miércoles 22  de  enero 2025
REFLEXIONES

El agente ruso

Hace unos días, en este juego cotidiano de golpes y contragolpes, Michael J. Morell, un experimentado e importantísimo antiguo cargo de la CIA, ha afirmado que Donald Trump es un agente ruso
Diario las Américas | CÉSAR VIDAL
Por CÉSAR VIDAL

No me agrada decirlo, pero la actual campaña presidencial se está caracterizando por una enorme suciedad. Al final de la semana pasada, me lo comentaba en Washington un auténtico veterano insistiéndome en que, en más de 50

En apariencia, en ella se enfrentan alguien al que, muy inexactamente, se denomina populista, con una persona de dilatada trayectoria política.

El primero, en teoría, no debería ni siquiera haber alcanzado la nominación y, sin embargo, disfruta de un respaldo popular que lleva a pensar que el pugilato durará imparable hasta el último día.

La segunda concita no menos odios que entusiasmos.

Hace unos días, en este juego cotidiano de golpes y contragolpes, Michael J. Morell, un experimentado e importantísimo antiguo cargo de la CIA, ha afirmado que Donald Trump es un agente ruso.

No se trata de una pequeña acusación. En noviembre del año pasado, por ejemplo, fue puesto en libertad Jonathan Pollard, una analista de inteligencia de la marina que espió a Estados Unidos por cuenta de Israel. Para remate, los secretos estadounidenses pasaron de Israel a la URSS de una manera que afectó gravísimamente la seguridad nacional.

En 1987, Pollard fue condenado a cadena perpetua y aunque los sucesivos gobiernos israelíes suplicaron un indulto al presidente de Estados Unidos les ha llevado casi treinta años alcanzar esa meta.

No es cuestión baladí espiar contra Estados Unidos. Por eso, yendo, pues, al fondo de la cuestión: ¿es Trump un agente de Putin? Sinceramente, cuesta muchísimo creerlo.

Especialmente, cuando no ha aparecido ni una acusación al respecto – no digamos una sola prueba – con anterioridad. Los únicos puntos, bien escasos, de verosimilitud en esta peculiar campaña son que Trump, efectivamente, pensó hacer negocios en territorio ruso – algo más que comprensible – y que el papel de halcón en estas elecciones no lo representan ambos candidatos o, de manera especial, el republicano, sino todo lo contrario.

Trump se ha manifestado opuesto frontalmente a la globalización y considera que Estados Unidos debe colocarse por encima de los intereses de ciertas élites que abogan en favor de ese proceso.

Igualmente, el candidato republicano cuestiona la utilidad de perpetuar el funcionamiento de una organización como la NATO, concebida para mantener un equilibrio en Europa contra la URSS, pero que no está dando precisamente muestras de eficacia en su lucha contra el terrorismo.

Finalmente – y esto seguramente escuece a determinados lobbies como el armamentístico – Trump no encuentras razones suficientes para que los contribuyentes estadounidenses paguen una factura militar que, en todo caso, debería descargarse de una manera más proporcional sobre los hombros de los aliados.

Es cierto que, de una visión semejante, difícilmente habrían derivado el apoyo que Hillary proporcionó al golpe que los nacionalistas ucranianos dieron en 2014 y mucho menos las sanciones impuestas a Rusia también impulsadas por la señora Clinton.

Sin embargo, de ahí a concluir que Trump es un espía ruso, media un verdadero abismo.

Tal y como van las cosas, prepárense a escuchar estos días que Hillary Clinton lleva recibiendo dinero islámico desde hace décadas y que ha sido parte esencial en la financiación del yihadismo internacional.

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