Pablo Iglesias es el único comunista del mundo que habla rapeando. Alguien le ha dicho que coger aire es fascista. No hay más que ver a Trump, que es el único presidente que respira entre frase y frase como si estuviera olfateando un ramo de rosas. Los amigos bolivianos de Iglesias también respiran así, pero no por el aroma a rosas. Al comunista español lo ha citado Bolivia a declarar en la investigación de las conexiones de su amigo Evo Morales, gran respirador donde los haya, y su padrino Nicolás Maduro, que todos sabemos por dónde respira, con el narcotráfico mexicano. Mao decía que vivir no consiste en respirar, sino en obrar. No especificó si en obrar bien o mal. Zapatero, expresidente español conocido por no haber leído jamás un libro gordo, siempre entendió que se trataba de obrar lo peor posible; quizá por eso está también en la lista de convocados por la justicia boliviana y no parece que sea para el partido amistoso anual contra la droga. Es lo que pasa cuando te rodeas de hombres de paz que lo mismo se meten un tiro que te lo meten a ti; las FARC, ETA, y porque no le ha dado tiempo a fumarse la pipa de la paz con al-Baghdadi, cuya salud está muy desmejorada desde que lo asesinaron, aunque por fortuna los médicos ya no temen por su muerte.
Toda esta tropa de protegidos de Chávez y de Alí Jamenei, que parecen sacados de los bajos fondos madrileños donde la morería se mezcla con el hachís, acaba de tomar el poder en España, con sus pósteres de Stalin, sus mansiones de lujo en La Moraleja, y sus amenazas de purga a los periodistas disidentes. Y no crean que ha sido por las urnas, porque Podemos solo es la cuarta fuerza política, con poco más del 12% de los votos, por detrás del PSOE y las derechas de PP y VOX. Ha sido gracias al socialista Pedro Sánchez, al que no le ha importado pactar con cualquiera hasta obtener una exigua e hipotecada victoria que le permita mantener sus paseos en Falcon disfrazado de JFK. Sánchez habría pactado hasta con el peluquero de Kim Jong-un con tal de seguir en La Moncloa. Aun así, los comunistas se han emocionado hasta el sollozo, como si nadie les hubiera explicado que han llegado al poder a pesar del rechazo de los votantes y no gracias a su cariño.
Echenique, un tipo que los españoles estamos intentando devolver a Argentina pero hemos perdido el Ticket Regalo, dijo tras el pacto de investidura entre Sánchez e Iglesias que sus lágrimas de alegría eran las de “la gente normal”. Presagio una legislatura dolorosa para los enemigos de lo cursi. Si llorar a moco tendido porque te regalen unos ministerios es lo normal, no quiero ni pensar lo que puede ocurrir el día que los pierdan y recurran a algo extraordinario.
Los españoles hacemos esfuerzos para tomarnos todo esto en serio. El comunismo, las hordas republicanas, los comecuras, el chavismo de chulapa, la bestia, ya saben. Pero ocurre que de pronto Sánchez ha decidido nombrar ministro de Consumo a Alberto Garzón, que es un chaval que anteayer alardeaba de Cuba como modelo de consumo sostenible. Su postura no es tan tonta como parece. Si mantiene el modelo cubano no tendrá mucho trabajo en el ministerio y podrá dedicarse a cocinar con la sudadera comunista de la DDR con la que hizo la revolución en Instagram, cuando tenía tanto futuro en política como los mejillones que borboteaban en su arroz a la marinera.
Coñas aparte, los españoles mantenemos un gran recuerdo de la última vez que hubo comunistas en el Gobierno. Los españoles supervivientes. En las checas te hacían estupendamente la manicura, por ir a misa te mandaban directamente al Cielo, y acumulamos tanta riqueza, que hasta el ministro de Hacienda se permitió abrir las cajas fuertes de las reservas de oro del Banco Central de España y regalarle a Stalin tres barcos cargados de lingotes. Que nosotros no somos gente del montón, que eso es de pobres. Nosotros somos como Pedro Sánchez, comunistas de pura chepa.