El laureado Guillermo del Toro hizo un statement que se volvió viral durante la temporada de premios de este año: “La animación no es un género para niños. Es un medio para el arte, es un medio para el cine, y creo que la animación debe permanecer en la conversación”. Algo que ha quedado más que demostrado con el boom del anime en las últimas décadas o todos los reconocimientos que se han llevado estudios como o Ghibli o Laika. Sin embargo, la versatilidad de este medio para contar todo tipo de historias no ha sido explotado al máximo por los grandes estudios que, muchas veces, se decantan por contar historias convencionales y poner en foco en pulir la técnica (a niveles de detalle casi imperceptibles), dejando a un lado el campo de la experimentación estética y narrativa.
Por supuesto, no podemos desmerecer el acabado casi perfecto que poseen las películas de Disney, Pixar, DreamWorks Animation, Ilumination, etc. Pero podemos contar con los dedos de las manos los proyectos que no fueron enteramente conceptualizados para niños y adolescentes. Dejando a un lado su capacidad para narrar en diferentes capas y con múltiples lecturas para todas las edades, muchas veces este cine se enfoca en apuntar a un público seguro y una puesta en escena clásica. No es hasta que nos acercamos al trabajo de autores consagrados a la animación en otras latitudes (Hayao Miyazaki, Makoto Shinkai, Satoshi Kon, entre otros) o cuando directores de culto se acercan a ella (como Wes Anderson, Guillermo del Toro, Charlie Kauffman, Richard Linklater) que descubrimos que existe un mundo de posibilidades por explorar en este género.
Sin necesidad de irnos a los extremos, de vez en cuando, aparece un cisne negro dentro del cine, revolucionando genuinamente lo que se cuenta y cómo se cuenta. Este fue el caso de Spider-Man: Intro the Spider-Verse (2018), una película que marcó un hito en la animación moderna. A pesar de estar enmarcada dentro del cine de superhéroes (que parece cada día agotarse un poco más) y utilizar un personaje harto conocido (de lejos, uno de los que más ha sido llevado a la pantalla grande), esta joya abrió un “multiverso” de posibilidades narrativas y estéticas. Dejando a un lado la lluvia de premios que se llevó (Oscar incluido), esta película utilizó más de 170 animadores (un número atípico, hasta para los standards de Disney), mezcló múltiples técnicas (3D y 2D), estilos de trazos, colores e iluminación (cómic, anime), fluidez del movimiento (cambiando de cuadros por segundo entre personajes para resaltar su pericia) y muchas cosas más que han generado miles de análisis alrededor de lo formal. Como es de esperarse, no todo es la técnica, el guión de Spider-Man: Intro the Spider-Verse está a la altura de su puesta en escena. La historia se centra en la historia de orígenes de Miles Morales (el primer Spider-Man latino y afrodescendiente) y su proceso en convertirse en el héroe que está destinado a ser con la ayuda de varios de sus homólogos de otras dimensiones. Esta premisa le sirvió de excusa a sus creadores para volver a traer a la gran pantalla villanos y momentos icónicos de la mitología de Spider-Man, revisitándolos desde otra óptica, explorando sus matices y deconstruyéndolos para revitalizar las potencialidades de este superhéroe. El resultado fue un largometraje animado único e irrepetible, un triunfo sin precedentes que cambió la conversación en torno a lo que podía hacerse con la animación y los tan explotados super héroes.
Cinco años después —gracias a la pandemia— y con un precedente aparentemente insuperable, llega a nuestras salas de cine Spider-Man: Across the Spider-Verse(Spider-Man: A través del Spider-verso), una nueva entrega que, contra todo pronóstico, volvió a subir la barra —a todo nivel— de lo que puede hacerse en el cine animado, sorprendiéndonos con lo que muchos han catalogado desde ya como “la mejor película de superhéroes que se ha hecho”.
Ambientada tiempo después de Spider-Man: Into the Spider-Verse, esta secuela nos vuelve a presentar a Miles Morales (Shameik Moore), un adolescente que fue picado por una araña radiactiva, transformándose en un superhéroe que protege a su ciudad de todo tipo de amenazas. Como sus homólogos de otras dimensiones, Milles se debate entre su vida personal (encarnada por una dinámica compleja con papá y mamá) y su faceta de Spider-Man (que lo obliga a ausentarse en compromisos familiares y no prestarle la debida atención al colegio). Una tensión que cada vez se hace más insoportable, haciendo que se cuestione si debe revelarle su identidad secreta a sus padres. Los verdaderos conflictos comienzan cuando nuestro héroe es confrontado por Spot (Jason Schwartzman), un nuevo enemigo obsesionado con destruir a Spider-Man y que puede viajar entre universos. Esto hace Miles tenga que reencontrarse con su amor platónico Gwen Stacy (Hailee Steinfeld), quien ahora pertenece a una elite de “Spideys” que se encargan de mantener el orden entre dimensiones, embarcándolos en una travesía a través del Spider-Verse. Un viaje que lo hará enfrentarse a múltiples versiones de sí mismo y que lo confrontará con su destino como Spider-Man, obligándolo a entender el precio que debe pagar por los poderes que adquirió.
