sábado 15  de  marzo 2025
China

Liu Xiaobo, héroe por la libertad

Agonizante, apenas sin fuerza, Liu Xiabao se había convertido en la pesadilla del régimen comunista chino. Y aunque ese Gobierno hizo todo lo posible para silenciarle, se ganó, a fuerza de valentía, la difícil condición de ser el opositor más conocido internacionalmente
Diario las Américas | JUAN CARLOS SÁNCHEZ
Por JUAN CARLOS SÁNCHEZ

“Incluso si me aplastaran hasta convertirme en polvo, usaría mis cenizas para abrazarte”. Probablemente algunos sepan que estos versos pertenecen al escritor y disidente político chino Liu Xiaobo. Pero seguramente pocos conozcan que este valiente luchador por los derechos humanos, premio Nobel de la Paz de 2010, falleció hace tan sólo una semana de un cáncer de hígado, incomunicado en el hospital número uno de Shenyang, en el noreste de China, rodeado por fuerzas de seguridad y vigilado por cámaras de televisión que espiaban sus movimientos las 24 horas para rastrear obsesivamente lo que hablaban los escasísimos familiares que podían visitarle.

La familia dejó claro que la última voluntad de Liu fue recibir tratamiento médico en el extranjero. Pero Pekín lo rechazó radicalmente. Una decisión inaceptable en cualquier país que aspire a ser reconocido internacionalmente como un Estado de derechos.

Agonizante, apenas sin fuerza, Xiabao se había convertido en la pesadilla del régimen comunista que preside Xi Jinping. Y aunque el gobierno hizo todo lo posible para silenciarle, se ganó, a fuerza de valentía, la difícil condición de ser considerado el opositor más conocido internacionalmente a la dictadura china y de más sólida trayectoria, un ejemplo irreductible de los abusos e injusticias que cometen las tiranías contra quienes intentan desafiarlas.

Nació en 1955 en Changchun, provincia de Jilin en el seno de una familia de intelectuales. Estudió literatura china en la Universidad de Jailin y cursó los estudios de postgrado en la Universidad Normal de Pekín, donde además ejerció como profesor. En 1984, contrajo matrimonio con Tao Li, con quien tuvo un hijo, Liu Tao, un año más tarde.

Muy poco se conoce de la infancia y juventud de Liu Xiaobo su biografía oficial ha sido escamoteada por los comisarios políticos hasta la aparición de su libro “Estética y Libertad Humana” (1988), una brillante disertación sobre la liberación del espíritu humano. Desde entonces se le consideraría uno de los mejores estudiosos de las secuelas de ese fenómeno de autoritarismo político y confusión intelectual que se llamó la revolución industrial china.

En el marco de aquella época, alentada por Mao para someter a la histórica sociedad a una borrachera de violencia e histeria colectiva de la que resultaron cerca de 20 millones de muertos, debió germinar el anhelo por la libertad y la base del pensamiento de este intelectual honesto que tenía entre sus preceptos rectores que "la libertad de expresión es la base de los derechos humanos, la raíz de la naturaleza humana y la madre de la verdad”.

Su hazaña política e intelectual tuvo lugar en los años ochenta, durante la breve primavera intelectual de China, cuando armado de valor denunció el abatimiento de una sociedad vapuleada por los crímenes políticos, las torturas, las acusaciones, el fanatismo político y la doble moral de los verdugos y sus víctimas, obligados a convivir y a buscar chivos expiatorios contra la condición humillante de su supervivencia.

En su libro “Elegías del 4 de junio”, donde recuerda la masacre de Tiananmen, Liu lo resumió en una frase: “… China crece en tamaño con una población de 1.900 millones y, sin embargo, es casi imposible encontrar una familia intacta. Maridos y mujeres divididos; padres e hijos convertidos en enemigos; amigos traicionándose unos a otros; un disidente intenta implicar a un grupo de inocentes; un individuo encarcelado por mantener diferentes perspectivas políticas entre familiares y amigos debemos soportar un acoso ilegal por parte de la policía."

