Estás en pecado n n nMe lo dijo una amiga. Estábamos en primer grado. Se sentaba a mi lado. Era mi mejor amiga. La profesora escribía algo en la pizarra, mi amiga comenzó a hacer dibujos en mi cuaderno. Hacía dibujos de penes y pañales sucios. Me reí. Era esa época en la que te da risa todo lo que tenga que ver con sexo y caca. Me dijo que dibujara, dibujé con ella. Nos reímos mucho. Al salir al recreo, me dijo: u201cestás en pecado u201d.
Esa fue la primera vez que me confesé frente a un cura. Se lo dije así: u201cagarré un papel con una amiga y dibujamos cosas indebidas u201d. n n Unos años después aprendí a tocarme. Nadie me habló del tema, ni siquiera sabía que eso existía. Un día estaba poniéndome una crema ahí abajo y la situación se prolongó un poco. Fue una sensación bonita, pero culposa. Sentí que había descubierto un secreto en mi cuerpo. No se lo dije a nadie. Luego me enteré que eso no lo hacía solamente yo, pero que era algo que u201clos hombres hacen más que las mujeres u201d, y que por eso no debía hacerlo más.
Estaba confundida, porque al parecer cuando los hombres lo hacían también era pecado. En cualquier caso, seguí haciéndolo. No pensaba en nada, solo sentía. n nPasé algún tiempo pensando que mis abuelos me estaban mirando desde el cielo. Eso fue lo que me dijeron. Que los seres queridos se iban al cielo y cuidaban desde ahí a su familia. Desde entonces con cada cosa mala que hacía pensaba en que me estaban mirando. Incluso cuando me duchaba, me sentía vigilada y pensaba que no era cómodo que me vieran desnuda. De hecho las veces que me tocaba, los imaginé decepcionados de mí, dándome la espalda y mirando a otra parte con los brazos cruzados. n n Tuve dos o tres amigas con las que exploré el placer con mucha inocencia. Era más un descubrimiento de nuestros cuerpos que del placer mismo. Por lo general yo asumía el rol del papá o del doctor que revisa a su paciente. No recuerdo haber hecho el rol de quien solo siente lo que ocurre. Me gustaba tomar la iniciativa, probar muy suavemente esto y lo otro. Aunque mis abuelos estuvieran mirándome. n n Un buen día dejé de tocarme. De hacer cosas con mis amigas. Les dije que yo ya no era una niña, les dije que había tenido la regla, aunque no fuera verdad. Me dijo que no importaba, que siguiéramos jugando. Moví la cabeza de un lado a otro, negándome. En el fondo me ganó la culpa, sentí que estaba haciendo algo muy malo, algo que la mayoría de mis amigas no hacía y que si yo seguía por ese camino me iba a convertir en una puta. Le enseñé a mi cuerpo a apagar el deseo y creo que eso me marcó de por vida. n n Luego vinieron los hombres. Ya no era mi mano la que se escabullía por mi pantalón. Y eso también era pecado. Yo lo tenía muy claro, aunque me importaba mucho menos, porque para entonces ya había dejado de confesarme. Todo ese juego con hombres me daba menos culpa, quizás porque para entonces yo ya no era la fuerza que proponía, sino la que se dejaba llevar. Yo era ahora la que aceptaba el juego y se echaba en la cama y solo sentía.
Mi primera vez pudo haber esperado, pero en ese momento me daba más miedo perder a ese hombre que perder mi virginidad. n nVolví a confesarme el día de mi confirmación. Esperé al último momento, cuando ya todos mis amigos se habían confesado y esperaban afuera del templo a que comenzara la misa.
Me armé de valor y entré al confesionario. Olía a madera y barniz. Había frente a mí una tela oscura, parecía un enorme parlante desde donde salía una voz aún más oscura que era la del padre, que estaba sentado del otro lado. Decidí contarle todo. Fui al grano. No perdí tiempo inventando que había tratado mal a mis padres o que había robado cosas de una tienda. No había nada de eso en mi lista. Mis pecados siempre tuvieron que ver con el sexo. Me mandó veinte Ave marías y veinte Padres Nuestros. Casi no llego a la ceremonia. n n Hace unos años estaba en el ginecólogo con mi madre. El doctor me había hecho una pequeña intervención y me dijo que no tuviera relaciones sexuales en dos semanas. Al salir mi madre me preguntó por qué él había dicho eso, si yo era virgen. Le dije que no era virgen. Fue entonces cuando cayó el telón de todo ese teatro religioso. Cayó incluso la tela negra del confesionario. Dejé de sentirme en pecado. Traté de recuperar poco a poco ese tipo de placer a solas que durante años yo misma me había negado. Y dejé de sentirme mal después, porque mis abuelos ya no me miraban desde el cielo.