sábado 23  de  marzo 2024
Análisis

De baches generacionales a vientos de cambio

A pesar de la represión y las injustas condenas, de hasta 25 años, solicitadas por la fiscalía dictatorial, el pueblo de Cuba demostró que no tiene miedo
Por ARNALDO DÍAZ BORGES

Madrid.- Aquel enero el abuelo entró a casa con un fusil cargado de ilusiones. En la foto que guarda mi abuela como parte del antiguo álbum familiar, el abuelo tiene barba rala, una boina oscura ladeada y mirada sonriente. El abuelo hizo la guerra y triunfó. "Había que acabar con la dictadura", me dijo un día. "Nosotros no sabíamos nada de Marx y Engels y mucho menos de comunismo". En poco tiempo la familia se dividió. Muchos de los amigos que pelearon con abuelo terminaron en la cárcel o fusilados por no estar de acuerdo con el gobierno y las leyes impuestas. Otros se fueron al extranjero y el abuelo prefirió quedarse. Lo recuerdo en el sillón del portal con cigarro y taza de café en mano acompañado del tío Paco que nunca fue el mismo desde que le quitaron las tierras para hacer cooperativas al peor estilo improductivo soviético. En los últimos días el abuelo enfrentó solo y enfermo la distancia de la familia y lo llenó el recuerdo de los amigos.

Dicen que mi padre conducía un camión en la zafra del 70. Aquel día de agosto desvió el carro de la ruta, o pidió permiso, quién sabe, y llegó al hospital con ropa de trabajo, tierra y fango en la botas y sudando a mares. A mí me trasladaban a la sala de recién nacidos y el médico arrastraba la cuna de ruedas. Mi padre le quitó la cuna grande y de hierro al médico y la cargó en brazos mientras repetía para sus adentros: "a mi hijo no lo arrastra nadie, coño". Por poco no te veo el día que naciste, me decía entre risas muchos años después cuando brindábamos con el ron barato que le gustaba. Todo por cortar caña pa... na..., y le cambiaba la cara seria y la mirada se le perdía en el recuerdo. Y al instante me hacia un chiste que repetía siempre y del que me reía por su risa contagiosa y ronca de cigarro y ron.

Los de mi generación nos graduamos en la universidad a principios de los años 90s. Nunca se nos exigió otra cosa que: estudiar, estudiar y estudiar. Somos quizá el último reducto de la generación de los mandaos, como la llama Padura. El fin del bachillerato vino unido a la caída del muro de Berlín, derrumbe del socialismo que frustró el sueño de estudiar en Europa del Este. Y para colmo de males, el servicio militar obligatorio en la guerra de Angola, de la que algunos de mis compañeros nunca regresaron. El fin de la universidad llegó con el tristemente célebre período especial. Cuando creímos que íbamos a ganar dinero y ayudar a la familia e independizarnos llegó la crisis total. Nos enviaron a trabajar (servicio social) a lugares recónditos de cuyo nombre no quiero acordarme. Aunque sí recuerdo a los amigos y compañeros, y las muchas carencia compartidas que fusionaron amistades para siempre.

La desilusión, la frustración y la crisis económica extrema provocaron a mediados de los 90s, lo que hoy se conoce como el éxodo de los balseros. En Cuba cerraron fabricas con tecnologías obsoletas por falta de combustible, los apagones eran de más de doce horas (alumbrones), desaparecieron para siempre de la infame cartilla de racionamiento los alimentos de primera necesidad, lo poco que aparecía era a precios híper-inflados (un dólar llegó a costar 150 pesos y como recién graduados cobrábamos solo 198 pesos al mes). La corrupción, el amiguismo, el soborno y el robo, en el sentido literal más amplio de la palabra, alcanzaron niveles nunca vistos (el gerente que hizo su casa de dos plantas con todas las comodidades ahora es un "luchador"... ya no son ladrones corruptos, ahora son luchadores, decía el abuelo enfadado). La única salida que encontraron miles de cubanos fue abandonar la isla en busca de mejoras económicas, poder dar de comer a la familia y ofrecerle una vida y un futuro mejor.

