sábado 6  de  diciembre 2025
Opinión

Política sin verdad: el debate que mostró la herida moral de Chile

La actitud confrontacional permanente de Jeannette Jara responde al molde ideológico que Lenin elevó a norma: la necesidad de “destruir al enemigo político” mediante el descrédito moral

Por JUAN CARLOS AGUILERA P

En Chile, el último debate presidencial entre la marxista leninista Jeannette Jara y el republicano José Antonio Kast, organizado por la Asociación de Radiodifusores de Chile (ARCHI), no pasará a la historia por las propuestas programáticas ni por la grandeza cívica. Pasará, más bien, como una radiografía de la degradación moral cultural de nuestra vida pública. La confrontación permanente, la interrupción sistemática, el tono comisarial y la utilización estratégica de la victimización identitaria mostraron una forma de hacer una política demagógica que amenaza el fundamento mismo de la democracia. La falta de deliberación dio paso al espectáculo, pues no se escuchó al adversario; se buscó anularlo.

Las constantes interrupciones de Jeannette Jara, registradas por diversos analistas de la plaza, corresponden a la expresión práctica de una concepción de la política como lucha, no como deliberación. Impedir que José Antonio Kast respondiera consiste en una táctica coherente con la dialéctica marxista-leninista que ve al adversario no como interlocutor, sino como enemigo estructural, cuya palabra debe ser contenida antes de que su argumento tenga posibilidad de surgir.

Hannah Arendt advirtió que la mentira deliberada y la manipulación del espacio público destruyen el lugar común donde los ciudadanos pueden encontrarse. Cuando uno de los participantes monopoliza la escena, no se está frente a un debate, sino a un simulacro de deliberación, una puesta en escena cuyo único fin es impedir que la pluralidad de opiniones —base de toda política auténtica— se exprese. Más aún, la misma Arendt sostenía en un texto a propósito de Kant que la razón es el órgano de lo común. En este sentido, la clausura de la deliberación impide lo propio de la política, buscar el espacio de lo común que es expresión de la razón, del diálogo y la amistad cívica que la encarnan.

La actitud confrontacional permanente de Jeannette Jara responde al molde ideológico que Lenin elevó a norma: la necesidad de “destruir al enemigo político” mediante el descrédito moral. Para esta lógica, la argumentación racional es secundaria; lo decisivo es fijar en el discurso la idea de que el adversario no tiene legitimidad moral para hablar.

De allí el tono, las interrupciones, la crispación impostada, el recurso constante a la agresión verbal. La política como guerra sin armas, en donde la palabra no busca enaltecer la política, sino su destrucción. Cuando se debate, se transforma en simulacro moral; lo que importa es obtener la aprobación emocional del público.

A ello se sumó el recurso a la victimización identitaria. Jeannette Jara apeló reiteradamente a su condición de mujer para enmarcar cualquier crítica o réplica como agresión. Es una táctica que ha contaminado toda la esfera pública. Se trata de deslegitimar al adversario, buscando el rechazo emocional hacia aquel y, al mismo tiempo, presentarse como víctima, recurriendo a su identidad de mujer. Así, el recurso a lo emocional e identitario sustituye la argumentación racional. El ataque a la persona, el argumento ad hominem, sustituye al ethos político, pues no importa lo que se dice, sino quién lo dice, para anularlo.

Esta inversión destruye el espacio común: si toda crítica es agravio y toda réplica es violencia simbólica, entonces la política se vuelve imposible. Como advertía Arendt, cuando la palabra se desnaturaliza y ya no apunta a la verdad, sino al efecto, la democracia se transforma en un teatro de sombras.

Uno de los aspectos más inquietantes del debate fue el tono comisarial de Jeannette Jara, propio de quien no solo no discute, sino que se siente investida de autoridad para definir unilateralmente lo verdadero. Esa convicción, presente en todo pensamiento de raíz totalitaria, no necesita de la persuasión, solo exige obediencia emocional. De este modo, el reduccionismo de la retórica política, la pathos, a la dimensión emocional del discurso, a costa del ethos y del logos, convierte a la política en pura pasión emocional, sin ética ni razón que la sustente.

Es la misma lógica que Arendt describió de los regímenes ideológicos del siglo XX: la verdad deja de ser algo que se descubre y se convierte en algo que se decreta. Y, cuando eso ocurre, la política ya no es deliberación; es imposición totalitaria que encarcela la libertad.

A esto se agregó un ingrediente agrio. El sesgo evidente de algunos periodistas al formular las preguntas dirigidas a José Antonio Kast durante el debate. Como observaron diversos analistas de la plaza, hubo un trato desigual, una inclinación sutil pero patente que reflejó las simpatías ideológicas de quienes moderaban y la falta de imparcialidad indispensable para el cuidado del debate público.

El resultado fue un terreno inclinado: mientras a Jara le ofrecían entradas cómodas para exponer su narrativa, a Kast se le exigían respuestas defensivas, justificatorias, reactivas. Un debate ya no solo condicionado por la retórica de los candidatos, sino por la manipulación del marco en el que la discusión ocurría.

El debate entre la marxista leninista Jeannette Jara y el republicano José Antonio Kast mostró un país donde la existencia del adversario a duras penas se tolera. Fue un retrotraerse a la rebelión del 18 de octubre en clave mediática. Un clima enrarecido por las interrupciones, la descalificación moral, victimismos, agresiones, sesgos mediáticos y superioridad moral autoproclamada son los signos de un deterioro profundo, característico de la ideología marxista, que desprecia la persona y la libertad.

Chile merece una política adulta, no un teatro de hostilidades disfrazado de democracia, en el que se cancela al adversario, se impide la deliberación y la búsqueda del diálogo en la diferencia, impidiendo la amistad cívica y la libertad. Por eso la alternativa entre el comunismo y la libertad no es un ejercicio académico, sino la posibilidad de un Chile libre, justo y pacífico.

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