Casos como la creciente crisis que se vive en Venezuela dejan entrever que no siempre la lógica y la sindéresis permiten solventar el caos.
Casos como la creciente crisis que se vive en Venezuela dejan entrever que no siempre la lógica y la sindéresis permiten solventar el caos.
En los últimos días hemos visto todo en ese país sudamericano: gente protestando desnuda, mujeres que lloran atragantadas de impotencia, jovencitos muertos por las balas asesinas de los colectivos armados, niños y mujeres que piden alimento para no morir por inanición.
Pero, debemos preguntarnos, ¿qué se ha logrado hasta el momento? ¿Cuándo Venezuela volverá a ser gobernada bajo los estándares de la democracia? ¿Hasta cuándo Maduro y su corte de aduladores bien pagos seguirán en el poder?
Y no menos interesante resultaría saber: ¿cuál es la fórmula mágica para marginar al chavismo del poder en forma definitiva? Parece, por lo visto hasta ahora, que solo con magia y métodos de prestidigitadores, Venezuela podría salir del atolladero en el que se halla por cuenta de un chavismo revaluado y lesivo.
Aunque esta es solo una forma de ver las cosas, con una solución a todas luces más utópica que real, es claro que los pasos dados hasta el momento si bien constituyen una muestra fehaciente del descontento de las bases del pueblo, también se pueden interpretar como parte de un mecanismo de presión inocuo que, cuando mucho, ha logrado inquietar al gobernante de marras.
Por encima del querer nacional, Maduro sigue aferrado al poder respaldado por los estamentos militares y las otras armas de la Fuerza Pública, en franca oposición al deseo de un pueblo que no resiste un día más de gobierno de corte chavista. Nada ni nadie ha logrado convencer al gobernante para que se vaya al campo, ojalá desterrado en una prisión, a seguir escuchando el canto del pajarito de quien legó el mando en el Palacio de Miraflores.
Mientras tanto, la oposición sigue ensayando alternativas para recuperar la democracia en Venezuela. Hasta el momento, ninguna ha dado los resultados esperados. Pero siempre hay una luz fulgurante al final del túnel.
Lo importante es no desfallecer, aunque sangre inocente siga corriendo por los senderos de una nación que anhela un porvenir seguro sin los fantasmas del mal llamado Socialismo del siglo XXI.