Por Antonio G. Rodiles
Por Antonio G. Rodiles
La situación en Venezuela continúa agregando elementos alarmantes. El eje castro-chavista ha ido desmontando sistemáticamente todos los remanentes democráticos para afianzar sus posiciones.
El castrismo sabe que su futuro depende de la sobrevivencia del chavismo, sin el petróleo y la plataforma política que le representa Venezuela quedarían desnudos, por tanto, se lo jugará todo con Maduro. Por su parte, Maduro y el chavismo saben que sin los castros y toda su tecnología represiva no pueden sostener el control. Venezuela es un país grande y el poder está demasiado infestado de mafias y narcotráfico como para intentar manejarlo solo.
El castro-chavismo se ha apropiado desvergonzadamente del lenguaje democrático, construye alianzas con regímenes autoritarios o gobiernos oportunistas que le sirvan para buscar el control de organismos internacionales y hacer frente a las democracias. La sinergia que han creado resulta muy nociva para toda la región. Debido a la ruina económica que generan, han visto frustrados sus planes expansivos, pero se niegan a morir.
Después de casi 60 años en el poder y de especializarse en desestabilizar democracias y dictaduras, el régimen castrista ha aprendido a sobrevivir sus tempestades. Su estrategia durante períodos en los que han visto amenazado su poder, no se ha enfocado en barrer o aniquilar de un golpe los focos de conflicto, sino en dosificar su respuesta represiva y crear frágiles equilibrios que terminen convirtiendo la crisis en rutina, es decir: estabilizan el desastre. Sin dudas tienen una particular habilidad para manejar el tiempo, variable fundamental en períodos de aprietos.
Desde sus inicios el castrismo instaló el terror como fórmula de control social a través del escarmiento, juicios públicos, fusilamientos televisados y la movilización de masas para generar estados de histeria colectivos. La aplicación de una legalidad torcida en nombre de una supuesta ideología, un sistema judicial plegado a la élite militar imperante, la creación de grupos violentos parapoliciales conocidos como Brigadas de Respuesta Rápida, para intimidar y reprimir a descontentos y opositores, asesinatos, cárceles, destierro, conforman una dinámica social viciada, un Frankenstein que les ha permitido aplastar impune y metódicamente toda forma de disenso.
Los desmedidos servicios de inteligencia y de propaganda del castrismo, tienen como tarea doblegar a cada individuo, incluyendo a los opositores. Hacerles sentir que solo el régimen es y será el único poder, que ellos son el futuro.
En su naturaleza el poder jamás debe ser compartido. La oposición no tiene derecho a existir y para aplastarla además de la sostenida represión, generan campañas de descrédito, infiltran agentes encargados de sembrar conflictos y desconfianzas, ejercen chantaje basados en debilidades o temas de índole personal, crean falsos personajes o grupos y alimentan a quienes pudieran servirles en momentos críticos para debilitar la lucha contra el régimen.
Aceptar y participar de los mecanismos o dinámicas del régimen como supuestas vías para lograr la democratización es alistarse en batallas perdidas. No es posible convivir con el totalitarismo, uno de los axiomas de la oposición al castrismo debe ser su extinción.
El fin del castrismo implica el aislamiento y neutralización de su élite, romperles la atadura con esa masa que ejecuta de manera resignada, servil o cínica, sus demandas y recuperar el espacio público como lugar natural para la política y la protesta. Inyectarle a ese cubano ya harto, el deseo de insubordinación y libertad. Desconocerle toda legitimidad a ese poder, sumado a una intensa y creciente presión económica y política de la comunidad internacional, es parte de nuestro camino.
Hoy el castro-chavismo es un solo engendro. Para los hermanos venezolanos, nuestra mano está extendida. Trabajemos juntos.