sábado 22  de  marzo 2025
OPINIÓN

Devastada

Estoy con Israel, con los judíos, con los sionistas hoy más que nunca

Diario las Américas | ZOÉ VALDÉS
Por ZOÉ VALDÉS

He esperado hasta el último segundo con la esperanza de que el mal reculara, de que los criminales de Hamás y los gazatíes que colaboraron voluntaria y alegremente con el horror hicieran un gesto hacia el bien, hacia lo correcto, hacia lo humano, hacia las familias; contrario a lo que todavía dudaba, lo que sucedió fue un añadido terrorífico al espanto. Imagino que vieron la devolución de los cuerpos de dos niños, uno de ellos bebé, Ariel y Kfir, y Shiri, su joven madre, la familia Bibas, así como el del anciano Oded Lifshitz. Seguramente al igual que yo no pudieron contener el llanto y la ira al notar la maldad puesta en escena con el encono más inimaginable.

El anciano Oded fue periodista y activista por la paz, ayudó a fundar el Kibutz Nir Oz. Doron nos cuenta en X que dedicó su vida a ayudar a los demás y a trasladar enfermos de Gaza a hospitales israelíes, la retribución de sus “amigos” palestinos fue el secuestro, la tortura, la muerte de la manera más atroz. A Oded le gustaba tocar el piano. Así lo imaginaré siempre, sus dedos recorriendo las teclas como si apaciguara las olas de un vasto océano, la melodía repetida en el viento, cual eco infinito. Oded sonriente mientras nos observa desde una distancia luminosa, la de la inocencia, seguro de que todo iría a salir bien… Pero nada salió bien.

No sé cuántas veces he repasado en mi mente las imágenes de Kfir y Ariel, el bebé de ocho meses y su hermanito de cuatro años. Dos cabecitas pelirrojas en los brazos de su desconsolada madre. En mis pesadillas Kfir se aferra con su manito al pecho de la que le dio la vida, Ariel se voltea hacia él como para asegurarse que al pequeño no le sucederá lo peor. Nada les podrá suceder, pensaría Ariel, a ninguno de los dos, aunque a su mamá se le vea desorientada en medio del terror, ella los sostiene en brazos, ella los protege, ella está ahí para ellos. Shiri estará eternamente para ellos.

Me he pasado mil veces la imaginada y dolorosa secuencia en mi cabeza, aunque intento apartarla. El rechazo me sobrecoge, no deseo volver al miedo, a la inconsistencia del miedo más agudo. Evoco a Yarden Bibas, el padre, observo en letanía su rostro demacrado una semana antes, cuando estos monstruos lo intercambiaron por otros monstruos; su mirada fija, las pupilas como dos cuentas de azabache deshiladas en un abismo negro.

Lo siento, Dios no me ha acompañado en esto, no podrá perdonarme, porque junto a la más honda de las tristezas se me ha encharcado la ira muy dentro, siento un odio feroz, un odio desolador que me aniquila. Devastada por ese odio busco alguna palabra, algún sonido, alguna razón en una señal que me envíe Dios, pero no lo ha hecho. Nada que reprochar, así son las pruebas del amor por encima de todo a Dios. Pero ahora mismo no consigo amar, sólo odiar. Y, como ha escrito mi querida hermana Sonia Chocrón, los odio más que nada en el mundo porque me han enseñado el odio, me lo han sembrado dentro.

Estoy con Israel, con los judíos, con los sionistas hoy más que nunca. Apoyaré a Israel en lo que decida hacer. Todo será poco.

Shiri, donde quiera que estés, con tus pequeñuelos protegidos en tu regazo, no permitas que olvidemos nunca, no permitas que los dejemos sin castigo. Perdóname, Shiri, es lo que hoy como madre puedo expresarte, porque la venganza me ha podido mucho, porque jamás podré entender a los que les asesinan a las familias y se arrodillan y perdonan… No, yo no, soy imperfecta lo sé, pero déjenme así. Dios sabrá porque me tocó serlo.

En cuanto a Trump y su proyecto de resort, hoy más que nunca, hágalo Presidente, meta mano, como decimos los cubanos, tumbe al mal, y que el bien regrese como mejor y más pronto pueda. Basta de tanto pavor, de tanto entreguismo, de tanta cobardía, de tanta pusilanimidad.

Mientras esos dos niños eran devueltos en ataúdes de la misma talla que la de los adultos, con una inscripción: “muertos por judíos”, detrás, en el teatro armado por sus asesinos, mostraban un retrato de Benjamín Netanyahu con colmillos babosos de sangre, el rostro del diablo. No, diablos son ellos, esos con el rostro tapado, esos que llevaban guantes de goma supuestamente para no dejar sus huellas en los sarcófagos y de ese modo impedir que les identificaran, pero también para no tocar los asideros de metal que sostenían a esas cajas que contenían a sus víctimas, por judías. Sólo ruego que Bibi haga lo que prometió.

Sí, estoy devastada, más por el dolor que por la ira. La cólera funciona en mí como una especie de poción que multiplica mis fuerzas. Pero, mientras escribo esto me pregunto, ¿para qué sirven mis fuerzas si no pude hacer nada por salvarlos? ¿Para qué esta pulsión si no hago nada para impedir un nuevo holocausto?

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