Los últimos acontecimientos ocurridos el pasado sábado en la comunidad de San Luis, Diócesis de Pinar del Río, Cuba, han dejado al descubierto una realidad dolorosa y vergonzosa para muchos cristianos católicos: la manipulación descarada de la Iglesia por parte del Partido Comunista de Cuba y sus organizaciones afines, que no dudan en servirse de lo sagrado para apuntalar su ideología obsoleta y su dominio sobre un pueblo oprimido y desangrado.
Resulta intolerable e inaceptable que la sotana símbolo del servicio al Evangelio, de la entrega a Cristo y de la libertad de los hijos de Dios sea utilizada como bandera de propaganda marxista. El pórtico del templo, que debería ser espacio de comunión real y viva, se convierte en tarima política; la liturgia, en instrumento de manipulación; la misión de la Iglesia, en rehén de quienes buscan perpetuar un sistema de muerte y silencio.
Lo más hiriente de esta situación es que tales abusos cuentan con el beneplácito de la jerarquía eclesiástica, que eligen el silencio cómplice o, peor aún, la colaboración abierta a juzgar por los hechos acontecidos. La incoherencia se hace evidente: mientras algunos sacerdotes y religiosos se prestan para legitimar al poder totalitario, otros los que se atreven a hablar con voz profética, defendiendo la libertad, la justicia y la dignidad de su pueblo son amenazados, aislados y reducidos al silencio.
La escena recuerda las palabras de Jesús: “Dad a César lo que es de César, y a Dios lo que es de Dios”. (Lc 20:25) La Iglesia no puede ser fiel al Evangelio y al mismo tiempo servil ante los dictados de un partido político comunista. No se puede proclamar la Buena Nueva de Cristo y a la vez doblegarse ante el miedo, el chantaje o la conveniencia. Cuando la sotana se arrodilla ante el poder, traiciona su misión y hiere a su propio pueblo.
Hoy más que nunca se hace necesario y urgente una Iglesia libre y valiente, que no tema levantar su voz junto a los pobres, los presos, los perseguidos y los que han tenido que emigrar forzosamente. Una Iglesia que, lejos de prestarse a las farsas ideológicas del régimen, abrace la cruz de su pueblo y denuncie la injusticia con la fuerza del Evangelio.
El pueblo cubano espera de sus pastores profetas y no funcionarios, testigos de la verdad y no administradores de privilegios. Porque el Evangelio no se negocia y la dignidad humana no se alquila. Y si la sotana se arrodilla, que sea solo ante el Santísimo Sacramento, y jamás ante el altar de un poder que ha convertido la mentira en sistema y la opresión en destino de muerte.
Cuba necesita hoy la fuerza y la firmeza de un mensaje fuerte y claro: Dios; Patria y Vida.