Desde el lunes en la noche no hemos parado de recibir reclamos de los televidentes, inconformes porque esta semana no presentamos el segmento habitual del noticiero con Evelyn Linares, la vocera en español del seguro social quien, con un lenguaje fácil y ameno, aclara las preocupaciones y dudas de todos los que nos escriben al canal.
A Evelyn la encontré casualmente, hace ya tiempo, escuchando una estación de la competencia en el radio de mi auto, atascado en el Palmetto, y haciendo de tripas corazón por llegar al trabajo. Me impresionó como desmenuzaba con palabras comunes lo que otros expertos traducen en cifras, títulos de leyes o siglas que nadie entiende. Todo era fácil con ella, incluso llegaba a dar consejos personales que no debían estar respaldados por su institución.
Conseguí su número y desde entonces, cada lunes aparece en nuestra pantalla para responder las preguntas que vamos acumulando con las llamada o correo, a veces recurrentes, de nuestros televidentes.
Pero Evelyn es trabajadora federal y lamentablemente está en paro por el cierre del gobierno, lo que implica que no puede hacer su rutina semanal por varias estaciones de radio y televisión. Por ahora, (esperemos que solo por ahora), no puede asistir a los jubilados y a los beneficiados de los programas de ayuda; que no entienden lo que pasa con sus pagos o que quieren explorar las posibilidades de mejorar su cheque.
“¿Cuándo la vuelven a traer entonces?”, no tenemos respuesta, como tampoco la tiene Washington que se debate en un enredo entre demócratas y republicanos por el presupuesto del próximo año. “invítenla a título personal, como si fuera una reportera”, no podemos, más bien no puede ella, porque sigue bajo contrato, aunque no le paguen, aunque la manden a casa por los caprichos de los políticos de turno.
Por lo pronto seguimos acumulando las preguntas que continúan llegando. El archivo de Evelyn así le decimos.
“Lo de ella no es nada comparado con los aeropuertos” me dice una productora del canal que acaba de regresar de unas vacaciones en el norte del país, “no hay controladores y según explicaron muchos se declaran enfermos para no trabajar gratis, porque les obligan a cubrir sin sueldo, ¡imagínate!”.
En Washington cada bando político se lava las manos, dicen que la culpa es de la intransigencia del otro y el presidente Trump asegura que no hay un líder demócrata con el que negociar, que el partido azul es lo más parecido a Somalia que ha visto, sin gobernante, ni orden y dividido en pandillas.
“Ellos son blancos y se entienden al final, a nosotros nos toca esperar que se pongan de acuerdo” me dice Luisa la mulata de la cafetería donde habitualmente almorzamos. Calmadamente la desmiento: “Ellos”, los de Washington, no son un mundo aparte, son los designados por nuestros votos, los pagados con nuestros bolsillos, los que nos representan para supuestamente hacernos la vida más fácil, para pensar en sus electores antes que en cualquier otro interés. Luisa me mira con sorna, “tienes muchas canas ya para no darte cuenta de la verdad”, me responde y sin darme tiempo a reaccionar me agrega, “déjame decirte que nada de eso está pasando así que bájate de esa nube y ven aquí a la realidad”, la última frase me la dice cantando.
David aprovecha la sobremesa para explicar el efecto en cadena que desata el cierre del gobierno: primero los aeropuertos, pero luego serán las fuerzas armadas, las aduanas, inmigración y todo el que tenga sueldo del gobierno, con pose de juez dicta sentencia en voz alta: “nadie cobra, bueno… nadie no, los congresistas sí, ellos siguen cobrando”.
A Luisa le da un ataque, abre los ojos desmesuradamente y casi deja caer la bandeja con que recoge los platos vacíos, “¡no jodas que ellos siguen cobrando!, que cabrones, ¿a quién hay que llamar para denunciar eso?, hay que decírselo a Trump para que les cierre la llave”.
En su perspectiva elemental Luisa cree que el gobierno del país se maneja como si fueran la cafetería donde trabaja, solo basta con llamar a las dueñas para que boten a los majaderos.
El café sirve de pretexto para incorporar otras mesas y desatar la discusión entre los bandos habituales: los que culpan a Trump de todo y los que creen que el cierre es la venganza de los demócratas, impotentes, ante el paso arrollador de la administración republicana.
Una bronca que es el común denominador a donde quiera que pisemos: No importa si se habla de baseball o del último disco de Taylor Swift, al final la oreja peluda de la polarización política destruye cada reunión, cada encuentro entre los que hasta ayer disfrutaban juntos.
Luisa sacude los hombros, “paso con ficha, esa carne es muy dura, no le entro, porque no la entiendo, total, a mí sí que me pagan este viernes”, dice mientras regresa a la cocina donde le espera el pedido de otra mesa.
Yo me aíslo, no tomo partido, realmente estoy pensando en el “¿cómo?”, inventándome fórmulas y tejemanejes para conseguir de vuelta a Evelyn.
Esta vez el egoísta soy yo, golpeado los ratings que pierdo con cada lunes sin ella.