Los gigantes tecnológicos se comportan como enanos sectarios. No sé a quién puede sorprenderle. Les dimos todo el poder del mundo pensando que serían solo algo técnico, como los fabricantes de cable o las empresas de transportes, y resulta que no, que comparten intereses ideológicos, que se dejan querer por los lobbys, y que su sectarismo es peor que el de otros porque va escondido en una mácula de imparcialidad comúnmente aceptada durante años. Cuando esta semana NBC disparó al digital conservador The Federalist, empleando a Google como munición, no estaba claro si relataba algo ocurrido o dictaba las pautas de lo que debía ocurrir de inmediato. Sea como sea, Google amenazó a The Federalist –donde tengo el honor de escribir en libertad– con asfixiarlo económicamente si no prescinde de determinados contenidos y eso es parte de una campaña más amplia de extorsión a la libertad de prensa, a la que –como señaló mi amigo Víctor de la Serna esta semana– medios como The New York Times y The Washington Post parecen sumarse con entusiasmo. Malos tiempos para la libertad.
También las redes sociales han renunciado a su neutralidad. Tiene toda la razón Donald Trump sobre Twitter: “están tomando decisiones editoriales”. Ya no son una empresa tecnológica. Hoy están más cerca de ser un periódico universitario. Y bastante mediocre, si tenemos en cuenta que todo su criterio editorial consiste en movilizarse contra aquello que otros usuarios han denunciado en masa. Es una versión digital de la ley del más fuerte. La degeneración de Twitter es insoportable incluso para los que fuimos sus seguidores más leales. Lo que antes era el canto brioso de un jilguero hoy es el berrinche áspero de un córvido. Cualquier día acabarán, no sé, creando una guerrilla armada, atropellando viejecitas en los semáforos, o permitiendo mensajes de voz de 140 segundos.
He visitado hace un rato la web de noticias de Yahoo. En mis tiempos eran un servicio de correo electrónico. Creo que hoy es todo menos eso. Su espacio de noticias es como un contenedor donde acumulan titulares de otros medios, supongo que atendiendo a algún algoritmo, que es la palabra mágica cuando necesitas una excusa para hacer lo que te sale de los huevos, pero quieres parecer muy moderno. El de Yahoo News debe ser un algoritmo un poco progre, porque 29 de las 30 primeras noticias sobre Trump eran contra él. La 30 era, digamos, neutra. Yo estoy a favor de que defiendan editorialmente lo que consideren. Pero eso no es una selección de noticias causal, ni neutral, por más que te permitan personalizarlo eliminando fuentes de noticias, que más bien parece la coartada para la superchería.
Las demás empresas tecnológicas están imitando ese mismo camino. Confunden intencionadamente responsabilidad social corporativa con inmersión cultural, cuando felicitan unas festividades religiosas foráneas y no las más populares de un país, cuando apoyan movimientos sociales aparentemente benévolos pero instigados por agitadores políticos, cuando participan, y te obligan a participar, en campañas de dudosa neutralidad ideológica, con el medio ambiente, la igualdad o la paz, como excusa. El marxismo cultural, de por sí bastante perezoso, descubrió un nuevo universo cuando alguien inventó la posibilidad de colorear un logotipo; eso, por sutil, es bastante más eficaz que diez editoriales de The New York Times. Si reúnes logotipos coloreados de gigantes tecnológicos durante los últimos diez años, te sale un programa político que firmaría orgulloso Pablo Iglesias.
Y luego están los fast checking, que son una broma pesada, una iniciativa infantiloide perfecta para engañar a quien está deseando dejarse engañar. Si el periodismo fuera algo tan sencillo como para pasarle un fast checking, cualquier imbécil de Silicon Valley podría montar un periódico de papel; pero para eso se necesita algo más que millones de followers que desean presumir de bikini en la playa y otros tanto a los que les gusta mucho el escote. Está claro que nunca debimos confiar en compañías cuyos presidentes van a las juntas de accionistas embutidos en jerseys de cuello alto. Así empezó Pep Guardiola.