y oportunidades, entre justicia social y eficiencia económica, entre mercado y estado, entre derechos individuales y valores de vida y familia, entre producción y conservación, entre gobierno y comunidad, entre seguridad ciudadana y justicia incluida la rehabilitación de quien ha delinquido, entre las tradiciones locales que nos dan arraigo y pertenencia y la consciencia de nuestra responsabilidad global.
También en estos campos de la acción cotidiana de los gobiernos las naciones latinoamericanas muestran graves falencias históricas.
También en este campo a menudo han imperado los abusos del poder en favor del clientelismo político y la corrupción, el centralismo y la falta de pragmatismo. A menudo hemos actuado como ilusionistas que entretienen con apariencias y disfrazan la realidad. Como esclavos del realismo mágico.
Actuar con seriedad, eficiencia y eficacia en las tareas normales de gobierno es aún más necesario en estos tiempos en los que -como he indicado- predomina el desencanto y la desconfianza en políticos, gobernantes y en general en las elites distintas a las de la farándula y el deporte.
Recuperar la confianza de los pueblos es fundamental para poder realizar las profundas transformaciones necesarias para el desarrollo personal y nacional de Latinoamérica. Los latinoamericanos no recuperarán la confianza en sus políticos y en sus instituciones si no experimentan los resultados del progreso.
Además de convencer de las ventajas de guiarnos por nuestros valores fundamentales, con moderación y humildad, construyendo racionalmente en diálogo participativo respuestas a nuestros problemas, requerimos recuperar la relación armónica entre ciudadanos y dirigentes políticos. Necesitamos ser más inteligentes y más apasionados que quienes abusan de la confianza y la credibilidad de las personas, con posiciones maniqueas, fáciles de comunicar, que logran fortalecer las hogueras del populismo pero que luego achicharran el bienestar de los ciudadanos. Para recuperar la relación de confianza entre ciudadanos y dirigentes políticos los dirigentes políticos del humanismo cristiano debemos convertirnos en verdaderos apóstoles de nuestros ideales y el apostolado no es de palabra, es de vida. No se convence solo con la palabra, se convence con el ejemplo, con las acciones. Hoy necesitamos integridad en nuestras vidas, radicalidad en nuestro compromiso social y autenticidad en nuestras acciones.
Es nuestra la responsabilidad.
Tenemos los valores, la moderación y la racionalidad. Pero necesitamos transmitir pasión. Pasión por nuestros valores. Pasión por la dignidad, la fraternidad, el bien común. Pasión, si pasión, por la moderación y el diálogo humilde. Pasión que solo podremos transmitir los políticos humanistas cristianos si empezamos a mirarnos a nosotros mismos, nos convertimos y somos auténticos apóstoles de nuestros ideales.
Los partidos del humanismo cristiano cumpliremos ese reto y seremos la solución constructiva que América latina requiere si cumplimos las palabras del recordado político mexicano del humanismo cristiano, Carlos Castillo Peraza: “El partido debe ser instrumento de la sociedad y no de los miembros del partido. En la oposición o en el gobierno los partidos políticos, los gobiernos, los Estados somos instrumentos de la sociedad para que esta sea más y mejor sociedad”.