Ahora que están todos los columnistas debatiendo sobre temas de colosal trascendencia, déjame que te transmita un asunto serio. Algo realmente importante. Se trata de mis bolígrafos. Todo escritor lleva encima uno, supongo. Y si te lo olvidas, lo robas. Los escritores estamos detrás del 99% de los robos de bolígrafos. Sea como sea, vamos armados con eso, por si aparece un papel en blanco armado hasta los dientes y te atraca en una esquina. ¿Qué vas a hacer sino, grabar una ridícula nota de voz? ¿Se creen que somos Alexa? ¿Qué interactuamos con inteligencias artificiales? Como todo escritor contemporáneo, soy enemigo de la inteligencia.
Personalmente, tengo la costumbre de llevarlo en el bolsillo interior de la chaqueta del traje. Ahí y no en otro lugar. Llevar un bolígrafo en la mano te identifica inmediatamente como miembro de un gremio peligroso, que pregunta cosas y espera respuestas y que publica inconveniencias. Llevarlo en la oreja no combina bien con el tono de mi corbata. Llevarlo en el bolsillo del pantalón es peligrosísimo, por cuanto toda incidencia que se produzca en torno a la estabilidad al caminar, termina con las pudorosas extremidades en grave riesgo de ser lanceadas; dolor de los dolores. Además, en el bolsillo de la chaqueta puede extraerse con un rápido gesto. Y si te acuerdas de ponerle la tapita, hasta puedes hacerlo sin autografiarte la camisa.
Sin embargo, de un tiempo a esta parte, ocurre un fenómeno paranormal. La chaqueta de mi traje engulle los malditos bolígrafos. He llegado a localizar hasta media docena de ellos en el forro interior de la chaqueta. No es posible, dirás. Pues lo es. Se los come. De pronto vas a firmar, no sé, un libro, una multa, un certificado de defunción, y no tienes bolígrafo. Y eso no es lo peor. Lo realmente dramático, lo que me mantiene en vela desde hace veinte lunas, lo que aflige lo más profundo de mi alma desde que comenzó este desgarrador fenómeno, es comprobar que no existe en el bolsillo ni un jodido agujero por el que hayan podido colarse. Y digo más: no existe agujero alguno por el que puedan regresar.
La gente permanece en silencio frente a este drama. Son legión los bolígrafos que a esta hora están siendo engullidos por chaquetas. Reparen en la cantidad de escritores y periodistas que no lo cuentan, por vergüenza a que alguien juzgue su torpeza. Personalmente me ha costado infinito salir del bolsillo y alzar la voz. Supongo que algunos hemos nacido con madera de héroes. O que me parece un atropello que millones de bolígrafos cada día dejen a escritores desasistidos en las circunstancias más embarazosas.
Anoche decidí plantarle cara al asunto. Recorrí cada milímetro del traje. Tiene que existir, tiene que haber un agujero. Lancé cien bolígrafos contra la pared para comprobar que ninguno de ellos tenía la extraordinaria propiedad de atravesar materia densa sin mutar su composición química. Todos rebotaron. Los lancé después contra el traje, por si las mágicas propiedades compartidas con los espectros estuvieran en la tela. Rebotaron todos, excepto dos, que se quedaron clavados, echando a perder dos trajes nuevos. Ni me inmuté. La búsqueda era desesperada. Tiene que haber agujero. Lo que sube, baja. Lo que entra, sale. Lo bolígrafos que se van de vacaciones, regresan al trabajo. No sé. Me apoyaba en todo tipo de teorías. Pero no. Estos bolígrafos quiebran hasta los postulados filosóficos más elementales. Lo físicos, naturalmente, se los pasan por el forro de sus tapones.
No había hueco en ningún lugar de la chaqueta. Todo perfectamente cosido, como de una sola pieza. Y ellos estaban ahí, dentro del forro. Los podía palpar e incluso podía hacer pintadas bobas por el interior de la chaqueta como cuando vas al baño de un antro de madrugada y te aburres. Y al fin, desesperado, decidí que no si había agujero para sacar los bolígrafos, yo los rescataría. Por la fuerza.
Créeme, y te lo digo con el corazón en la mano y bombeando, que no fue buena idea. Ahora vendo traje con un inmenso agujero en Amazon. Le he puesto un precio altísimo para que parezca que es la última moda. Estoy convencido de que esto es lo típico, que si lo ve Sergio Ramos, se lo compra y se lo pone.