“En una época de engaño universal, decir la verdad es un acto revolucionario” (George Orwell). El síndrome de La Habana es y quedó calificado recientemente, como lo que en inglés llaman un cover up. El encubrimiento de un hecho que conllevaría a Estados Unidos a tomar acciones que no está dispuesto a emprender.
Las agresiones se convirtieron en públicas cuando diplomáticos en La Habana comenzaron a quejarse de ruidos extraños y malestar en el 2016. Ah, pero no olvidemos que ese era el año de las conversaciones secretas entre Raúl Castro y Barack Obama para lograr el sueño dorado del entonces presidente americano de restablecer relaciones con Cuba, y no solo eso, también de devolver los espías de la Red Avispa, entre ellos, Gerardo Hernández, responsable del asesinato de ciudadanos americanos en espacio aéreo internacional. Crimen por el cual cumplía 2 cadenas perpetuas en una cárcel federal tras haber sido debidamente condenado en una corte superior.
Con el curso del tiempo diplomáticos canadienses en Cuba también fueron blanco de los ataques que no solo tuvieron lugar en la isla caribeña a 90 millas de Estados Unidos, sino también a empleados federales de la comunidad de inteligencia en la Casa Blanca. Los cubanos alegaban que eran grillos, los americanos no decían mucho aunque algunos calificaron los hechos como histeria colectiva, pero los récords médicos de los afectados mostraban lesiones permanentes en el cerebro, daños de audición con pérdida de equilibrio y memoria, dolores de cabeza permanentes, sangramientos nasales entre otros. Y lo peor es que fueron afectados, no sólo los diplomáticos, también sus familiares, incluyendo los niños.
Preguntar si Cuba es capaz de semejante atrocidad es ridículo porque los diplomáticos en Cuba siempre han sido blancos de la Seguridad del Estado. Les han matado perros, han entrado a sus viviendas y dejado muestra de ello como forma de intimidación y hasta les han dejado excrementos como prueba. Que un agente de inteligencia se respete tan poco que tenga que defecar y llevar el excremento y depositarlo en una vivienda debe ser una de las labores más denigrantes del planeta, pero es que son sicarios y ahí es donde cambian las reglas.
En otra ocasión llenaron de hormigas bravas el hogar de un diplomático cuya niña era alérgica a las picadas de ese tipo de insecto, pero de nuevo, para el sicario de un cartel que no tiene problemas en que los niños de su país no tengan leche que tomar, mientras los extranjeros sí, es de esperar. Pero eso, en fin, se conoce como falta de escrúpulos.
Lo trágico es que conociendo las reglas y cualidades de los operativos del Cartel de La Habana, Estados Unidos y la administración de Biden trataron de barrer el síndrome debajo de la alfombra como la criada vaga. Fueron aún más allá y alegaron que los daños que obviamente fueron causados por equipos extremadamente sofisticados relacionados a microondas no existían. Esto pasó a ser un fragmento de la imaginación de diplomáticos y agentes de inteligencia que resultaron lesionados tanto en China, como en Cuba o Washington y que aún están sufriendo severas consecuencias, ellos y sus familias.
Precisamente después del último informe descartando la agresión, o más bien encubriéndola, surgen una serie de hechos reportados por la cadena CBS en su programa 60 Minutes que tiran por la borda la deliberada desinformación del gobierno. La detención del chofer de un automóvil a 115 millas por horas en la carretera de los los Cayos de la Florida de un agente, descuidado y mal entrenado, mostró no sólo equipos, sino cuentas bancarias con miles de dólares y el eslabón perdido, un pasaporte ruso.
Inicialmente como forma de proteger a Cuba alegaron que ese tipo de tecnología sólo la poseían países como Rusia o China, como si cualquiera de los dos la utilizara en Cuba sin la autorización del capo mayor, Raúl Castro. El principal aliado de Cuba en el hemisferio y el hijo bobo que no produce y hay que mandarle petróleo para evitar apagones que sacan a los cubanos a la calle a protestar.
A pesar de largas horas de interrogatorios del FBI el agente ruso pagó su multa y lo dejaron marcharse a la madre patria. Solo para convertirse al poco tiempo a través de un certificado de defunción en una baja más en Ucrania.
Pero otros investigadores no han dejado morir el caso y han salido a la luz documentos con bonos especiales para los agentes de la unidad del GRU 21955 que se dedica a asesinatos y actividades como desestabilizar países incluyendo la guerra con equipos acústicos capaz de neutralizar al enemigo en un sinfín de formas. Unidad dirigida por el General Andrei Vladmirovich Averyanov, que operaba de forma clandestina hasta que fue descubierta en el 2019.
Mientras el informe del Director General del gobierno de Estados Unidos descaradamente calificaba los ataques como con poca probabilidad que provinieran de un adversario extranjero, las víctimas han visto vehículos frente a sus viviendas y han reconocido a Alberto Averyanov, no solo un agente debidamente entrenado, sino el hijo del general jefe de la unidad especializada en la sofisticada guerra acústica. El encubrimiento del gobierno americano alega factores ambientales -es de suponer- grillos cubanos, asuntos de salud no relacionados y hasta antiguas lesiones, que no es más que otra forma de no querer reconocer que ningún americano está seguro, no solo en el exterior sino en territorio americano, incluyendo la Casa Blanca.
¿Y si estamos siendo atacados no es esto un acto de guerra? ¿Un acto de guerra al que no quieren responder? Como dijo uno de los investigadores que posteriormente abandonó su trabajo con el gobierno, Rod Edgreen, inicialmente tuvieron el apoyo del Pentágono pero de pronto subieron el nivel de prueba a algo que justificara descartar la agresión: “Una guerra en las sombras, en la cual, hasta el momento Rusia tiene la delantera”.
¿Qué pasa si ignoran esto como una prueba de la capacidad que tienen nuestros enemigos de infligir daño? Desde el presidente hasta los más altos oficiales pueden ser liquidados sin disparar un solo tiro. En el caso de Cuba, Estados Unidos sigue insistiendo en promover negocios con la dictadura, violar el embargo, darle entrada a actividades en la embajada americana en La Habana a agentes del régimen y celebrando veladas artísticas como si no pasara nada.
Al menos el expresidente Donald Trump restauró a Cuba en la categoría de país que auspicia el terrorismo que Barack Obama eliminó. Y le dejó una serie de sanciones a rusos y entidades rusas, que es mucho más de lo que ha hecho la administración de Joe Biden. No sin olvidar el bochornoso mensaje de Obama a Putin cuando al quedarse un micrófono abierto en su conversación con Dmitry Medvedev se le escuchó decir: “Dile a Putin que podrá ser mucho más flexible después de las elecciones”. Aún así, los liberales tienen tan poca vergüenza que acusan a Trump de favorecer a Putin.
Vivir por ver, pero lo que estamos viendo con el síndrome de La Habana no es más que encubrimiento de una agresión a ciudadanos americanos y sus familias, cuyo trabajo como diplomáticos o agentes de inteligencia puso sus vidas en riesgo.
¿Qué nos espera al resto de los mortales? Los testimonios del programa 60 minutes dejan claro quiénes son y de qué son capaces, tanto Rusia como Cuba, quien lo permitió en su territorio. Eso se traduce en malas noticias para el Cartel de La Habana y sus defensores.
Dudo mucho que Biden pueda complacer al presidente mexicano López Obrador con quitar a Cuba de la lista de países que auspician el terrorismo donde la situó Trump. Mucho menos ahora después del destape.