domingo 13  de  abril 2025
RELATO

Una misión y cuatro mentiras

Vivencias que toman forma de relatos y conducen a la reflexión

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

Abrazado a una enorme lata de chorizos, así realizó su viaje de regreso a La Habana el sargento de primera Padrón a bordo del avión IL 62 de cubana de aviación que, aunque con matrícula civil, era un vuelo militar, transportando a tres soldados cubanos condenados a muerte por la violación y asesinato de una angolana y que llegarían a Cuba para la apelación.

El sargento Padrón era el jefe de la escuadra encargada del traslado de los condenados, los habían elegido entre los mas fuertes de la unidad de prevención de las fuerzas armadas, conocidos como las boinas rojas, odiados por igual entre oficiales y soldados por su papel de cancerberos.

Junto con la escuadra viajaba un teniente que hacía de jefe del grupo y quien le garantizó que sus fusiles, bayonetas y cargadores estaban a buen resguardo en la cabina del piloto hasta que llegaran a Luanda. “Esa fue la primera mentira” me cuenta el hoy sesentón exmilitar desde su exilio, “cuando formamos frente a la cabina para recibir el armamento de vuelta, el mismo teniente nos dijo que no nos hacía falta, que armas era lo que sobraba en Angola y que la misión no era de combate así que bajáramos al pelo y en tierra nos dirían lo que debíamos hacer”.

Padrón me cuenta que la segunda mentira fue descubierta cuando les presentaron a los condenados. Su escuadra había practicado para trasladar a reclusos peligrosos y cómo someterlos en caso de rebelión. Sin embargo, al entrar al área de detención del aeropuerto militar se encontraron a los sancionados convertidos en muñecos blancos: “los habían enyesado de cuerpo completo, como si se hubieran fracturado las piernas, los brazos y hasta la columna”, solo tenían un pedazo de cara y los genitales al descubierto. “entonces entendimos porque habían seleccionado a los seis más fuertes de la unidad, ¡éramos estibadores, no custodios!”.

El yeso estaba húmedo aun, les embarraba las manos cuando los cargaban escalerilla arriba. El único sociable de los prisioneros les contó que los vendaron esa mañana, pero antes los obligaron a sentarse en el inodoro porque según les advirtieron “en el viaje solo pipi y el que no quisiera ir al baño llegaría con el yeso cagado a La Habana”. La aparente razón de las escayolas era el miedo a que se lanzaran a correr en la escala programada y que provocaran un escándalo por el uso de rutas civiles como transportes militares.

Padrón había comenzado a tornarse incomodo quejándose al teniente de todas las sorpresas que les tenía reservadas, por eso el teniente fue cauteloso y los estuvo preparando durante varios minutos para soltarle la tercera mentira: el vuelo no sería directo a la isla Sal, (la pausa intermedia necesaria antes de llegar a La Habana), “pararían un momentico en Punta Negra, en El Congo, a recoger unas cositas, una pacotilla que hay que llevar a Cuba”, de paso el teniente le dejo ver que este contrabando sería una misión secreta de la que no podría comentar nada a su regreso a la isla.

“De lo que montaron en el avión no te puedo decir, lo subieron como carga, pero a la cabina llegaron con regalitos para nosotros”, me confiesa Padrón, “compraron nuestro silencio, el mío con una enorme lata de chorizos brasileños de la que estuvimos comiendo por un mes, incluso después de almorzarnos el último de los embutidos la grasa de la lata sirvió para preparar todo lo que se cocinaba por otros quince días”.

A sus compañeros de misión les ofrecieron a elegir entre lentes de sol o camisetas con Bruce Lee tirando patadas, “al teniente le tocó un regalo especial, un reloj Grand Prix de esfera roja que parecía un bombillo incandescente, antes de ponérselo nos lo dejo ver a cada uno, por un ratico, como una prueba de confianza, yo incluso me lo probé en la muñeca”.

Padrón cuenta que el nerviosismo que sintió cuando le dijeron que no había armas a bordo no fue nada comparado con la preocupación que le genero tener que dejarle la lata de chorizos al teniente, escondida en una lona militar mientras bajaba a los prisioneros en La Habana. Pero para su tranquilidad, al final, junto con el armamento, le devolvieron el envoltorio con su tesoro sano y salvo. A los demás le pidieron que guardaran sus regalos hasta llegar a casa, que no los exhibieran.

“La cuarta mentira ya fue en nuestra unidad, el coronel jefe del grupo nos formó frente a todos para felicitarnos por el exitoso cumplimiento de la misión, dijo que hasta habíamos puesto en riesgo nuestras vidas y que lo pondría así en nuestras hojas de servicio”. Dice Padrón que como distinción el coronel le dio un diploma a cada uno y que al momento del estrechón de mano se dio cuenta que en su muñeca el jefe de la unidad llevaba un reloj Grand Prix, idéntico al del teniente, pero con esfera azul chillón, escandaloso, que desentonaba con el parco verde olivo del uniforme.

“A Angola no se iba solo a pelear periodista” me cuenta cuarenta años después desde una cafetería de Miami”.

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