viernes 21  de  marzo 2025
OPINIÓN

Felo, la voz

Este cubano tuvo el privilegio de llevarle a sus millares de oyentes una serie de eventos que aparecen escritos con tinta de oro en los anales del béisbol
Diario las Américas | EDITORIAL DIARIO LAS AMÉRICAS
Por EDITORIAL DIARIO LAS AMÉRICAS

Cuando una persona fallece es una habitual costumbre poner en relieve sus hazañas o anécdotas, y casi siempre los familiares o amigos elevan a la categoría de hito todo aquello que haya realizado como una forma de exaltar su memoria. Con Felo Ramírez, es más que seguro, no habría necesidad de poner una coma adicional para saber que se trataba de un ser como pocos en este mundo.

Su voz se apagó por esas cosas de Dios o del destino que pocos entendemos. Gozaba de una salud de hierro, poco enfermaba, siempre estaba sonriente, pero un accidente en su trabajo lo envió a un hospital y al cabo de un par de meses su prodigiosa existencia se esfumó, dejando un legado imborrable de éxitos.

Felo era un hombre excepcional que hacía gala de una personalidad humilde y sencilla. El hecho de pertenecer al Salón de la Fama de Cooperstown jamás elevó el ego de este cubano, nacido en Bayamo, que no por casualidad ni coincidencia era la voz oficial del equipo miamense de los Marlins, en donde su vida longeva y vasta experiencia merecían el respeto de todos.

Hablar de Felo es recorrer los estadios de pelota de los Estados Unidos y el continente americano de la mano de un narrador que describía con lujo de detalles las incidencias del que Albert Einstein bautizó como el Rey de los Deportes. Sus frases y dichos pegajosos le dieron al locutor un sello único y quizás inimitable.

Este cubano tuvo el privilegio de llevarle a sus millares de oyentes una serie de eventos que aparecen escritos con tinta de oro en los anales del béisbol. Felo narró el hit número 3.000 del pelotero puertorriqueño Roberto Clemente y, entre muchas otras proezas, el jonrón 715 de Hank Aaron.

Felo estuvo frente a un micrófono más de siete décadas. Si un periodista o compañero le preguntaba cuál era su mayor deseo, no dudaba en decir que quería irse de este mundo solo después de narrar un partido en el Estadio del Cerro, en La Habana, en esa Cuba gobernada por el castrismo de la que partió en el año 1961, dejando atrás a una madre que entonces no pudo volver a ver.

Hoy Felo no está. Miami entera llora su partida. Se fue el gran narrador, el buen ser humano, aquel caballero a carta cabal que recorría los pasillos del estadio de los Marlins como el dueño de una vida que parecía eterna, quizás sin saber que en otra dimensión, a la que podríamos llamar cielo, estaban requiriendo un narrador con todas las virtudes que solo él podía tener. Paz en su tumba.

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