sábado 13  de  diciembre 2025
OPINIÓN

Cuba profunda: la modernidad sonora de Piñera, Vitier y Valera

Lo que los vincula es una concepción de la música como espacio de pensamiento, reflexión y responsabilidad cultural

Diario las Américas | YALIL GUERRA
Por YALIL GUERRA

La música académica cubana de las últimas décadas ha producido un conjunto de obras y trayectorias que desmienten cualquier lectura reductiva de la identidad sonora de la isla. Más allá de los estereotipos asociados al ritmo, la espontaneidad o el color local, existe una tradición de pensamiento musical riguroso, intelectualmente exigente y estéticamente plural. En ese contexto se inscribe la labor de Roberto Valera Chamizo, Juan Piñera y José María Vitier, tres compositores cuyas obras, desde perspectivas muy distintas, configuran una noción de “Cuba profunda” entendida no como esencia folclórica, sino como sedimentación histórica, cultural y estética.

Roberto Valera Chamizo ocupa un lugar central en la consolidación de la modernidad musical cubana. Su formación en La Habana y en Polonia le permitió asimilar de primera mano las corrientes de la vanguardia europea de la segunda mitad del siglo XX, en particular aquellas vinculadas a la experimentación tímbrica y a la música electroacústica. Sin embargo, dicha asimilación nunca derivó en mimetismo estilístico. En la obra de Valera, lo cubano no se manifiesta mediante la cita explícita de materiales tradicionales, sino a través de una lógica interna de organización del discurso musical, donde el ritmo, el tratamiento del tiempo y la concepción formal revelan una sensibilidad profundamente arraigada en su contexto cultural. Su catálogo, que incluye música sinfónica, de cámara, vocal, coral y audiovisual, se distingue por un equilibrio sostenido entre rigor estructural, densidad conceptual y libertad expresiva.

La importancia de Valera se extiende de manera decisiva al ámbito pedagógico. Desde instituciones fundamentales como el Instituto Superior de Arte, desarrolló una labor formativa orientada al pensamiento crítico y a la comprensión de la composición como disciplina intelectual. Su influencia se percibe no solo en sus obras, sino en una escuela de pensamiento que concibe la música como práctica cultural consciente, históricamente situada y éticamente responsable. En este sentido, Valera puede considerarse una figura estructurante de la música académica cubana contemporánea.

Juan Piñera representa una línea estética de marcada exigencia conceptual. Su lenguaje compositivo se caracteriza por una atención minuciosa a la microestructura del sonido, al color tímbrico y a las tensiones internas del material musical. Lejos de cualquier retórica expresiva o referencia identitaria directa, su obra se articula como un proceso de investigación sonora en el que cada gesto responde a una lógica interna rigurosa. Tanto en la música de cámara como en el ámbito orquestal y experimental, Piñera concibe el sonido como materia en constante transformación, sometida a procesos que privilegian la densidad, la concentración y la precisión.

La escucha de su música implica una participación activa del oyente, convocado a un ejercicio de atención y reflexión. Esta misma concepción se traslada a su labor pedagógica, donde ha promovido la autonomía creativa, el estudio profundo de las técnicas contemporáneas y una relación no dogmática con la tradición. En Piñera, la creación musical se entiende como práctica intelectual y como forma de compromiso con el pensamiento artístico de su tiempo.

José María Vitier, por su parte, propone una vía estética distinta, centrada en la claridad expresiva, la interioridad y la dimensión espiritual de la música. Formado en el ámbito académico, Vitier ha desarrollado un lenguaje que integra elementos de la tradición clásica, la canción cubana y una sensibilidad lírica de notable contención. Su obra se caracteriza por una economía de medios que no excluye la complejidad, sino que la organiza en función de la comunicabilidad y la resonancia emocional.

Particularmente significativa es su producción para cine, donde la música adquiere un papel estructural en la construcción del discurso narrativo. Lejos de una función meramente ilustrativa, sus partituras crean espacios de sentido en los que el silencio, la espera y la memoria desempeñan un rol central. Como ha señalado el propio compositor, la música puede concebirse como una forma de escucha interior, una práctica de recogimiento que trasciende lo puramente estético.

Considerados en conjunto, Valera, Piñera y Vitier no conforman una escuela homogénea ni una estética unificada. Lo que los vincula es una concepción de la música como espacio de pensamiento, reflexión y responsabilidad cultural. En sus obras, la identidad cubana no se presenta como superficie ni como consigna, sino como proceso histórico y construcción intelectual. Desde esta perspectiva, la “Cuba profunda” a la que remiten no es un territorio mítico, sino una práctica artística que dialoga críticamente con la modernidad y afirma, desde la complejidad, su lugar en el panorama musical contemporáneo.

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