Estos años 90s de crisis total fueron el detonante (o uno de ellos) de las primeras manifestaciones abiertas contra la dictadura (el Maleconazo, el 5 de agosto de 1994). Luego, en 2003, fuimos testigos la Primavera Negra que encarceló a 75 opositores del régimen y el vil asesinato (fusilamiento sumario sin juicio ni derechos jurídicos) de tres jóvenes por el intento de secuestrar (no hubo muertos ni heridos) una lancha de pasajeros y llegar a Estados Unidos. De esta dolorosa etapa, nace, o se consolida, la generación de los Hijos de Guillermo Tell, como la llamaría Carlos Varela.

Y llegamos a la generación de nuestros hijos. La generación Milenio. Ellos nacieron con internet (aunque limitada y muy costosa en Cuba), teléfonos móviles para comunicarse, jugar online y navegar la telaraña mundial, y lo más importante, conectarse a las Redes Sociales. Ellos, la actual generación, no dependen del régimen ni de sus promesas siempre incumplidas. Ellos nacieron en la crisis y son descreídos de ideologías y dogmas retrógrados. La generación milenio escucha música urbana (underground), ni siquiera se identifica (o muy poco) con los cánones típicos de música y arte en general impuestos a lo largo de más 60 años por la dictadura. Ellos crean su arte, su forma de vida y su estética social.

De ahí que ante el frustrado empeño dictatorial de controlar el arte y las formas de expresión artísticas surge el Movimiento San Isidro (MSI). Era septiembre de 2018 cuando se implanta el Decreto Ley 349 en un intento de "regular las actividades artísticas y culturales en el país". El MSI planta cara y presenta quejas formales ante la Fiscalía General de la República y el Ministerio de Cultura. Se realizan conciertos en espacios independientes, debates públicos, recitales de poesía y firmas de manifiestos, entre otras protestas. El rapero Denis Solís González, en reclamo a sus más elementales derechos, enfrentó a un policía que intentó entrar por la fuerza en su casa, días después (el 9 de noviembre de 2020) fue detenido y condenado a ocho meses de prisión por desacato. Inmediatamente los principales miembros del Movimiento San Isidro se declaran en huelga de hambre y sed y se plantan en su sede de La Habana Vieja para exigir al gobierno la libertad de Denis Solís. El 26 de noviembre la policía desalojó por la fuerza a los catorce jóvenes protestantes. Esta vez la infame justificación fue el Covid y la supuesta violación del protocolo de salud para los viajeros internacionales... El 27 de noviembre (27N) más de 300 personas (jóvenes en su mayoría): artistas, intelectuales, periodistas independientes y activistas de derechos humanos, se congregan frente al Ministerio de Cultura para condenar el desalojo por la fuerza de los miembros del MSI. El plantón solidario se transformó en un reclamo a la democracia y los derechos sociales, en una exigencia de libertad para los jóvenes encarcelados y libertades para el arte independiente. En menos de 24 horas el gobierno rompe el diálogo propuesto por los manifestantes.

Pero ya está encendida la llama. El 11 de julio de 2021 se produce el mayor estallido social desde el Maleconazo. En San Antonio de los Baños, en La Habana, y en Palma Soriano, en el oriente de Cuba, el pueblo se lanza a la calle para reclamar sus derechos, hartos de promesas incumplidas. Los manifestantes corean la canción "Patria y Vida" y exigen Libertad. Las protestas se extienden por toda la isla y las redes sociales se llenan de videos y fotos de las manifestaciones. La policía reprimió a los manifestantes y encarceló incluso a menores de edad. A pesar de la represión y las injustas condenas, de hasta 25 años, solicitadas por la fiscalía dictatorial, el pueblo de Cuba demostró que no tiene miedo y que va seguir adelante en la lucha por la Libertad y la Democracia.

Patria y Vida!

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