domingo 16  de  febrero 2025

El legado de Monseñor Carlos Manuel de Céspedes

Sus grandes amores ”“lo repetía a menudo”“ eran Cuba y la Iglesia. El tercero era la literatura, a la que contribuyó con novelas, poemarios y lúcidos ensayos

Monseñor Carlos Manuel de Céspedes poseía esa aristocracia del espíritu que nada tiene que ver con títulos nobiliarios ni riquezas materiales. Sentía orgullo de su ascendencia ilustre; era descendiente del padre de la Patria y de dos presidentes. Cuando muchos se fueron de Cuba, él regresó en 1963. Quiso echar su suerte con los pobres de las parroquias en barrios marginales.
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Habían cerrado los colegios católicos y logró, milagrosamente, mantener abierto el Seminario de San Carlos y San Ambrosio. En un estado ateo, enseñaba las Sagradas Escrituras. El país se dividía por luchas fratricidas, y él mantenía fija la mirada en la esencia cubana.
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Su mayor preocupación fue siempre la juventud, y marcó a toda una generación de cubanos; así me lo escribe desde España una historiadora.
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En el período especial comprendió cuán desamparados estaban los viejos, y se ocupó de ellos. Desde la Iglesia de San Agustín les ofreció comida, ropa limpia, medicinas. Para pedir por su misión de caridad, se convirtió en humilde mendigo. En Miami y otras ciudades, adonde viajó varias veces a recaudar fondos para su parroquia, muchos lo ayudamos gustosos. n

Hombre de curiosidad intelectual insaciable, había acumulado un buen número de libros, que no estaban en sus estantes u201ccomo adorno o relleno, sino como fuente y luz u201d. Los prestaba porque u201cla única forma de poseer, sin escrúpulos de conciencia, es compartir lo que se posee u201d. Los vídeos de ópera que le regalaban, los exhibía en la parroquia. En su biblioteca, sentado en su sillón, igual aconsejaba a un joven matrimonio, comentaba el manuscrito de un aspirante a escritor, o conversaba gustoso con tirios y troyanos, citando tanto a los clásicos como a autores cubanos de todos los siglos y signos. n

Sus grandes amores u2013lo repetía a menudo u2013 eran Cuba y la Iglesia. El tercero era la literatura, a la que contribuyó con novelas, poemarios y lúcidos ensayos. El último lo entregó a Espacio Laical días antes de morir. Fue, en cierta forma, su testamento. En 16 páginas a un espacio, recorre minuciosamente la problemática cubana, y sus sueños para una Cuba, que, entre otras cosas, ofrezca a sus ciudadanos mejores condiciones de vida.
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Utiliza con frecuencia las metáforas u201cla Casa Cuba, el Árbol Cuba, la Nave Cuba u201d. En su mundo interior revisa, añade y suprime en la construcción del mañana. Confiesa: u201cMi rumia cubana no deja de estar en movimiento y se detendrá, espero, sólo con mi muerte. u201d Así fue. n

En esa Casa Cuba que edificaba u201ctodos tendríamos que participar desde el ruedo, no desde las gradas u201d. Lo dice con plena conciencia de la pluralidad de la Cuba insular y transnacional. Aboga por un u201ccambio integral de la sociedad u201d, que lleve a u201cuna mejor convivencia, a un mayor bienestar u201d.
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Sabe que las reformas económicas no dependen sólo de los recursos, sino también de u201cla voluntad política u201d. No pretende tener todas las respuestas. Se pregunta (o nos pregunta), si no habría que hacer ajustes de orientación ideológica al mismo tiempo. Le duele que las nuevas generaciones se vayan de la isla, que la nación las pierda. Reconoce la nostalgia de la futuridad, es decir, la incapacidad de imaginar oportunidades, y sabe el daño que causa. Siente urgencia de u201cque los jóvenes puedan pensar con cierta confianza en un futuro promisorio, en Cuba u201d. Aconseja u201cpactar con la realidad y concertar criterios, que no afecten la soberanía nacional, aunque sí podrían implicar condiciones con relación a teorías sostenidas durante años u201d.
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Enfatiza la necesidad de crear un estado de derecho para una sociedad que llama u201csocialista democrática o participativa u201d. Propone con sólidos argumentos restituir, con modificaciones, la Constitución del 40, u201cfruto de la concertación libre de muy diversas tendencias u201d. Recuerda que la Revolución cubana tomó su restauración como lema. Se muestra partidario de la socialdemocracia, aunque se le disfrace con otras etiquetas. n

Desea que el pueblo cubano esté inmunizado contra u201clas falsas hazañas de aventureros superlativos que nos han hecho y hacen daño u201d. Insiste en que los cambios necesarios han de sostener un u201cproyecto de promoción humana integral u201d. Cuba, concluye, es para él un acto de fe, esperanza y amor.
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Con su muerte el pasado 3 de enero, deja un hondo vacío, pues supo ganarse el cariño y la admiración de muchos de sus compatriotas, por su cubanía raigal, su humor criollo, su generosidad sin límites, su amplia cultura, su respeto genuino a los demás. De Jesús del Monte a Miramar, de Madrid a Miami, de El Vedado a Washington, D.C., los que tuvimos el privilegio de conocerlo y beneficiarnos con su amistad, nos apoyamos los unos en los otros, más huérfanos por su ausencia, pero más comprometidos con su incesante lucha por esa Cuba mejor que tantos soñamos, para la que él, sermón a sermón, clase a clase, ópera a ópera, libro a libro, fue preparando a los jóvenes en la isla.

* La autora es miembro correspondiente de la Academia Norteamericana de la Lengua Española.

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