Zambullirnos una vez más en el Spider-Verse es una delicia, a diferencia de muchos productos manidos y agotados de Marvel las potencialidades de esta franquicia se sienten infinitas. Aunque Miles mantiene el mismo espíritu de sus predecesores, tiene un desarrollo completamente diferente. Su transformación en Spider-Man trajo como consecuencia la muerte del Peter Parker de su universo. Tuvo como mentor a otro Spider-Man (deprimido y roto, pero profundamente sabio). Compartió con sus equivalentes de otras dimensiones. No es un huérfano, pero perdió a su rol model (el tío Aaron) que resultó ser un antagonista. Se hizo un traje diferente al de otros y con modificaciones para electrocutar. Su amor platónico parece estar “fuera de su liga”, pero tiene poderes como él. Su gran reto fue aprender a creer en sí mismo y trabajar en equipo para enfrentarse a un conflicto interdimensional. Tiene un buen corazón, pero toma decisiones apresuradas y peligrosas. Desea salvar a sus seres queridos y termina poniéndolos en peligro. Nunca se rinde, aunque tenga las de perder. El resultado es una revisión a los hitos que hacen de Spider-Man el héroe que es y que nos hacen cuestionarnos hasta qué punto las tragedias personales deben preconfigurar nuestro destino.
La construcción de Gwen Stacy no se queda atrás. En esta nueva entrega tiene mucho más peso y asistimos a varios eventos “canon” dentro de su desarrollo. Al igual que Miles, ella debe enfrentarse a la muerte del Peter Parker de su universo y, dando un paso adelante, a las consecuencias de haber revelado a su padre su identidad secreta. Eventos que la hacen huir y sumarse a la élite de “Spideys” que mantienen el orden dentro del multiverso. Es así como conocemos a Jessica Drew (Issa Rae), una Spider-Woman embarazada que se transforma en un rol model para Gwen, y a Miguel O´Hara (Oscar Isaac), una suerte de Spider-Man vampiro con un pasado oscuro y que intenta que todos los episodios trágicos en la vida de sus homólogos se mantengan (funcionando como una especie de demiurgo que desea controlar la vida de todos). Como es de esperarse, la naturaleza rebelde de Gwen y su inevitable reencuentro con Miles hace que el Spider-Verse de ponga de cabeza cuando ambos deciden enfrentarse al supuesto destino trágico que deberían vivir.
Antes que Marvel Studios coqueteara en la fase 4 con la idea del multiverso, ya la serie animada de los años 90 lo había hecho con Madame Web. Sin embargo, a pesar de estos referentes, la mirada de Spider-Man: Across the Spider-Verse es muy diferente. No en vano, desde su sistema de imágenes, Miles siempre se nos presenta “al revés”, invirtiendo el orden de la ciudad, cayendo para poder ascender y cambiando la perspectiva de cómo vemos el cuadro. Con sus múltiples variantes de Spider-Man, el Spider-Verse se nos plantea como un espejo que repite nuestra imagen al infinito y nos invita a hacernos preguntas de orden casi existencial, ¿el héroe nace o se hace?, ¿estamos predestinados a vivir ciertos eventos para ser quienes somos?, ¿aceptar nuestra identidad siempre debe ser sinónimo de una pérdida?, ¿puede un chivo expiatorio transformar genuinamente a un colectivo con su sacrificio? Al final, el Spider-Verse nos hace reflexionar sobre cómo las pequeñas decisiones pueden alterar por completo el destino de todos, recordándonos que estamos conectados a múltiples niveles y de cómo nuestra percepción del mundo termina “coloreándolo” (llamémoslo inconsciente colectivo, campo de resonancia mórfica, física cuántica, maya, etc)
Enfocándonos en la parte técnica, Spider-Man: Across the Spider-Verse exigió un “salto de fe” más grande que el de su predecesora. Joaquim Dos Santos (Avatar: The Last Airbender, The Legend of Korra), Kemp Powers (Soul) y Justin K. Thompson (diseñador de producción de Spider-Man: Into the Spider-Verse, Cloudy with a Chance of Meatballs), toman la batuta de los directores de la primera entrega (Bob Persichetti, Peter Ramsey y Rodney Rotham), liderando a un equipo de más de 1000 personas para articular una de las películas animadas más arriesgadas, complejas y grandes de la historia del cine. La razón salta a la vista, por las complejidades del guión, se necesitó a cientos de animadores trabajando en diferentes personajes, escenas y técnicas en paralelo. En palabras de sus productores, fue como una gran banda de jazz donde cada artista le daba su “impronta” a cada cuadro, pasando de mano en mano progresiones que se van enriqueciendo en cada variación como improvisaciones dentro de la misma partitura (esbozada en el pentagrama de Patrick O´Keefe, director de arte de la entrega pasada y que ahora se encarga del diseño de producción).
