No hay que ser un erudito en narrativa para saber que, desde el principio de los tiempos, hay una serie de temas que se van repitiendo en las historias que consumimos. Mitos, libros sagrados, leyendas, cuentos, novelas, obras de teatro, películas, series: no importa el formato ni la antigüedad del mismo, siempre tendremos argumentos universales que, aunque se revistan de diferentes formas, tienen el mismo núcleo. Cada vez que nos sumergimos en el mundo de la ficción las estructuras arquetípicas emergen y podemos —sin mucho esfuerzo— reconocer de qué nos están hablando. Por eso algunos teóricos sostienen que la perennidad de algunos temas está estrechamente vinculada a su conexión con el inconsciente colectivo y con elementos que tocan puntos neurálgicos de la experiencia humana. Sin lugar a dudas, uno de estos tópicos es la venganza. Casi como si fuese una pulsión, no existe nadie en este mundo que no haya fantaseado en algún momento de su vida tomar represalias sobre aquellos que lo han herido. El reflejo de estas ansías de vendetta —y nuestra necesidad de hacer catarsis— lo conseguimos en miles de historias (que van desde el Antiguo Testamento, pasando por El Conde de Montecristo, hasta llegar a Kill Bill). Es precisamente en esta línea en la que está enmarcada Silent Night (Venganza silenciosa), el regreso del maestro de la acción John Woo a este lado del mundo (luego de 20 años sin dirigir una película en Estados Unidos).
Ambientada en un suburbio americano como cualquier otro, Silent Night nos cuenta la trágica historia de Brian Godlock (Joel Kinnaman) y Saya Godlock (Catalina Sandino Moreno), un matrimonio que pierde a su hijo gracias a una bala perdida durante un tiroteo en plena víspera de nochebuena. Poseído por la rabia y con la sangre de su hijo en las manos, Brian decide ir tras Playa (Harold Torres) y su banda, una decisión impulsiva que casi le cuesta la vida. Herido física y psíquicamente, con un matrimonio hecho pedazos y completamente frustrado por la inefectividad de los cuerpos policiales, Brian decide tomar la justicia por sus manos, planificando de forma meticulosa un venganza que lo hará descender por un espiral progresivo de violencia.
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CORTESÍA
Escrita por Robert Archer Lynn (Adrenaline, Deadbox) y dirigida por John Woo (Face/Off, Hard Boiled, A Better Tomorrow), Silent Night dista mucho de ser la típica película de acción. Su principal atractivo es su propuesta narrativa que la aleja por completo de sus posibles homólogas: una historia de venganza donde no se dice ni una sola palabra. Si bien es cierto que este género nunca se ha caracterizado por tener grandes diálogos —relegándolos muchas veces a una mera herramienta expositiva—, escribir un guion donde los personajes no compartan ninguna conversación es un ejercicio de cine clásico. Contrario a lo que podría pensarse, la historia no se va por los derroteros más sencillos construyendo una simple sucesión de secuencias de acción y ya. Silent Night, utilizando solo el poder la imagen, nos pasea por registros tan disímiles como la felicidad, el dolor, la frustración, la rabia, la pérdida de sentido, la crueldad y muchas cosas más. De la misma forma, expone sin apoyarse en la palabra tropos de la acción que parecerían imposibles de trabajar sin una línea de texto (como una investigación policial infructífera, la dinámica de intercambio de armas y drogas de una banda, un matrimonio que se cae a pedazos, la redención, etc).
La ausencia de diálogos del guion es compensada con el discurso visual que construye Woo en la dirección. Su puesta en escena tiene todos los elementos que conforman su impronta como realizador (acción estilizada tanto en coreografía como en puesta de cámara, juego con las velocidades de los planos para construir un tempo especial en cada secuencia, elipsis ingeniosas y estéticamente hipnóticas, peleas cuerpo a cuerpo, persecuciones complejas, tiroteos en una sola toma y un dominio de la forma que nos cuenta convenciones del género con una delicadeza que no solemos conseguir habitualmente), pero de una forma mucho más madura y depurada. En Silent Night, Woo renuncia a los personajes excéntricos, el humor físico o tramas enrevesadas para decantarse por una historia clásica donde todo recae en las actuaciones, puesta en escena y elección de planos para transmitir emociones complejas. Al mismo tiempo, Woo se toma el tiempo de explorar a su protagonista, sentir su dolor y ver su evolución antes de lanzarse al ruedo de la venganza (que, una vez iniciada, está llena de aciertos y desaciertos que llevan al público por un tobogán del que no podrá bajarse hasta finalizada al proyección).
