La dignidad humana, la soberanía de las naciones y la libertad política no admiten dobles raseros ideológicos.
Resulta revelador que Rubén Blades jamás haya desarrollado su carrera artística bajo ninguno de esos sistemas que suele justificar o relativizar en sus canciones y posturas
La dignidad humana, la soberanía de las naciones y la libertad política no admiten dobles raseros ideológicos.
Por eso resulta legítimo (y necesario) responder críticamente a la postura reiterada de Rubén Blades sobre la invasión estadounidense a Panamá en 1989, especialmente cuando dicha postura omite o expresa, relativiza o justifica atrocidades infinitamente mayores cometidas por regímenes de izquierda en nombre de la “revolución”.
Recordar a los panameños muertos en 1989 es justo. Exigir estudios serios, pero objetivos con claridad histórica también lo es. En eso no debería haber discusión.
El problema surge cuando ese dolor legítimo se convierte en instrumento ideológico, y cuando la condena se aplica solo a Occidente, mientras se guarda silencio ante el totalitarismo socialista.
La soberanía no es selectiva, es un valor esencial, pero no es un comodín retórico que se activa o se apaga según convenga al relato ideológico.
Cuando Cuba invadió Angola, no fue “violación de soberanía”, sino “solidaridad revolucionaria”.
Cuando el castrismo exporta combatientes hoy alineados con Rusia en la agresión a Ucrania, tampoco hay indignación moral.
Cuando Venezuela se convierte en un narco-Estado que expulsa a millones de ciudadanos, el silencio es casi total.
Pero cuando EE. UU. interviene (con todas sus contradicciones históricas) entonces aparece la indignación absoluta, la condena moral total y la narrativa de víctima perpetua.
Eso no es defensa de la soberanía. Eso es militancia ideológica. No existen dictaduras buenas. Ni las de derecha, ni las de izquierda, ni las que se disfrazan de “antiimperialismo”.
Cuba, Venezuela y Nicaragua no son proyectos románticos fallidos, son regímenes represivos, empobrecedores y enemigos de la dignidad humana.
Resulta revelador que Rubén Blades jamás haya desarrollado su carrera artística bajo ninguno de esos sistemas que suele justificar o relativizar en sus canciones y posturas.
Su éxito fue posible porque la libertad política, la economía de mercado y el Estado de Derecho (con todos sus defectos) sí funcionan en las democracias liberales.
Los regímenes que Blades evita criticar no habrían tolerado su independencia artística, su voz pública ni su proyección internacional.
Panamá hoy, es una verdad incómoda para la zurdería rancia y macabra. Panamá hoy es un país libre, no perfecto, no exento de deudas históricas, pero libre, y no terminó convertida en una satrapía socialista ni en una dictadura de partido único.
Manuel Noriega no fue un héroe nacional ni un mártir antiimperialista. Fue un pichón de dictador. Que EE. UU. haya tenido responsabilidades previas en su ascenso no convierte automáticamente al régimen norieguista en legítimo ni borra su carácter represivo.
La historia real no cabe en consignas, o hay coherencia moral o es evidente la propaganda
En geopolítica, como en ética pública, la coherencia importa. No se puede llorar a unas víctimas y despreciar a otras. No se puede exigir soberanía solo cuando conviene. No se puede condenar una invasión y justificar otras por afinidad ideológica.
Es un deber defender en su conjunto el orden, la libertad, la democracia, la soberanía, y la memoria histórica sin manipulación.
La memoria es sagrada. Pero cuando se ejerce con doble vara, deja de ser justicia y se convierte en propaganda. No puede ser según se adapte a mi perfil ideológico; en lenguaje llano, como decimos en el Cibao de RD: "a sigún".
Y esa es, lamentablemente, la grieta moral que hoy separa el talento artístico de Rubén Blades de la solidez ética de sus posiciones políticas.
