JOSÉ ANTONIO ÉVORA
En estos tiempos de redes sociales, Home Depot y satisfacción instantánea, sorprende ver a unos cuantos hombres que llegan al bosque, talan dos o tres árboles y se fabrican ellos mismos sus canoas, sus cabañas, sus muebles y sus herramientas
JOSÉ ANTONIO ÉVORA
Fue en vísperas de escribir la reseña dedicada a The Revenant. Andaba yo buscando documentales sobre Hugh Glass, el protagonista de la historia real en la que se inspira la película de Iñárritu, y le pasé por el lado a un título: Happy People: A Year in the Taiga (Gente feliz, un año en la taiga). Me llamó la atención esa mezcla, feliz y taiga, porque no asocio la Siberia con felicidad. Ahora por fin pude verlo, y me gustó tanto que lo escogí para dedicarle esta columna por primera vez a un documental.
Voy a auxiliarme, por si levanto sospechas: el promedio de la evaluación que le dan 4,317 personas en imdb.com es 7.8, y en Rotten Tomatoes tiene un 87 por ciento de comentarios positivos. Lo estrenaron en 2010, y uno de sus directores, el alemán Werner Herzog, a quien se deben películas como Fitzcarraldo y Aguirre, la cólera de Dios, fue considerado por Francois Truffaut el cineasta más importante de finales del siglo pasado.
El caso es que Herzog y Dmitry Vasyukov, el otro director, vivieron un año en el poblado de Bajtia, en pleno corazón de la Siberia. Desde que lo ves en el mapa te das cuenta de que hasta allí sólo se puede llegar por helicóptero y por el río Yeniséi, como muy pronto se encarga de informar el narrador, el propio Herzog. Durante ese año los cineastas compartieron la vida de varios cazadores locales: filmaron en sus casas del poblado y en las cabañas en medio de la taiga; fueron a cazar con ellos en sus trineos de motor y a pescar en sus botes; los acompañaron a las escasas celebraciones públicas de Bajtia y, sobre todo, conversaron mucho. Para ser exacto: los escucharon atentamente, y lo más relevante de cuanto oyeron y vieron es lo que queda en Happy People: A Year in the Taiga. La vi en el servicio de streaming de Netflix con subtítulos en inglés, pero está disponible también en Hulu –gratis, con unos cuantos anuncios comerciales de por medio--, y por $1.99 en Youtube y en Amazon Video.
En estos tiempos de redes sociales, Home Depot y satisfacción instantánea, sorprende ver a unos cuantos hombres que llegan al bosque, talan dos o tres árboles y se fabrican ellos mismos sus canoas, sus cabañas, sus muebles y sus herramientas, las trampas donde cazarán animales para comer, para vestir y para vender, y hasta sus esquís.
Sobrecoge escuchar no sólo el amor, sino, y sobre todo, el respeto con el que hablan de sus perros. Nada de palabras almibaradas y gestos versallescos para aparentar esa “elevada” categoría humana fundada en la condescendencia hacia los animales que, en el fondo, es una variante soberbia de la dependencia. No. Aquí hay sustancia, apego y gratitud, reconocimiento del valor y enjundia reflexiva dedicada a entender la relación hombre-animal partiendo de una superioridad que no deja margen al alarde, y mucho menos al abuso. Si por fin es cierto que la verdadera armonía se aprende de la Naturaleza, esta es una lección formidable.
El tránsito de las estaciones no podría ser más visual. Con la llegada de la primavera, por ejemplo, la superficie helada del Yeniséi empieza a desprenderse de las márgenes del río y casi da vértigo ver cómo se desplazan los enormes trozos de hielo. En el verano los días se hacen más largos y luminosos, y los mosquitos, insoportables, “pero si uno anda ocupado no repara mucho en ellos”.
De entrada, Herzog nos recuerda que la colosal masa de la taiga cubre un territorio que es una vez y media del tamaño de Estados Unidos. Increíblemente, hay una cosa en la que Bajtia se parece a Miami: los jerarcas políticos sólo llegan hasta allí a hablar con la gente en vísperas de las elecciones. La diferencia es que los pobladores de Bajtia los miran, se divierten un poco y se van, porque saben que para nada esencial en sus vidas dependen de ellos.