Si el presidente de los Estados Unidos se encuentra bajo ataque en su propia casa, ¿Podría esta situación debilitar sus credenciales internacionales para negociar con dirigentes mundiales sobre políticas de impacto global?
Si el presidente de los Estados Unidos se encuentra bajo ataque en su propia casa, ¿Podría esta situación debilitar sus credenciales internacionales para negociar con dirigentes mundiales sobre políticas de impacto global?
Donald Trump ha sufrido tantas crisis internas desde que asumió el poder, que todavía no se sabe cómo va a afectar su autoridad frente a los enormes desafíos de seguridad que amenazan a Estados Unidos y a Occidente.
Con China por ejemplo, hay mucho en juego: las relaciones comerciales bilaterales, la polémica construcción llevada a cabo por Pekín en islas del mar Meridional de China, cuya soberanía es disputada por media docena de países de la región, y lo que es más importante, la creciente amenaza que plantea Corea del Norte.
Trump ha dejado claro que quiere cambiar lo que considera una injusta ventaja comercial de China con sus abrumadoras exportaciones hacia Estados Unidos, a la par que espera que Pekín también ejerza presión sobre Corea del Norte para detener su programa de armas nucleares y misiles balísticos.
Por lo pronto, está claro que China tiene más poder que los Estados Unidos para mantener bajo control al dictador norcoreano Kim Jong -un, ya que es su mejor aliado, a pesar de las recientes indicaciones de Washington de no descartar más sanciones diplomáticas e incluso una acción militar para frenar las pretensiones bélicas de Pyongyang.
Con este panorama a cuestas, el Presidente debe ejercer su influencia desde una posición de desgaste político interno luego de los reveses en su liderazgo, por los fracasos para empujar su proyecto de ley de salud para reemplazar al Obamacare, el cerco judicial a su veto migratorio y los no menos controversiales supuestos vínculos con Rusia.
Si el presidente de China, Xi Jinping, pretende descifrar los códigos políticos de Trump, no está solo. El presidente ruso, Vladimir Putin, debe estar igualmente confundido acerca de las prioridades de la nueva administración estadounidense luego de que Trump hablara de su admiración por él durante la campaña electoral y su deseo de retomar relaciones con Moscú, aunque aún no ha sucedido nada y en cambio, muchos miembros de su gabinete, como el secretario de Defensa, James Mattis, han criticado cualquier acercamiento con Rusia.
Una de las principales razones de toda esta confusión es que Trump no parece tener una hoja de ruta clara, ni la intención de delegar acciones en un influyente secretario de Estado.
Rex Tillerson es uno de los secretarios de estado más reservados de los que recuerde la historia, al que tampoco parece gustarle la prensa, ya que durante sus visitas al exterior los corresponsales del Departamento de Estado no han sido bienvenidos.
Mientras sus predecesores siempre llevaron a periodistas a sus viajes, Tillerson ni siquiera celebra conferencias de prensa y cuando hay reuniones importantes con líderes extranjeros en Washington está ausente a menudo.
Los mejores secretarios de Estado en el pasado abrazaron la experiencia y el conocimiento de funcionarios de larga data, para luego jugar un papel de alto perfil. Tillerson todavía tiene que desarrollar su estilo para tener impacto.
Se trata de una debilidad en la administración Trump que podría ser aprovechada por el presidente chino.
En todo caso, el gran reto entre China y Estados Unidos es no perderse en la traducción y sentar las bases de una política a futuro que establezca una nueva relación bilateral, sin sacrificar la paz entre ambos.