Los guionistas y mentes maestras detrás de este proyecto, Phil Lord y Christopher Miller (Spider-Man: Into the Spider-Verse, The Mitchells vs the Machines, The Lego Movie, loudy with a Chance of Meatballs), incorporan a la escritura a Dave Callaham (Shang-Chi and the Legend to the Ten Rings, The Expendables y Zombieland: Double Tap) construyendo un triunvirato narrativo que expande las potencialidades del Spider-Verse mucho más de lo que creíamos. Creando una historia que está al nivel de la puesta en escena, Spider-Man: Across the Spider-Verse es un canto a la diversidad y la verdadera inclusión. Hay Spider-Man de todas las razas, sexos, colores, edades y backgrounds habidos y por haber. Desde el universo que Lego (que fue rodado por Preston Mutanga, un adolescente que se hizo viral en redes por su trabajo recreando el trailer con Legos), pasando por “Spider-Cat” y “Spider-Rex”, hasta todos los Spider-Man que hemos visto en largometrajes, series, videojuegos y cómics: esta película es la quintaesencia de la famosa frase “cualquiera se puede poner la máscara”. En lo personal, mi mención especial es para Hobie Brown (Daniel Kaluuya), el Spider-Man Punk inspirado en Jean-Michel Basquiat, que con su estilo y personalidad resume el espíritu de contracultura que propone el Spider-Verse. El doblaje no se queda atrás, permitiéndonos escuchar todo tipo de idiomas y acentos mezclándose con las voces de un cast insuperable (acompañado de pequeños cameos maravillosos como los de Mahershala Ali, Jack Quaid, Andy Samberg, J.K. Simmons y Donald Glover). El resultado, que fácilmente podría ser un desborde sensorial y sin sentido, se transforma en una delicia hipnótica en ritmo y composición de cada cuadro. La muestra es que sus 2 horas con 20 minutos de duración (obteniendo el puesto de la película animada americana más larga hasta la fecha) pasan volando acompañadas con la banda sonora de Daniel Pemberton (Slow Horses, Amsterdam, The Trial of Chicago 7) y el flow de los temas de Metro Boomin.
Spider-Man: Across the Spider-Verse es mucho más que una simple secuela: toma la primera entrega, la resignifica y la supera a todo nivel. En un momento histórico donde el cine de superhéroes hace uso y abuso de fórmulas, Miles Morales se sumerge en el Omphalos de la estructura arquetípica del viaje del héroe, deconstruye el “mono-mito” que ha acompañado a Spider-Man desde su creación, y revivifica por completo las potencialidades de este personaje.
Cuestionando por completo de la propuesta del héroe trágico que tuvimos en Spider-Man: No Way Home (donde el futuro de todos los Spidey está signado por la muerte inevitable de sus seres queridos), Miles y Gwen nos hablan de aceptar nuestra identidad para enfrentarnos al sistema, salir del status quo y dar un nuevo “salto de fe” para intentar cambiar el mundo planteándonos cuestiones de índole teleológico que, pocas veces, conseguimos en este género.
Lo mejor:
Su propuesta visual con una impronta hipnótica e irrepetible. El desarrollo de su guión lleno de vueltas de tuerca y un tercer acto de infarto. La justificación de las nuevas figuras antagónicas. La maduración y los dilemas a los que se enfrentan Gwen y Miles.
Lo malo:
Luego de terminar en uno de los mejores cliffhangers del cine moderno, tener que esperar hasta el 2024 para ver la secuela (y la ausencia de una escena post-créditos para calmar nuestra ansiedad). No poder escuchar el intro de LiSA en occidente.
Crítica por: Luis Bond // @luisbond009