Los republicanos están en apuros y no saben cómo salir del atolladero, y es que faltando tan solo 12 semanas para la elecciones generales, continúan atrapados con un candidato presidencial al que no quieren, ya que la mayor parte del tiempo los tiene en vilo, en espera de los que va a decir a continuación.
El problema es que no existe una alternativa para sustituir a Donald Trump.
Sin dudas ya es tarde para encontrar un candidato ideal, a pesar de lo que algunos pudieran pensar, y es que son las propias reglas del Partido Republicano las que no permiten que otro tome el lugar que Trump ha conquistado en buena y debida forma, a menos que él mismo decida abandonar la contienda electoral, algo que tiene poca o ninguna posibilidad, aun cuando él sabe que su campaña está en problemas.
La razón es que él batió récord de votos, más que cualquier otro candidato presidencial republicano durante las primarias: obtuvo 13,3 millones, lo que significa un 1,8 millones más que George W. Bush, e incluso Ronald Reagan, uno de los presidentes más populares de los tiempos modernos.
Sin embargo, aunque este superávit de votos no le asegura ganar las elecciones, a juzgar por los últimos sondeos lo mantiene en la carrera por la Casa Blanca, convencido de que tiene el apoyo popular mayoritario de los republicanos de a pie.
Por eso, esas figuras de alto perfil del partido, que esperan ser salvados de Trump a última hora, se están sólo engañando a sí mismos.
En todo caso, no hay duda de que se trata de una situación bastante extraña, ya que los republicanos en lugar de unirse en torno a su nominado, están haciendo todo lo posible para que Trump nunca llegue a la Casa Blanca, y aunque esta es una buena noticia para Hillary Clinton, plantea serias preocupaciones sobre la futura estabilidad del Partido Republicano.
Cuando surgió el Tea Party hubo grandes divisiones por la llegada de un conservadurismo extremo, que desafió las antiguas tradiciones republicanas. Donald Trump, con su discurso demagógico y populista, ha profundizado la brecha.
Trump no va a cambiar su estilo y la jerarquía del Partido Republicano tampoco quiere ni puede cambiar, lo que los pone en un callejón sin salida.
Por el lado de los votantes, los mensajes se les han vuelto cada vez más confusos.
Las encuestas auguran una amplia victoria para Clinton, pero hay una gran franja de la población, constituida por personas de ingresos medios, que quieren algo diferente y ansían que su desencanto con la política de Washington sea tomado en cuenta por el próximo presidente de Estados Unidos. Para muchos, Trump es lo más cercano a esa persona que presta oídos a sus aspiraciones.
Durante las elecciones primarias, los éxitos del magnate surgieron gracias a esa imagen de mesías político, comprometido con la clase media, sin embargo, él mismo ha socavado su triunfo, con ese perfil de presidente irresponsable, especialmente en política exterior.
En este duelo a muerte durante las siguientes 12 semanas, Clinton pasará seguramente haciendo énfasis en los peores rasgos de Trump, mientras los republicanos estarán enfocados en ganar la Cámara de Representantes y el Senado, sin importar si Clinton le gana a Trump la Casa Blanca. Entretanto, el estadounidense común, enfermo de los cálculos políticos, estará anhelando despertar pronto con la sensación de que ya toda la pesadilla electoral terminó.