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El actor Joel Kinnaman junto a Catalina Sandino Moreno.
CORTESÍA
Apoyando a Woo en su odisea tenemos la cinematografía de Sharone Meir (Whiplash, The Last House on the Left), una pieza clave en la construcción de cada escena. Su propuesta visual se vale de múltiples fuentes de luz y colores para dar vida diferentes espacios lumínicos y tridimensionales —que, dicho sea de paso, son sumamente llamativos y estéticos. Al mismo tiempo, se pasea por diferentes temperaturas de color para expresar cómo se siente el protagonista y el momento de la historia en el que estamos (transformándose en un elemento clave en cada una de las elipsis que Woo construye para saltar de una escena a otra o viajar en el tiempo). Una tarde cálida y feliz, una casa llena de sombras y frialdad, calles oscuras, edificios abandonados, una guarida iluminada por un árbol de navidad gigante, velas y proyectores, son algunos de los espacios que articula Meir con su cinematografía. El tercer pilar de esta triada que se engrana a la perfección es el montaje de Zach Staenberg (In Time, Lord of Wars, The Matrix, Speed Racer), encargado de ejecutar transiciones ingeniosas, utilizar el montaje psicológico para construir elipsis y del delicado equilibrio del juego con el tempo que mantiene el ritmo envolvente de Silent Night (pasando de una edición rápida y violenta de una secuencia de entrenamiento o un intercambio de disparos, a fijar la atención del espectador en un par de planos jugando con las velocidades de cuadro para ralentizar y acelerar determinados momentos).
De la mano con la parte técnica, tenemos otro apartado que es clave en este ejercicio de cine puro: el elenco. Joel Kinnaman se destaca no solo por su preparación física, sino por su capacidad de expresarnos con su rostro todas las emociones que su personaje atraviesa durante su arco dramático: rabia, frustración, tristeza, locura y venganza. Más allá de la justificación dramática por la cual no habla, fácilmente uno pudiese decir que el no poder comunicarse verbalmente dista mucho de ser un handicap para su desempeño: el artificio del guion lo hace brillar. Catalina Sandino Moreno, a pesar de sus apariciones puntuales, nos conmueve expresando eso que su esposo no puede y es la que pone el acento en el drama de la historia. A través de ella establecemos un contrapeso que nos permite entender las 2 caras de la pérdida y, hasta cierto punto, exteriorizar la vida a la que Joel renuncia. Por último tenemos a Harold Torres que, desde el primer momento y con contadas escenas en el guion, construye un antagonista que es fácil de odiar y que con cada intervención azuza la sed de venganza del público.
Dejando a un lado los disparos, persecuciones, peleas y sangre, Silent Night es un descenso a la parte más salvaje y visceral de nuestra psique. Como toda buena película de venganza, nos permite hacer catarsis con la búsqueda de Brian, proyectando en él toda la violencia reprimida que tenemos frente a situaciones donde hemos sido impotentes y hubiésemos querido tomar justicia por nuestras propias manos. No obstante, el viaje del protagonista es uno triste y desgarrador donde, progresivamente, va perdiendo su humanidad y sus vínculos emocionales para sumergirse es un abismo donde la muerte es la única respuesta. Horror que, lejos de ser un artificio narrativo, nos habla de una realidad arquetípica y palpable en todas partes del mundo… hogares rotos, víctimas inocentes y la pérdida de sentido son más comunes de lo que solemos pensar. Sin embargo, detrás del destino trágico de Brian y la crudeza del guion se esconde una valiosa lección que nunca debemos olvidar: hasta en la peor de las situaciones el amor que sentimos es lo único que puede redimirnos y salvarnos de una vida llena de dolor.
Lo mejor: su propuesta visual y narrativa, un ejercicio de lenguaje cinematográfico. Sus secuencias de acción estilizadas y, al mismo tiempo, reales. Sus elipsis ingeniosas. Las actuaciones de Joel Kinnaman y Catalina Sandino Moreno. El montaje y la cinematografía.
Lo malo: para el público que no está familiarizado con el cine de acción de los 80s y 90s, la película puede manejar códigos que parecen démodé. Aunque aparece —y hace— lo justo para que lo odiemos, quedamos con más ganas de explorar el desarrollo de Playa.
Sobre el autor
Luis Bond es director, guionista, editor y profesor universitario. Desde el 2010 se dedica a la crítica de cine en web, radio y publicaciones impresas. Es Tomatometer-approved critic en Rotten Tomatoes. Su formación en cine se ha complementado con estudios en psicología analítica profunda y simbología.
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