viernes 29  de  marzo 2024
CUBA

Entre comparaciones y nostalgias

MIAMI.- Rememoro mis apuros buscando infructuosamente dónde aliviar el vientre por toda La Habana Vieja, Guanabacoa o el Vedado. Acá hay baños en cada establecimiento, con suficiente higiene para apoltronarse como en casa, tranquilamente… y gratis

Diario las Américas | FRANK DÍAZ DONIKIÁN
Por FRANK DÍAZ DONIKIÁN

MIAMI.- Vivo a caballo, con los pies puestos en esta tierra y Cuba cabalgándome por entre las sienes.

Acotejo recuerdos de tantos años a lo largo de aquel archipiélago con lo poco, pero intenso, vivido en esta urbe cosmopolita.

Allá, anda el choteo por doquier, enmascarando la sonrisa cortada por tantas penurias, los bochornos del trópico y trabas gubernamentales. Aquí, recibo al menos un mohín en correspondencia al más leve ademán de saludo.

Allá, los chóferes, con sus “almendrones” americanos de más de medio siglo, injuriándose unos a otros ante la menor paragüería, que bien pudiera ser funesta por el mal estado de calles y cacharros.

Acá, la desesperante pachorra de tantos conductores en “fila india” frente a un semáforo calmudo, incapaces de  tomar un atajo, y así ahorrar tiempo y combustible.

Extraño la coexistencia más o menos pacífica entre vecinos en mi barrio natal. Añoro ese clásico platico de arroz con leche, flan o pudín hecho de pan viejo, que aún se intercambian las amas de casa por entre cercas o balcones, en cestas y a cordel; como para demostrarse mutuamente quién es la mejor repostera de la comarca.

Aquí no conozco a mis colindantes. Sé que son colombianos. Gente decente. Pero nada más.

Me sorprende la vocación de servicio en las bibliotecas públicas del Condado. En medio de un olor a limpio y un silencio que asusta, suelo aprovechar dos horas diarias de Internet y leer a mis antojos hasta el periódico Granma. Nadie me dice nada.

En la biblioteca “José Martí” de la capital cubana, quise hurgar en publicaciones nacionales de vieja data, y siempre recibí el mismo dictamen: si no estaba autorizado por las Fuerzas Armadas o el Ministerio del Interior, me era imposible acceder a esos materiales.

Aquí uno puede saciar la sed por doquier con agua buena. Allá siempre debe portarse un pomo propio con el líquido hervido o tratado, sino se quiere ser pasto de amebas y otros demonios.

Rememoro mis apuros buscando infructuosamente dónde aliviar el vientre por toda La Habana Vieja, Guanabacoa o el Vedado. Acá hay baños en cada establecimiento, con suficiente higiene para apoltronarse como en casa, tranquilamente… y gratis.

Allá, el sempiterno dilema del transporte público. Pero consigues moverte con un aventón, un “ride”, una “botella”.

Aquí somos aprensivos en prestarle semejante ayuda a un desconocido, por culpa de tecnicismos legales, de los cuales se han aprovechado tantos pillos demandando daños y perjuicios, a diestro y siniestro.

Allá uno puede resolver un asunto a “chaquetón quitao”, siempre y cuando la  sangre no llegue al río.

Acá se aconseja no discutir, aunque los problemas queden intactos,  por el pavor a una posible denuncia con la consiguiente detención policial, elementos suficientes para complicar el buen curso del estatus migratorio.

Por estos lares la abundancia hace que se bote hasta lo servible.

Del otro lado del charco el criollo remedia con poco lo mucho, si bien  las soluciones puedan ser imperfectas o temporales. Absorto en sus angustias, todo Juan Cubano no hace caso a marcas o calidades, sino al valor de uso de las cosas para quitarse un lío más de encima.

No obstante, entre tantos distingos también hallo semejanzas, sobre todo al ver casi las mismas palmas, playas y hasta matorrales. Entonces, le otorgo asilo a la morriña escapada de sus encierros.

En medio de tales nostalgias, suelo rodar de noche por las afueras de esta ciudad con nombre aborigen. Bajo los vidrios del auto, y al sentir el aroma a maleza mojada, imagino estar manejando entre Matanzas y Varadero.

A tientas rastreo el dial de la radio, pero la estática siempre me advierte cuán lejos estoy. 

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