El día en que Caridad recibió la noticia, llovía en Cienfuegos. La sequía había taladrado los suelos y amenazaba las cosechas. Pero ese día rompió la suerte y amaneció negro para luego llover a cántaros como si el diluvio universal hubiera llegado. Pero lo que llegó fue la noticia: “Mi hermano nos invita.” Le había dicho al marido que subió los ojos por encima del televisor para luego continuar con ese apacible consumir de series del paquete que le nació con la jubilación verdadera.
La importancia de la invitación no era el turismo, aunque a Caridad le encanta la calle. Y le encantó su visita anterior, hace 25 años, cuando paseó el sur de la Florida y vio Nueva York desde la apacible Nueva Jersey. Lo importante era reunir a los hermanos y tener a la mayor entre ellos. “Los años no pasan en vano, ya ella no puede montar avión y vernos ahora con todos los problemas que hemos pasado será una bendición”, dijo para convencer al marido, reacio como siempre a salir de sus cuatro esquinas.
Desde el otro lado del estrecho la sobrina tenía un anuncio: han adelantado la cita, será el 8. Todos se iluminaron, no solo por la prontitud sino por la fecha. Caridad sabía que su patrona no la abandonaba y se aprestó urgente a ultimar detalles, fotocopias, fotos, documentos, pasaportes en regla, y sobre todo, la vela encendida por el milagro de verse todos “después de tantos problemas”.
Los problemas fueron muchos y muy complejos. Perdieron al menor de los hermanos y con él se fue un pedazo importante de la alegría de todos. Nadie pensó que sería el primero en irse, no pasaba mucho los 60 años y sus hermanos eran entre 20 y 30 años mayores. “Pero para morirse nada más hay que estar vivos”, decía mi abuelo cuando se tomaba sus profundos platos de frijoles negros sabiendo que la diabetes le esperaba con una mala jugada.
Desde frente a la Estatua de la Libertad, muy cerca de Bergenline Ave, NJ, la hermana mayor encendía una vela en pos del milagro de Cachita, y de la reunión familiar. Desde México los no creyentes con voz gacha se encomendaron a la Patrona y los que más creían confiaban en su Santa como la noche está segura de que llega el día. Y el día llegó, a las 9 am entraban por la puerta 2 de la flamante embajada de los Estados Unidos, con un sobre y muchas esperanzas.
El viejo pensó que él sería el más asediado por las preguntas, pero no fue así, apenas lo miraron. Pero Caridad cambió muy pronto su sonrisa perenne cuando el americano insistió dos veces en el mismo tema: “¿ no fue en 25 años? “no, dijo ella, mis hermanos viajaban al menos una vez al año, y era más económico para todos”. “Pero dejó vencer el pasaporte y no sacó uno nuevo hasta ahora?” insistió el hombre de cara redonda y rubicunda. "Sí, no tenía motivos para mantener un pasaporte que sólo tenerlo cuesta dinero", dijo Caridad viendo por donde venía la cosa.
“Ahora mi hermana no puede viajar, tiene problema en sus piernas”, insistió como último elemento para ablandar a aquel hombre, pero fue en vano. “¡No clasifica!” le dijo el hombre y de un plumazo torció los sueños de dos ancianos que jamás han pensado vivir en otro sitio que en sus cuatro esquinas, que probablemente no saben qué es un inmigrante y que por ende, su único sueño, su mayor esperanza estaba en esa visa para reunirse con sus hermanos.
Caridad se lo dijo a su hijo mayor: “¡La política es una mierda!”. Y tal vez tenga razón, o la porquería se la suman los seres humanos que jugamos a la política como un elemento para lograr las sinrazones por encima de éxitos o fracasos, arrollando ilusiones de viejos jubilados o de hermanos separados por otras razones que adornan también la historia de un diferendo que ya dura más que muchas personas.
Cachita no propició el milagro y Caridad no la culpa. Su Santa es sabia, y ella lo sabe; si no estuvo de acuerdo es por el bien de todos. Pero a continuación arremete contra quienes dicen que todo va bien, que están por el empoderamiento del pueblo y cometen este tipo de actos contra la familia y la razón. “Mis hijos llevan años viviendo fuera y no he ido ni a visitarlos, si fuéramos a emigrar lo hubiéramos hecho hace años y bajo otras condiciones”, dijo en el fragor de su combate interno contra la desilusión.
Cachita no propició el milagro, pero el sabor amargo de la "despolítica" que en materia de inmigración todavía mantienen Cuba y Estados Unidos, requiere más de un milagro para que las cosas algún día no tan lejano puedan volver a ser como debieran. Un milagro que requerirá de más santos, o por lo menos, de mayor voluntad.