domingo 16  de  noviembre 2025
OPINIÓN

Volver a María

María, en la tradición cristiana, encarna no solo la maternidad, sino también la compasión, el amor incondicional y la fortaleza silenciosa

Diario las Américas | ZOÉ VALDÉS
Por ZOÉ VALDÉS

En la búsqueda de comprender y reivindicar la esencia del carácter femenino, resulta inevitable evocar la figura de María: símbolo universal de dulzura, pureza y fuerza espiritual. En los tiempos modernos, donde la lucha por los derechos de la mujer ha cobrado protagonismo, nos enfrentamos también a distorsiones y malinterpretaciones que pueden oscurecer el verdadero significado del feminismo y, con ello, la riqueza de la identidad femenina.

María, en la tradición cristiana, encarna no solo la maternidad, sino también la compasión, el amor incondicional y la fortaleza silenciosa. Su dulzura no es una muestra de debilidad, sino de una fuerza interior capaz de transformar su entorno mediante la empatía y la entrega. Volver a María implica rescatar ese equilibrio entre ternura y firmeza, alejándonos de caricaturas impuestas tanto por los excesos culturales como por las simplificaciones ideológicas.

Es imprescindible plantearse la necesidad de olvidarse y salvarse de la rispidez inculta que manifiestan ciertas mujeres, identificando en la envidia y la falta de educación unas raíces de comportamientos disonantes con el carácter femenino genuino. La rispidez, entendida como dureza o aspereza, se convierte en una coraza que aleja a la mujer de su esencia, llevándola a imitar características negativas atribuidas históricamente a lo masculino. La envidia, por su parte, puede corromper la nobleza interior y generar divisiones innecesarias entre mujeres y hombres, perpetuando estereotipos y resentimientos.

Es vital aclarar que el feminismo, en su sentido más puro, no es ignorancia, ni incapacidad, ni brutalidad que persiga imitar la parte bestial e inhumana del hombre. Por el contrario, el feminismo, como el humanismo —sea este del sexo que sea—, surge como respuesta a la injusticia, buscando restaurar el respeto, la igualdad y la dignidad de la mujer en la sociedad. La verdadera fuerza del movimiento radica en la reivindicación de la sensibilidad, la inteligencia y el potencial femenino sin renunciar a las cualidades propias de su naturaleza. Confundir el feminismo con una competencia hostil o una copia de lo peor del carácter masculino es perder de vista su esencia transformadora y humanizante.

Alejarse de la rispidez y de la envidia implica un ejercicio de introspección y humildad. Es necesario reconocer los aportes históricos de las mujeres que, desde su dulzura y fortaleza, han cambiado el mundo sin renunciar a su identidad. Volver a María es, en última instancia, volver a la fuente de una feminidad honesta que sabe conjugar paciencia y pasión, ternura y coraje, sin caer en la tentación de imitar acríticamente lo ajeno a su esencia. Es retornar a la tradición y a la cultura sin extremismos ni racismos ni estereotipos de ningún tipo.

La reivindicación del carácter femenino no está reñida con la lucha social ni con el feminismo auténtico. Todo lo contrario: la dulzura virginal y la fuerza interior de María son testimonios vivos de que la mujer puede transformar su entorno desde la autenticidad, sin sucumbir al autoritarismo, a actos de humillación del prójimo, que al final son actos desprovistos de fe, y malas visiones y peores vibraciones, carentes de sentido común y ausencia de buenos sentimientos.

Apostar por esta visión de María, madre de Dios y de los hombres, es apostar por una sociedad donde la equidad y la humanidad sean las piedras angulares del avance colectivo. Y María no puede ser cualquier pelandruja Cacafuaca.

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