En las últimas décadas se ha consolidado una tendencia discursiva que clasifica la música cubana bajo etiquetas imprecisas como afro-latina o afro-latin jazz. Estas denominaciones, aunque útiles desde el marketing global, son insuficientes para describir la complejidad real de nuestra identidad musical. La música cubana no es cien por ciento afro, y tampoco es “latina” en un sentido filológico, histórico o cultural. El uso de esta terminología, y aquí comienza lo polémico, contribuye a una narrativa parcial que prioriza un componente y silencia otro: la herencia española.
La omisión sistemática de lo español en el relato cultural
La crítica especializada y el discurso popular han tendido a privilegiar la raíz africana, incuestionable y fundamental, pero con frecuencia minimizan la contribución hispana, como si reconocerla fuese un gesto ideológico o políticamente incorrecto. Esta omisión es particularmente llamativa cuando recordamos que todos los nacidos en Cuba, sin excepción, pensamos y nos expresamos en español, lengua que estructura nuestro imaginario cultural, nuestra literatura, nuestras metáforas y hasta la manera en que sentimos y concebimos la música.
Quienes insisten en llamar “latina” a nuestra producción sonora soslayan un hecho elemental: no hablamos latín. El término, por tanto, es una construcción creada que diluye especificidades históricas y borra el nombre más apropiado y preciso: música cubana.
La euritmia de dos mundos: instrumentos y fuentes sonoras
Para sustentar esta discusión, conviene observar los elementos técnicos que constituyen nuestros géneros tradicionales. En un son montuno, una guaracha, un danzón o un mambo, la arquitectura instrumental está profundamente anclada en Europa.
La guitarra, el laúd y posteriormente el tres (símbolo rítmico y armónico del tumbao cubano) son todos descendientes directos de cordófonos hispánicos y del Medio Oriente. Los instrumentos de viento-madera tan característicos del danzón (flauta, clarinete), así como los metales (trompeta, trombón, saxofón), provienen igualmente del Viejo Continente.
Incluso en la percusión, territorio donde más se exalta lo africano, encontramos un eje europeo insoslayable: el piano. Aunque muchos olvidan su clasificación organológica, el piano es un instrumento de percusión y llegó a Cuba en manos de inmigrantes españoles. A su lado conviven instrumentos de creación local (tumbadoras, bongó, timbal) y otros de raíz indígena (güiro, maracas), compartidos con Centro y Suramérica.
En las orquestas charangueras, el violín y el violonchelo (pilares del timbre charanguero) son europeos. El contrabajo de Cachao, igualmente. Así, la orquesta cubana, en su estructura material, revela una genealogía híbrida imposible de atribuir a un único origen.
Armonía, tonalidad y síncopa: la evidencia técnica
La música cubana se organiza, en gran medida, dentro del sistema tonal heredado del Barroco, el Clasicismo y el Romanticismo europeos. Este bagaje, que incluye conceptos como modulación, cadencias, grados funcionales y cromatismos, llegó a Cuba a través de la influencia española.
La síncopa, a menudo atribuida exclusivamente a África, tampoco lo es. Se manifiesta en la música flamenca, en tradiciones japonesas y en obras de compositores europeos como Beethoven, cuya Sonata No. 1 para piano presenta patrones rítmicos de sorprendente proximidad con el acompañamiento típico del son.
Ignorar esta evidencia no solo empobrece la comprensión de nuestra música, sino que alimenta una narrativa reduccionista que favorece un origen a costa del otro.
La polémica necesaria: ¿por qué se silencia lo español?
La pregunta incómoda, pero indispensable, es la siguiente:
¿Por qué se reconoce con fervor la raíz africana y, en cambio, se invisibiliza la contribución española?
Existen respuestas sociopolíticas, ideológicas y hasta emocionales. A veces, se cae en una reinterpretación del pasado que busca corregir injusticias históricas magnificando un componente cultural mientras se minimiza otro. Sin embargo, este gesto, aunque bienintencionado, termina por alterar la verdad histórica y musicológica.
La música cubana no es un proyecto de pureza, sino de fusión. Somos hijos de un encuentro forzado, conflictivo, pero también extraordinariamente fértil. Negar cualquier raíz es empobrecer el resultado.
Nombrar para reconocer
La música cubana es una síntesis irrepetible de lo hispano y lo africano. Excluir uno de estos componentes en el discurso público, ya sea por moda, por desconocimiento o por corrección política, equivale a levantar una bandera falsa y repetir una mentira que termina convirtiéndose en “verdad” por repetición.
Quizás sea momento de ajustar nuestra terminología: música afro-hispano-cubana, o hispano-afro-cubana.
El orden es discutible; la inclusión, no.
Nombrar las cosas como son no divide: esclarece.
Y reconocer cada una de nuestras raíces es el primer paso para honrar, con honestidad histórica, a la música que nos representa.