viernes 14  de  noviembre 2025
RELATO

Ucrania de la mano de Orula

Vivencias que toman forma de relatos y conllevan a la reflexión

Diario las Américas | CAMILO LORET DE MOLA
Por CAMILO LORET DE MOLA

Lázaro Vladimir está perdido, lleva meses sin siquiera enviar un texto, “ni se acordó del cumpleaños de la hermanita que es su favorita en todo el mundo mundial” nos comenta la madre, Liudmila, durante una desesperada llamada desde la capital cubana.

Liudmila es una mulata criolla, hija de una rusa y un estudiante cubano enviado a una escuela militar en Moscú allá por los inicios de los 70. Aunque en sus más de cuarenta años Liudmila ha vivido en la patria materna por varias temporadas, siempre su domicilio ha sido Alamar, el barrio obrero del este de La Habana, desde donde nos llama.

“Cuando la cosa se puso bien fea aquí en la isla todos se dispararon a buscar las fotos de los abuelos españoles, pero yo la tenía más fácil porque los rusos estaban sentados en mi sala”. En medio de su desespero Liudmila se atropella para contarnos que decidieron enviar a su hijo mayor como avanzada a buscar una nueva base de operaciones en Moscú, “fue bien sencillo porque antes habíamos visitado a los primos dos veces”.

Todo machaba a pedir de boca con Lázaro Vladimir hasta hace unos meses cuando literalmente desapareció. “los primos dicen que no saben nada, yo creo que más bien no quieren saber. Pero tengo claro de que no está enredado en la guerra de Ucrania; de todas formas, quiero revisar en todas las esquinas”.

Ella pretende que la ayudemos a contactar a unos políticos ucranianos que andan por Miami y que saben de los mercenarios cubanos atrapados en el frente de batalla, “la lista de los presos por favor, poque yo sé que no está muerto, pero lo pudieran tener encerrado, es que solo preso él dejaría de felicitar a su hermana”.

Liudmila se refiere al diputado ucraniano Maryan Zablotskiy quien desde Miami ha llegado a proponerle al régimen de Díaz-Canel el canje de mercenarios cubanos capturados en su país por los presos políticos que La Habana mantiene en sus cárceles, además devolvería los cadáveres de cuarenta y un cubanos muertos en combate.

“Olvídate de los muertos, él está vivo, ya lo he consultado varias veces y sale que está vivo pero que no le dejan hablar”. Liudmila exhibe sin tapujos la rara combinación entre el pragmatismo ruso de su madre y el sincretismo afrocubano heredado de los abuelos paternos. Se aferra desesperadamente a su fe en Orula, nos muestra en la pequeña pantalla del celular la manilla de cuentas verdes y amarillas que lleva en su muñeca, “él no miente, eso está escrito en piedra, pero necesito encontrarlo porque según me dijo el tablero, se le han cerrado los caminos”.

Pierdo tiempo pidiéndole a mis acompañantes del otro lado del teléfono que me traduzcan lo del tablero, lo cantado y otros términos de la religión afrocubana. “Mijo apúrense que ahorita esto se cae, que estamos de apagón en apagón y es por sorpresa, de repente me quedo hablando sola”, nos dice atropellando cada palabra.

“¿Orlando qué?, ¿quién es por fin?, ¿ese número sirve para llamarlo por aquí?”. No tenemos otro recurso que ofrecerle el contacto de Orlando Gutiérrez Boronat, el líder de la Asamblea de la Resistencia Cubana a quien hemos visto con el diputado ucraniano denunciando el abuso del ejército ruso con los mercenarios cubanos; a los que usan como carne de cañón y a quienes no liberan luego de que cumplan el término de un año por el que firman su contrato de soldados de fortuna.

“Pero… ¿ustedes no tienen el teléfono del Zelensky ese?, ¿alguien más importante que pueda revisar la lista?, dale, chico, dame el número antes que se desconecte esta mierda”.

Le explicamos que no es así como funciona la cosa, que la vía que tenemos es a través de Orlando y que de seguro él la va a ayudar. Liudmila estira unos segundos el silencio y luego contraataca, “¡qué clase de porquería la democracia esa que ni un teléfono te pueden dar!, después presumen”, otro silencio, “bueno mijo al menos dile al Orlando ese que me conteste, que lo voy a llamar”.

Liudmila pretende acomodar la realidad a su mundo de autoprotección, no quiere hablar de los cientos de cubanos que hoy se clasifican como desaparecidos en el frente de batalla, no quiere que le cuenten de los cadáveres, insiste en que sus santos la tienen más clara que nosotros y que el muchacho está vivo, “quizás ni está metido en la guerra, pero uno tiene que revisar en todas las gavetas”.

El abuelo del muchacho, el padre de Liudmila consigue colarse por un momento en el remarco de la pantalla del teléfono y casi grita a su hija que no pierda tiempo, “¡en la guerra y bien!, no te engañes más: ahora voltea la cabeza y nos mira directo desde el teléfono, “compañeros, los primos saben que Lázaro Vladimir se fue pa’ Ucrania y hasta desde allí nos mandaba mensajitos, pero eso se acabó hace unos meses”.

Liudmila retoma el control del teléfono y en tono dulce y menos atropellado le pide al padre que se calme, “es que mi papá era teniente coronel y se cree que todo es a tiro y cañonazo” …

Se desconectó, nos quedamos con la duda de si la interrupción fue el apagón o el dedo pulgar de ella, suspendiendo la comunicación para evitar otro arranque del militar jubilado, que evidentemente acaba de cambiar de opinión y ya no quiere que sea Liudmila la vocera familiar.

Suena el tono insistente y alrededor del molesto sonido del speaker del teléfono de la oficina nos quedamos mirándonos los tres productores de noticias que compartimos la conversación con Liudmila.

Wally por fin desconecta la bocina y me recomienda, “mejor pongámosle una recarguita, no sea que se haya quedado sin saldo y ni a Orlando pueda llamar”.

David interrumpe, “¡pobre Orlado!, ¿te imaginas cuantas Liudmilas lo están llamando por estos días?

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