MlAMl.- En Cuba, donde la escasez de medicamentos y el deterioro del sistema sanitario forman parte del día a día, la aparición de un “virus misterioso” —como lo describen muchas familias— ha multiplicado el miedo.
Cuba se hunde en una gran crisis sanitaria entre falta de medicinas, hospitales colapsados y muertes
MlAMl.- En Cuba, donde la escasez de medicamentos y el deterioro del sistema sanitario forman parte del día a día, la aparición de un “virus misterioso” —como lo describen muchas familias— ha multiplicado el miedo.
No solo por la agresividad de los síntomas, sino porque ya se han reportado niños fallecidos a causa de complicaciones asociadas a este cuadro viral. Esa realidad ha encendido todas las alarmas y ha dejado a los padres en un estado de angustia permanente.
Las redes sociales se han convertido en refugio y desahogo. Madres y padres relatan noches interminables en que la fiebre de sus hijos sube a 40 grados centígrados (104 Fahrenheit), mientras ellos cuentan los minutos hasta la próxima dosis permitida de paracetamol.
En un país donde no se consigue ibuprofeno, donde un simple antipirético se vuelve un tesoro, y donde alternar medicamentos puede ser riesgoso si se trata de dengue, cada decisión se vuelve un dilema que pesa en el pecho.
Los padres improvisan botiquines caseros: compresas frías, baños tibios que deben detenerse si el niño tiembla. Es la medicina del ingenio y de la necesidad. Y detrás de cada esfuerzo late el temor de que este episodio no sea “una fiebre más”, sino el mismo virus que ya ha cobrado vidas infantiles.
La pregunta se repite en miles de hogares cubanos: ¿qué virus es este? ¿dengue, chikungunya, zika o algo nuevo? La falta de diagnósticos certeros y de reactivos deja a las familias en total incertidumbre. En muchos hospitales no hay explicación, y en otros apenas hay recursos mínimos para atender los casos.
A esta incertidumbre se suma una opacidad institucional que agrava la situación. Las autoridades sanitarias no informan con claridad qué está ocurriendo, cuáles son los brotes activos, ni qué medidas concretas deberían tomar las familias para protegerse.
En ocasiones se ofrecen declaraciones vagas o contradictorias, que lejos de tranquilizar, profundizan la sensación de desamparo. No existen reportes detallados, no se publican cifras verificables y, en muchos lugares, los propios médicos confiesan que no cuentan con los elementos necesarios para determinar qué virus están enfrentando.
El silencio oficial deja un vacío que la gente intenta llenar como puede: con rumores, cadenas de WhatsApp, testimonios aislados y advertencias de vecinos que hablan de “casos graves” en tal o cual barrio.
La falta de información confiable es, en sí misma, un riesgo para la salud pública, porque impide actuar a tiempo y crea un ambiente donde el miedo crece más rápido que cualquier enfermedad.
El contexto agrava el panorama: aguas estancadas, proliferación de mosquitos, vertederos desbordados en las esquinas, alimentos que se descomponen por falta de refrigeración y un sistema sanitario colapsado.
Es el caldo de cultivo ideal para que cualquier virus encuentre terreno fértil y se propague con rapidez. Y los padres, en medio de este escenario, se sienten cada vez más vulnerables, más solos, más desprotegidos.
Mientras tanto, la población improvisa; revive remedios de abuelas, reza a todos los santos y se convierte en enfermera, médica y vigilante nocturna.
El miedo de los padres cubanos no nace del virus en sí, sino del país que los obliga a enfrentarlo sin armas. Y frente a un Estado que no informa, no alerta y no acompaña, la angustia se convierte en la única certeza.
