Era de noche cuando pude ver al Sol. Fue en una basta finca, rodeada de árboles al estilo del bosque de sherwood. Laboriosas manos se habian encargado de hacer un limpio en medio de la bella floresta. Improvisadamente en el centro se habia montado una especie de teatro gigante, con una ponderosa sinfónica en el escenario, superando todas las sinfonías que los grillos del mundo pudieran entonar. No hubo palabras, ni djs, ni locutores engolados y sin sal. La orquesta emprendió un mosaico de éxitos en versión instrumental y al mismo tiempo, un gran seguidor de luz blanca apuntaba hacia el cielo, donde de repente apareció un helicóptero descendiendo pausadamente. Al tocar tierra, una decena de fieles arrastraron hasta su puerta unos 30 metros de alfombra roja que se hizo paso sobre la maleza. No hubo que esperar que se detuvieran las helices. Vestido impecablemente, con una traje Armani que te sacaba los ojos, apareció ligero y sonriente un tal Luis Miguel.
Y para que seguir contando lo que sucedió después. Sería redundante decir lo que todos saben. Casi dos horas de perfección y dominio absoluto confimaron lo que antes se decía más que ahora. Luis Miguel es un artista, un elegido, de los pies a la cabeza.
Pero esos días andan lejos. Luis Miguel se volvió inalcanzable y ese es uno de los ingredientes mayores de su leyenda. De tanto huirle a la prensa y sus desatinos frecuentes terminó convirtiéndose en eso que jamás alcanzas a ver y comienzas a dudar si en realidad existe.
Los periódicos no gastan tinta apenas en su nombre, a no ser que tengan la posibilidad de señalarlo negativamente. Se dice que está viejo, gordo, enfermo, inaccesible. Que ya no canta ni seduce. Es entendible. La prensa está muy ocupada en obras musicales de mayor importancia. Nicky Jam amenaza con sus próximas cagástrofes y Maluma se hace un nuevo tatuaje que le roba para siempre su afinación. La banalidad hace fiesta en los titulares. No hay decencia en las jerarquías.
Debería al menos decirse, que si Luis Miguel en realidad cantase el 60 por ciento de lo que cantaba antes, entonces seguirá cantando con el 40 por ciento restante más y mejor que casi todos. Pero cantar bien ya no importa. Es anticuado.
Tras tanto silencio se aparece El Sol de México con un disco nuevo y el anuncio de una extensa gira, después de cancelar ni se sabe cuántas y haber destapado múltiples "escándalos".
Dicen que sus mujeres quedan locas después de pasar por su afinacion perfecta. Lo mismo estadounidenses, que mexicanas, que polacas. La lista es larga. Soltero eterno. Padre basto.
Ahora su fonograma es un repaso de éxitos para reivindicar su compromiso con México, el país que lo convirtió en su hijo más querido por adopción, la nación que suma cientos de emisoras de radio en las que cada día se dedica una hora a su música sin necesidad de pronunciar la palabra payola. Es un culto espontáneo, al parecer eterno. Un linaje que no debe ser jamás mancillado.
La placa de la que apenas se habla incluye una selección de temas tradicionales orquestados como Dios manda. Mayormente a fuerza de mariachi. Se nombra “México por siempre” e incluye 14 piezas.
Aunque el disco está pensado para desgranarlo en su totalidad, con una arquitectura perfecta y una orquestación robusta y diáfana, tres de sus piezas podrían ser sencillos a difundir de manera consecutiva. La manera en la que Luis Miguel desempolva: “Soy lo prohibido”, “Que te vaya bonito” y “Serenata Huasteca” recuerdan los días en los que Olga Guillot, Pedro Infante y José Alfredo Jiménez eran dueños de las listas de éxito.
Las sutilezas de Luis Miguel dejan honda huella en lo mejor de la cultura musical Mexicana. El fonograma bordea como un perfecto tejido a mano el huapango. Para la ocasión el artista escoge la modalidad de huapango mariachi. Se trata de una estructura que le permite echar versos sobre un tablado o una tarima al más puro estilo de las regiones de Veracruz, Puebla o el mismo Querétaro, por sólo mencionar tres localizaciones en las que este ritmo goza de perfecta salud.
Otro de sus grandes momentos es el homenaje a la cultura huasteca, que rememora los aportes prehispánicos de los huastecos (Veracruzanos, Hidalguenses o Poblanos) fuentes inagotables de conocimiento y tradición.
El disco, disponible en las principales plataformas desde el pasado 24 de noviembre, es el regreso de Luis Miguel después de cuatro años sin editar placa alguna. Constituye el regreso de un ícono de 47 años, que con el encaje y esmalte impecable de su cristalina voz parece más ocupado en trascender que encantar. Y los descafeinados dirán que es más de lo mismo, pero como nunca se enteraron ni antes ni después, consuela saber que reguetón no rima con tequila.