Han pasado 207 años desde cuando los venezolanos dimos nuestro primer paso formal hacia la Independencia, el 19 de abril de 1810, y para la forja de una identidad nacional propia, hecha de sangres que se cruzan sin cesar y nutren de sus culturas raizales respectivas –indígena, hispana, africana– hasta alcanzar, lo dice Vasconcelos, su actual mestizaje cósmico.
Pero se trata de dos centurias y algo más en las que, entre avances y retrocesos, hipotecados por el Mito de Sísifo, seguimos en el empeño de hacer cristalizar nuestra libertad en procesos que se nos hacen inacabados y de final incierto.
Nunca antes como ahora y otra vez ese desafío adquiere tono agonal, porque nunca antes como esta vez nos hemos visto los venezolanos secuestrados por la felonía y la barbarie instalada en el Estado.
Es como si el espíritu de José Tomás Boves se hubiese metido en el alma de algunos hijos de nuestra misma tierra, empeñados a sangre y fuego en preservarse como centuriones, esta vez, de un régimen inmoral extranjero –el de la Cuba de los Castro– que viola el cuerpo de nuestra madre patria, hasta hollarlo y mancillarlo cabalmente.
De modo que la reacción popular virulenta e in crescendo que hoy tiene lugar contra el narco régimen militarista y primitivo que conducen Nicolás Maduro y sus áulicos –suerte de sociedad de criminales que escapa a los moldes de nobleza que forman a las repúblicas– encontrará otro hito de importancia crucial, este miércoles, 19 de abril de 2017.
Nadie alberga dudas sobre el desafío monumental que tienen en sus manos los actores fundamentales de nuestra empresa democratizadora, los de adentro y los de afuera. Pero así mismo, ambos no han de dudar del compromiso que asumen con las mayorías que son víctimas actuales de la represión humanitaria y les vigilan desde sus trincheras de lucha. No hay más espacio, cabe decirlo, para las debilidades; para las transacciones espurias; para la confusión interesada de lo que no es confundible, a saber, la naturaleza genocida de quienes, tras disimulos ideológicos como ese del socialismo del siglo XXI, han optado por preservar su poder al costo que sea, para seguir usándolo como madriguera de delitos que claman al cielo: el narcotráfico, el terrorismo, el lavado de dineros ensangrentados, los asesinatos, los encarcelamientos y torturas de quienes se les oponen, y párese de contar. ¡El costo de salida lo han elevado Maduro y sus compinches hasta niveles siderales y de suyo impagables!
Especular acerca de los escenarios posibles, probables, inmediatos, que seguirán a esta hora de desenlaces en la trama de la tragedia que vive Venezuela, es tanto como navegar sin vela ni destino. Pero los ejercicios ayudan para obviar las sorpresas y minimizar los riesgos.
El Urogallo, el Taita, se inmola en su tiempo, en 1814, como lo pretende Diosdado Cabello, el más comprometido dentro de la dictadura por sus sevicias contra el pueblo venezolano y no solo por ser el ícono de la narco podredumbre que nos contamina como nación y deja a la vera, cada año, más de 28.000 asesinatos. Aquél topa con Urica y allí deja su fama de bestia a caballo, a 56 kms de El Furrial.
Maduro y su vicepresidente, entre tanto, sufren de dislocación intelectual. Ni siquiera los incidentes de Villa Rosa y San Félix les previenen sobre el infierno que les espera y alimentan. Por iletrados desconocen la historia de Robespierre.
La gente, no obstante, en su sabiduría y paciencia infinita, sigue en procura de un desenlace pacífico, que intuye a la vuelta. No lo visualiza con claridad, pero lo hace y cuece a fuerza de constancia y protestas cada día. Espera acaso, guiado por el optimismo de su voluntad, se le permita volver a las urnas, para que el país no se llene de urnas. Cambia votos por balas. Pero ni Maduro ni sus socios parecen entenderlo. Ofrecen nuevos maquillajes a través de los Zapatero, los Fernández y los Torrijos.
La república está destruida. La sociedad es colcha de retazos, pero está unida en su indignación. Y antes o después, lo sabe ésta, logrará unas elecciones generales. Sabe, por experiencia, que de nada sirven las guarimbas parlamentarias, ni las gobernaciones, ni las alcaldías, mientras el crimen conserve su control desde el Palacio de Miraflores. Habrían de saberlo quienes fueran electos diputados con poder calificado el 6 de diciembre de 2015 y luego descubren que no tienen más influencia que una junta de vecinos. Lo sabe mi amigo, Antonio Ledezma, electo Alcalde Mayor de nuestra capital y quien se descubre, días después, desnudo y sin palacio, ahora puesto tras las rejas por el dictador que estira y dilapida el tiempo como si le sobrase a él y su consorte.
Las horas son magras y el vértigo empuja. Nuestros marchantes parece haber leído, para este 19 de abril, la enseñanza de 1810, constante en la Gazeta de Caracas: “Si hay tranquilidad y sangre fría –y se pierde el calor en las venas– a la hora de defender la patria y sostener los derechos del hombre, apenas habrá frenesí revolucionario antes de que llegue el letargo bajo el sable del despotismo militar”. No hay otro camino, pues, que el de la libertad.