El presidente Donald Trump se muestra siempre confiado a la hora de expresar sus opiniones, y a menudo recurre a un lenguaje simple y directo para exponer sus puntos de vista, evitando extenderse en largas explicaciones, algo que ya se ha convertido en parte de su estilo.
Así, por ejemplo, expresa que el contingente de la Armada de Estados Unidos que se dirigía a la península coreana era "muy poderoso", el líder norcoreano Kim Jong-un " hace cosas malas", la decisión interpuesta por los jueces en contra de su polémico veto migratorio fue ‘vergonzosa” y la situación en Venezuela “es un desastre”.
Como presidente, Trump ha seguido con el estilo de retórica que utilizó con tanto éxito durante la campaña presidencial, caracterizado por oraciones cortas y palabras sencillas, complementadas por un enérgico movimiento de brazo que a menudo agita, como vía para transmitir la intensidad de su mensaje.
En realidad, Trump no es un gran orador, por el contrario, a menudo desenfunda sus palabras y las lanza a la audiencia, y en sus tuits su vocabulario es confuso, utiliza letras mayúsculas para enfatizar y presta poca atención a la gramática, a diferencia de Barack Obama que cortejaba a la gente con discursos suaves y articulados.
Si bien esto puede haber sorprendido a la élite de Washington, especialmente después de la era de Obama, sin duda ha demostrado ser eficaz con los partidarios de Trump, a quienes les encanta su estilo de discursos, entrevistas de televisión y comunicación en las redes sociales porque suena diferente y no como ejemplo de ese impopular “establishment” que hace vida en la capital estadounidense.
Es cierto que Trump prometió durante la campaña electoral "drenar el pantano", o en otras palabras detener la cultura de influencias, donde las políticas clave son a menudo socavadas o desviadas por el Senado o los lobbistas.
La realidad, sin embargo, es que Trump no ha logrado todavía liberarse del “pantano” y convertir su retórica en acción, tanto así, que sus partidarios en todo el país deben estar preguntando si él, al igual que otros presidentes, correrá la misma suerte y se verá impedido de cumplir sus promesas.
Sin lugar a dudas, ha sido un periodo frustrante en lo que va de su administración, pues le ha tocado retroceder en muchas de sus posiciones. Pero sí algo está claro, es que Trump se mantiene fiel a ese estilo, cortado y contundente, de hablar o tuitear, porque es su manera natural de conectar con el pueblo estadounidense, y si llegara a cambiar, seguramente sus simpatizantes empezarían a preocuparse por haber elegido a la persona equivocada.
El lenguaje sencillo puede funcionar bien en política, siempre que sea el preámbulo de la acción.
El presidente George W. Bush usó un enfoque parecido para transmitir su mensaje y a menudo se le criticaba por hablar de manera confusa, aunque también podía ser efectivo. Después de los atentados del 11 de septiembre de 2001, el expresidente se dirigió al mundo y dijo: "Están con nosotros o en contra nuestra". Bush era audaz, simple y dramático, aunque sin ser atropellado como Trump.
Si la promesa en el lenguaje es la expresión de la voluntad, Trump seguro espera lograr que sus palabras acaben persuadiendo al Congreso y a países potencialmente hostiles como Corea del Norte, de que cuando habla lo hace en serio, porque la acción respalda sus palabras.