Reconozco que tengo como un defecto profesional, pues me parece, y de cierta manera la experiencia me ha permitido comprobarlo, que una buena educación, desde el kindergarten hasta la universidad, es la solución más plausible para una vida plena.
Reconozco que tengo como un defecto profesional, pues me parece, y de cierta manera la experiencia me ha permitido comprobarlo, que una buena educación, desde el kindergarten hasta la universidad, es la solución más plausible para una vida plena.
Y sí, he confrontado amistosamente en este camino a muchísimos suspicaces, cuando me ponen ejemplos de personas que han llegado al éxito sin una sólida preparación profesional.
Toda regla tiene su excepción, no queda la menor duda al respecto, pero en estos tiempos de dinámica científica y tecnológica sin parangón, la persona que no se prepara apropiadamente, terminará por pertenecer a los márgenes de las grandes posibilidades.
Me perturba bastante que incluso reconocidas encuestadoras y otros tipos de organizaciones que se precian de analizar, en detalle, el desarrollo social, manipulen la realidad o se equivoquen, en ocasiones, e insistan en afirmar que no hay necesidad de estudios superiores para escapar de la mediocridad y la pobreza.
Es una recomendación malsana, sobre todo considerando que en Estados Unidos la educación universitaria cuenta históricamente con numerosas alternativas para llevarse a efecto que, en ocasiones, son puestas en solfa por estamentos políticos, algo disparatados.
Reflexiono sobre estos hechos que forman parte de mi extensa carrera en el ámbito pedagógico, enciendo el televisor y veo a funcionarios de las escuelas públicas de nuestra laboriosa y luchadora comunidad lamentando las decisiones, ciertamente perjudiciales, de la legislatura estatal con respecto al presupuesto que han asignado para nuestras escuelas.
Por muy habituado que esté a decisiones arbitrarias originadas en la grave escisión que existe entre política y realidad, cada vez más ancha, y considerando que Miami Dade College tampoco ha escapado este año al desafuero de fondos eliminados, me pregunto: ¿Cuándo fue que la educación dejó de primar entre nuestras más perdurables necesidades? ¿Por qué no asumir con responsabilidad, la entereza y vocación de miles de estudiantes?
La legislatura propone hacer el recorte más significativo que haya sufrido MDC, 14 millones de dólares. No pocas de estas disminuciones estarán sujetas al cumplimiento de parámetros de rendimiento adecuados para alumnos que estudian a tiempo completo, pero que no consideran a la gran mayoría de los nuestros, aquí en el sur de la Florida, imposibilitados de terminar sus estudios en calendarios no realistas, ya que desempeñan uno o varios trabajos y el 66% proviene de familias de bajos ingresos, así como que el 45% vive en el nivel de pobreza o por debajo del mismo.
¿Dónde fue que se perdió el sentido común, el vínculo con la realidad a la hora de premiar una labor de éxito, como la que logran nuestros profesores y empleados en los predios del College desde hace poco más de medio siglo, elogiada en la nación por su eficiencia y austeridad?
Sin embargo no hay que cejar en nuestros empeños en pro de una educación universal asequible. Ustedes lectores de este venerable Diario Las Américas disfrutaron la espléndida cobertura que hiciera de nuestras graduaciones, donde quedó más que demostrado, con hechos, el potencial transformador que tiene la enseñanza en el individuo y su contexto social.