Los desplazamientos migratorios no debieran originar situaciones conflictivas, porque son consustanciales al ser humano, a la comunidad internacional de naciones, a la misma historia del hombre y al desarrollo de las civilizaciones; por lo que no es consecuente perseguir o expulsar a los migrantes de territorio alguno (como si fueran ganado), tampoco reducirlos a zonas especiales, calificarlos peyorativamente o sancionarlos.
Por supuesto que los países receptores de emigrantes, deben tomar medidas racionales e impedir se les utilice para vulnerar la justicia de otros o la suya; por lo que los individuos que arrastran hechos criminales o conductas delictivas, sin pagar por las mismas, deben retornar al lugar donde las cometieron y cumplir por ello.
La situación de los refugiados (aunque migrantes) se origina bajo otras circunstancias, porque se ven obligados a abandonar su país de origen, recibiendo asilo, debido al peligro que corren por causas políticas, raciales, religiosas, guerras o catástrofes naturales, al no disponer de suficiente protección de parte de sus gobiernos.
Un repaso a la historia de las civilizaciones y culturas humanas (en cualquier región del mundo) y concluiremos diciendo que los seres humanos somos hijos de fenómenos migratorios, aunque no por similares circunstancias, pero han sido procesos que durante siglos, posibilitaron a los humanos interrelacionarse, crecer y desarrollarse.
En la actualidad las tendencias migratorias se han exacerbado, originando un elevado nivel de preocupación en gobiernos y sociedades, porque las migraciones como los refugiados, han ido en aumento y roto sus estándares o parámetros anteriores. Por supuesto para que eso suceda concurren razones objetivas; consecuencia de variados elementos civilizadores que nuestra sociedad contemporánea no ha sido capaz de resolver de manera eficiente (equilibrada, racional y justa), tanto política, económica, social, como ambientalmente.
También inciden, casuísticamente, ciertas situaciones concretas que se manifiestan en los países y sirven de estímulo o desestímulo a los fenómenos migratorios.
De acuerdo con las características que arrastra este sensible tema, nos surge como preocupación fundamental, el reiterativo movimiento migratorio que desde países del Medio Oriente, África, Latinoamérica y el Caribe, se produce hacia naciones de Europa y los Estados Unidos, donde por lo general miles de personas, todos los años, tratan o logran llegar a ellos, aunque muchos perdiendo o corriendo riesgos por sus vidas o en inseguras circunstancias.
Claro que todo país a partir de sus condiciones y leyes específicas, desea que los procesos migratorios se efectúen bajo control, seguridad y orden, a modo de poder velar por los intereses de sus nacionales (empleos, costumbres, apego a las leyes y seguridad), entre otras cuestiones. Sin embargo el tema migratorio resulta complejo, porque aunque pueda defenderse o justificarse histórica y filosóficamente, en la práctica presenta inconvenientes y hasta un rechazo social en algunos casos (dadas ciertas circunstancias existentes) en uno u otro país emisor o receptor de migrantes.
Por ello, más que enjuiciar o criticar por intolerancia, discriminación, xenofobia o ausencia de solidaridad, las posiciones asumidas por países europeos o los Estados Unidos, parece conveniente que un asunto tan sensible como el migratorio, sea abordado con amplitud, profundidad y rigor por las Naciones Unidas. Se trata de un problema global, de naturaleza mundial y complejo, que a todas luces debiera abordarse íntegramente y hallársele determinadas soluciones, las que al menos atenúen las contradicciones y crisis que ocasiona.
Hoy se quieren construir muros, realizar operaciones militares, localizar y capturar emigrantes indocumentados, hacer deportaciones masivas, redadas, provocando rupturas familiares, desasosiegos y generando temores humanos. Pero los gobernantes no se enfocan en las verdaderas causas que impulsan a las gentes a abandonar sus países, dónde por demás se encuentran sus familias, amistades y lugares donde se han desenvuelto sus vidas.
Las razones para emigrar son diversas, digamos que por condiciones económicas, nivel de vida, pobreza, falta de empleos, remuneraciones escasas, acceso a la salud y educación, corrosivos ambientes sociales, problemas políticos, corrupción, riesgos ambientales; por lo que la solución, claro está, no radica en cerrar las puertas y sellar las fronteras de los países receptores.
En el siglo XXI, a diferencia de otras épocas, la mayoría de los emigrantes lo hacen desde países subdesarrollados o en vías de desarrollo, hacia los más desarrollados, fundamentalmente motivados por razones económicas y aspirando a mejorar sus condiciones de vida.
Recientemente en el VI Foro sobre Emigración y Paz, el papa Francisco sugirió valiosas ideas, llamando a acoger y proteger a los emigrantes y condenando la demagogia populista, que según él alimenta el temor hacia estos. Lamentó la situación de los emigrantes y refugiados, criticó a los que controlan con insensibilidad los recursos del mundo; dejando entrever la posibilidad de convocar una asamblea mundial de obispos para analizar el tema. Valoró el impresionante número de personas que en la actualidad emigran, señalando que se trata del mayor volumen de individuos y pueblos de todos los tiempos. Solicitó que frente al rechazo que surge del egoísmo (amplificado por la demagogia populista) urgía un cambio de actitud para superar la indiferencia y contrarrestar los temores, exhortando a realizar un generoso recibimiento, a aquellos que vienen a golpear a nuestras puertas.
El Santo Padre, comprometiéndose en tan sensible problemática y brindando su aleccionador ejemplo, propuso varias acciones e ideas para auxiliar a los migrantes, sugiriendo que las personas acojan y protejan a los individuos que huyen de sus países en busca de una mejor vida y se imponga un cambio de actitud hacia estos, con el fin de superar la indiferencia y anteponerla a los temores; velar igualmente por la protección de los mismos como un imperativo moral, exhortando a que se hiciera uso de los instrumentos jurídicos internacionales/nacionales, para luchar contra las inconsecuencias y los traficantes de carne humana que lucran con ellos.
Finalmente el Pontífice valoró que proteger al refugiado o emigrante no es suficiente, por lo que propuso promover el desarrollo humano integral desde las comunidades de origen, que garanticen, junto al derecho a poder emigrar, el derecho de no deber emigrar, es decir de encontrar en la Patria de cada uno las condiciones idóneas que posibiliten una digna realización de la existencia humana.
Otra percepción contemporánea y también realista es la que posibilita sugerir que la cuestión no debe limitarse al enfoque humanista, realizar apelaciones de justicia o señalamientos críticos, como certera y justamente fueron realizados por el Santo Padre de la Iglesia católica, sino es hora ya de que las autoridades mundiales y sus instituciones representativas, asuman con disposición, responsabilidad histórica y rigor de análisis, un asunto tan amplio (complejo, como sensible) y se dispongan a analizarlo en todas sus dimensiones (causas y consecuencias); posibilitándole a la especie humana con sus acuerdos y/o recomendaciones, el poder transitar sin temores, a través de caminos sensatos y justos en sus decisiones migratorias.