Aunque exista tentación política, Washington no puede ignorar y menos “despedir” a Vladimir Putin de su puesto. El presidente ruso ocupa un lugar preponderante en la campaña presidencial de Donald Trump y la exsecretaria de Estado Hillary Clinton sabe que, aun cuando Putin no sea de su agrado, tendrá que trabajar con él si llega a ser elegida presidenta de Estados Unidos.
Y es que en las relaciones internacionales, no hay amigos sino intereses y objetivos comunes, aun cuando el liderazgo de Putin se caracteriza por ignorar principios y valores democráticos. Esa coyuntura, por ejemplo, no ha impedido al diplomático de mayor rango de la administración Obama, trabajar codo a codo con el ministro de relaciones exteriores ruso, para negociar un alto al fuego en Siria.
El secretario de Estado John Kerry y su homólogo ruso, Sergei Lavrov, han sido fotografiados estrechando manos mientras sellaban un tratado, que de lograr un cese de hostilidades sostenido, permitirá por primera vez que Estados Unidos y Rusia lleven a cabo ataques aéreos conjuntos en contra del grupo terrorista Daesh en Siria, si el compromiso no se diluye, luego del último bombardeo estadounidense que liquidó a 60 soldados sirios por error.
Es decir, sea quien gane la Casa Blanca y busque una paz de largo alcance, tendrá que dialogar con Putin, debido a la influencia que tiene en el régimen sirio.
Durante años, Estados Unidos se ha negado a trabajar con los rusos en la región, pero ahora, ante una guerra tan compleja y devastadora para la población civil, parece obvio que una campaña militar conjunta representa la mejor opción, aunque para Washington signifique hacerse de la vista gorda por un tiempo con sus principios, como la única manera de despertar esperanzas para acabar con la violencia y tratar llevar alivio al sufrimiento de aquellos que huyen de una guerra civil, que ha provocado la mayor crisis de refugiados desde la Segunda Guerra Mundial, según asegura la Organización de Naciones Unidas.
A la luz de estos acontecimientos, la tentativa de acercamiento de Trump hacia Putin, tal vez no sea tan escandalosa después de todo, y Clinton, ya recuperada de salud, debería decirle a los votantes cómo piensa torear políticamente a Rusia en el futuro, porque a pesar de las sanciones y planes de aislamiento tras la invasión a Crimea y su intromisión en Ucrania, es seguro que Putin no va a desaparecer muy pronto de la escena internacional y posiblemente continuará con su actitud intervencionista por muchos años más.
La primer ministro británica Margaret Thatcher comentó en 1984 que le gustaba conversar con el entonces negociador soviético, que más tarde fue presidente de la potencia euroasiática, Mikhail Gorbachov, porque se podía “hacer negocios con él”.
Su observación sentó una pauta en el cambio de las relaciones entre Estados Unidos y la entonces Unión Soviética, lo que finalmente comenzó a labrar el fin de la Guerra Fría.
Sin embargo, Putin, que no es Gorbachov, ha demostrado una férrea determinación para poner a Rusia de nuevo en la jugada mundial, incluso si tiene que valerse de la fuerza militar.
La Guerra Fría acabó hace 25 años, con la desaparición del imperio soviético, pero hoy hay un líder en Moscú que Estados Unidos y Occidente deben tomar en cuenta para hacer negocios, como habría dicho Thatcher. Especialmente ahora, cuando podría ser un factor clave en este juego político de ajedrez mundial.