En los años 80, trabajó como profesor invitado en la Universidad de Columbia, en Estados Unidos. Pero la frivolidad, el egoísmo y el hedonismo materialista de Occidente también le decepcionaron.

Tras la protesta estudiantil de 1989, viajó a Pekín para solidarizarse con los estudiantes que reclamaban más democracia en la plaza de Tiananmen. De hecho, fue una figura clave en la negociación del acuerdo que permitió marcharse a muchos de los manifestantes, poco antes de que las tropas chinas entraran a masacrarlos durante la ley marcial. A ellos les dedicó en 2010 su Nobel de la Paz.

Liu fue acusado por la dictadura china por “incitación y propósitos contrarrevolucionarios” derivados de las grandes movilizaciones estudiantiles. Se entregó voluntariamente a la justicia y tras cumplir la condena, redactó e impulsó la Carta 08, un valiente documento inspirado en la Carta-77 que Vaclav Havel y otros disidentes checoslovacos habían redactado en 1977 contra el régimen comunista. En un hecho sin precedentes en China, el texto pedía a través de propuestas pacíficas y ajenas a cualquier tipo de subversión o violencia el reconocimiento de la libertad, la igualdad y los derechos humanos como valores universales; la división de poderes, un poder judicial independiente y la libertad de información eran otras de las peticiones.

El 8 de diciembre de 2008, un día antes de la fecha prevista para la distribución del documento, Liu era detenido y condenado con nocturnidad y alevosía por las autoridades chinas a once años, justo el día de Navidad de 2009.

A partir de entonces muchas fueron las vejaciones, golpizas, torturas y castigos de toda índole que recibió en la cárcel y que terminaron acelerando la muerte.

Pese a todo ello y como muestra de la grandeza del espíritu humano capaz de sobrevivir a todas las brutalidades de sus verdugos, Liu advirtió en su discurso de defensa: “No tengo enemigos ni odio. Ninguno de los policías que me vigilaron, detuvieron o interrogaron, ninguno de los fiscales que presentaron cargos contra mí, ni ninguno de los jueces que me juzgaron son mis enemigos”.

Durante su cautiverio, en 2010, Liu fue el primer opositor chino en lograr el Premio Nobel de la Paz, por "su larga y pacífica lucha por los derechos fundamentales en China". El gobierno no le permitió viajar a la ceremonia de concesión del galardón pacifista en Oslo. Su ausencia al acto, personificada con una silla vacía, dejó una de las imágenes más desoladoras de la historia de tan acreditada distinción, a la que antes también resultaron huérfanos de recibirla, Carl von Ossietzky, en 1935, detenido en una prisión nazi; Andrei Sakharov (1975), a quien la Unión Soviética le negó su derecho de asistir; Lech Walesa (1983), por temor a que se le prohibiera volver a entrar en Polonia; y Daw Aung San Suu Kyi (1991) por estar bajo arresto domiciliario en Birmania.

Los medios de comunicación chinos no han dicho una palabra de lo ocurrido, salvo para afirmar que ha desaparecido un criminal.

Por su parte, los defensores de los derechos humanos en el mundo aseguran que la muerte de Liu se precipitó como resultado de una negligencia voluntaria del régimen chino para quitarse del medio al hombre que Pekín consideraba su principal enemigo político interno.

La vida de Liu Xiaobo es un testimonio viviente de la brutalidad irracional que aplica el régimen de Pekín contra quienes no se someten a él con humillación total y del heroísmo que hace falta para enfrentarse, aunque sea de la manera más compasiva, contra una dictadura totalitaria como la china.

Y aunque la propaganda estatal de esta nueva potencia autoritaria mitad comunista, mitad capitalista se niegue a aceptarlo, Liu simboliza el desamparo de un hombre heroico enfrentado a la perversidad de un Estado totalitario en medio de la indiferencia de la comunidad internacional. Sin duda, uno de los episodios más deshonrosos del siglo XXI.

FUENTE: El autor de esta columna es Analista y Consultor

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